Histórico

Crítica de cine: Crimen y lujuria

El nuevo filme de Ang Lee está ambientada en la Shanghai de los años 40, durante la ocupación japonesa, y combina el romanticismo, la intriga política  y esa estilización que el director ha hecho su sello.

"No hay nada peor para un hombre que verse obligado a representar a un país", escribió Jacques Vaché en una carta que Cortázar usó para uno de los epígrafes de Rayuela. La frase cobra un sentido particular al aplicarse al director taiwanés Ang Lee, a quien se le ha tomado desde su segundo filme (El Banquete de Bodas, 1993) como un referente para entender o atisbar el mundo oriental en el cine.

Porque lo cierto es que Ang Lee -nacido en Taiwán, pero formado en Estados Unidos- es uno de los cineastas "orientales" menos regionales y específicos de las últimas décadas. Nadie podría adivinar, viendo Secreto en la montaña o Sensatez y sentimientos, que el director de esos filmes viene de Taiwán o que posee algún rasgo de estilo asociado a esa cultura.

Por eso es tan interesante Crimen y Lujuria, su nueva cinta. Está ambientada en la Shanghai de los 40, bajo la ocupación de los japoneses. El gobierno, títere y colaboracionista, usa a hombres como el señor Yee (Tony Leung) para labores de guerra sucia, y es por eso que un grupo de jóvenes rebeldes pone en marcha un plan para asesinarlo. Un plan que implica usar como cebo a una muchacha ingenua, aunque capaz de despertar en Yee la pasión que podría hacerle bajar la guardia.

Crimen y lujuria es engañosa: luce a primera vista como un thriller sobre política y erotismo, pero es demasiado abstracta para preocuparse por ideologías y demasiado clínica para estimular nuestra libido. Es una fábula que -como otras cintas de Lee- retrata la tragedia surgida de la indecisión. Donde algunos dramas se desatan sobre la base de acciones precipitadas, Crimen y lujuria detalla lo que sucede cuando personajes conminados a actuar no lo hacen, dudan y dejan que el tiempo tenga la última palabra. Dicho sea de paso, Lee debería adaptar Hamlet antes que alguien le gane el quién vive.

Más allá de sus innegables valores de producción y la honda tristeza que sugiere, esta cinta es demasiado distante para emocionar. Sin embargo, fascina su mirada sobre cómo se puede traicionar o dar la espalda a tu país y a los tuyos siguiendo obsesiones privadas: con un poco de esfuerzo, podría decirse que este filme es el trabajo más personal que haya filmado Ang Lee, director apátrida donde los haya.

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