Contra la razón: un siglo de dadaísmo
En febrero de 1916, Hugo Ball, Tristan Tzara y Hans Arp crearon el movimiento que se enfrentó al arte burgués y a las convenciones literarias. Surgió en torno a un café en Zúrich, ciudad que hoy concentra las celebraciones.
No hay mal que por bien no venga, dice el refrán. Sucedió a comienzos del siglo XX, al mismo tiempo que estallaba el horror, la muerte y la pobreza con el inicio de la Primera Guerra Mundial, en un café en Zúrich, Suiza, nacía uno de los principales movimientos creativos que dejaría sus secuelas hasta hoy. El 5 de febrero de 1916, se reunieron por primera vez en el café Cabaret Voltaire, tres poetas refugiados de la guerra: los alemanes Hugo Ball y Hans Arp y el rumano Tristan Tzara, quienes estaban dispuestos a revolucionar la dormida y temerosa escena europea, con un arte que rayaba en el absurdo, que iba en contra de las convenciones literarias y que repudiaba toda clase de control de la monarquía o burguesía. En sus espectáculos mezclaban la música, el teatro y la declamación de poemas creados a partir de frases recortadas de los periódicos y mezcladas al azar. Lo mismo sucedía en el formato visual, con sugerentes y atrevidos collages llenos de humor y juegos de palabras.
Pocos meses después, el grupo ya había publicado su primer manifiesto; ampliado sus miembros a varios artistas, entre filósofos y pintores, como Guillaume Apollinaire, Filippo Marinetti, Pablo Picasso, Amedeo Modigliani y Vasili Kandinsky; y bautizado el movimiento como dadá.
Una nota del diario de Hugo Ball, fechada en abril de 1916, da cuenta del momento y de su idea de crear una publicación: “Tzara está preocupado por la revista, mi sugerencia de que se le ponga ‘dadá’ es aceptada. ‘Dadá’ quiere decir en rumano Sí, sí; en francés, es la forma infantil de decir caballo; y en alemán es una señal de ingenuidad relacionada con el coche de un bebé”, dice el poeta, según los documentos archivados del grupo.
A 100 años del inicio del dadaísmo, la memoria se reactiva en Zúrich, la ciudad donde comenzó todo y donde un extenso programa acaba de partir: el programa completo en www.dada100zuerich2016.ch .
En el Museo de Arte de la capital se inauguró la semana pasada Dadaglobe, reconstructed, muestra que reúne 200 obras de arte, entre dibujos, collages y grabados, además de textos enviados a Tristan Tzara en 1921, por 160 artistas de toda Europa para la elaboración de un gran libro sobre el movimiento , que nunca fue publicado.
Ahora el proyecto se recupera luego de que una investigación logró reunir varias de las piezas: en 2005, el curador Adrian Sudhalter observó que muchas obras dadás expuestas en una retrospectiva en el Centro Pompidour de París tenían similares números inscritos en el reverso. La curiosidad lo llevó a investigar diferentes colecciones de Suiza, Francia y EEUU, hasta hallar todo el grupo codificado por el propio Tzara. La exposición estará hasta mayo en Zúrich y en junio viajará al MoMa de Nueva York.
Larga estela
La idea de que todo arte puede ser cuestionado para dar paso a una constante reinvención, es la base del Dadaísmo , que allanó el camino para otros movimientos radicales como el surrealismo de André Bretón en Francia. Los europeos autoexiliados a Nueva York, como Marcel Duchamp, Francis Picabia y Man Ray, se encargaron de activar la movida. Duchamp fue el más radical con sus ready-mades, objetos que descontextualizados adquirían un nuevo significado, mientras que en Alemania, el dadá se politizó como arma de propaganda contra la República de Weimar, en manos de artistas como Richard Hülsenbeck y Hannah Höch. Este legado que alcanzó varios continentes se exhibe en Dadá Universal, la exposición del Museo Nacional de Zúrich que tiene como pieza estrella La Fuente de Duchamp, el emblemático urinario puesto al revés y convertido en obra de arte, prestado por la colección del Museo de Israel; y que recoge además obras del grupo Fluxus y del Pop Art, corrientes de alguna forma marcadas por el dadá.
Eso sí, los orígenes siempre estarán enclavaros en ese pequeño café de Zúrich, el Cabaret Voltaire, que aunque funcionó como centro de operaciones por escasos cuatro meses, pasó a la historia como pieza clave del dadaísmo. Antes, claro, pasó algo de agua bajo el puente.
Luego de que el grupo fuera expulsado del café, el recinto se transformó en los años 30 en un restaurante barato. En los 40 fue decorado como casa de campo, en los 60 se reinventó como discoteque y durante los 70 y 80 acogió a la movida gay. Fueron los okupas, recién en 2002, quienes le devolvieron su espíritu original, al decorar sus muros con alusiones dadaístas, realizar fiestas poéticas y ciclos de cine, que ayudaron a encender la mecha de una recuperación definitiva. Dos años después, en 2004, una alianza entre el ayuntamiento de Zúrich y la marca de relojes Swatch hizo que el café retorne a la vida convertido en museo. Ahora se adhiere al aniversario con actividades especiales: Obsesión Dadá, una exposición con documentos del archivo del curador Harald Szeemann, fotografías históricas y obras gráficas. Además, habrá un escenario con representaciones de danza y lecturas poéticas semanales de aquí a julio próximo. El 22 de febrero, por ejemplo, se homenajeará en el café a Hugo Ball, declamándose en público dos de sus piezas Manifiesto de inauguración y Karawane, el primer poema fonético dadaísta, compuesto por palabras inexistentes y que parte más o menos así: “Jolifanto bambla o falli bambla großiga m’pfa habla horem egiga(...)”.
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