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Crítica de cine: La casa muda

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Hasta una casa abandonada en medio de los pastizales llegan un hombre y su hija, una chica llamada Laura. A los pocos minutos aparece el dueño a explicarles los arreglos que necesita para vender la propiedad. El padre y Laura son trabajadores, mano de obra barata y desechable.

El dueño les deja solos pidiéndoles que no suban al segundo piso. Poco después, la chica oye ruidos arriba y el padre decide ir a revisar. El hombre es atacado salvajemente fuera de cámara y el resto de la historia es la lucha de Laura por sobrevivir.

La casa muda es un thriller de suspenso uruguayo que trae a colación varios elementos del antiguo cuento de hadas: la casa vacía, la regla de no entrar a cierta habitación, el desafío de resistir hasta el amanecer.

También está grabada cámara en mano, en un corte ininterrumpido (como lo fueran extensas secciones de la española  Rec) lo que no es un simple dato anexo. Ya que la cámara jamás le pierde pisada a Laura, la identificación con la chica es total.

Y en esa identificación radica un serio problema de la película, más allá del interés de su premisa y el dominio que sus realizadores tienen de los mecanismos básicos del susto y la sorpresa. Hay dos o tres vueltas de tuerca fundamentales hacia el final que obligan a reevaluar todo lo que hemos visto y pulverizan la lógica del relato.

La cinta tiene una perturbadora secuencia de créditos finales armada en torno a una serie de fotografías: la historia que sugieren habla de lazos filiales más escalofriantes que cualquier amenaza sobrenatural y permite atisbar el boceto de una película muy por encima de la que acabamos de ver.

Hace unas semanas, El cisne negro cosechó numerosos elogios por la supuesta novedad de inventar una heroína a medio filo entre la cordura y el delirio. Esta modestísima producción de género no tendrá las florituras ni los efectos bombásticos de montaje y luz del filme de Aronofsky, pero su efecto final es más duradero y le debe menos al estilo que al trabajo de su actriz.

La casa muda no entrega todo lo que prometen sus primeros 20 minutos, pero sin duda está lejos del uniforme y mercenario cine de terror industrial que llega a nuestras salas. Tiene ritmo, atmósfera y su trama carece de grandes efluvios de gore y destripamiento, porque el verdadero horror no sucede ante nuestros ojos, porque los reales monstruos de la historia estuvieron todoel rato ocultándose a simple vista.

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