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Crítica de cine: La vida de los peces

En este guión nada está de más y eso hay que agradecerlo. Sin embargo, después de cuatro películas se hace urgente sacar el periscopio y salir a buscar nuevas aventuras.

Esta debe ser la mejor película de Matías Bize hasta ahora. Más que un elogio, es la constatación de que todas sus cintas anteriores fueron ensayos para llegar a este nivel de precisión en el guión, la puesta en escena y las actuaciones, todos atributos evidentes de La vida de los peces.

Sus cuatro películas anteriores se han centrado en el espacio íntimo de parejas bajo presión o ante oportunidades que podrían no volver a repetirse: la posibilidad de casarse (Sábado), de conocerse verdaderamente (En la cama), de despedirse y terminar una relación (Lo bueno de llorar) y ahora, de reencontrarse y posiblemente volver a comenzar. El asunto va más allá de una preocupación puramente generacional: más bien, sus personajes masculinos pueden ser el mismo hombre tímido, enfrentado a mujeres fuertes (tres veces Blanca Lewin, y una Vicenta N'Dongo que es casi más fuerte que  Lewin); mujeres de armas tomar, pero agotadas de pasarlo mal ante esa "sensibilidad" masculina que bien podría ser simplemente cobardía de vivir.

En esta ocasión el protagonista es Andrés (Santiago Cabrera), de paso en Santiago después de vivir 10 años en Alemania, y que se aparece en el cumpleaños de Pablo, el hermano de quien fuera su mejor amigo. Allí se encuentra con Beatriz (Blanca Lewin), el gran amor de su pasado, pero que hoy ha hecho otra vida y tiene dos hijos. La película transcurre íntegramente en la situación del cumpleaños, en una sola noche, tal como sus dos cintas anteriores.

Hacer películas intimistas, en espacios cerrados y en tiempos delimitados es un desafío mayor para la realización y el guión, ya que hasta el detalle más pequeño, si está mal puesto, puede hacerse estridente y molesto. Por ejemplo, en el filme En la cama, las actuaciones principales estaban muy desniveladas y casi todo el peso de la película recaía sobre los hombros de Blanca Lewin. Eso no ocurre con su contraparte esta vez, porque Santiago Cabrera, a ratos, está descollante y su presencia sostiene la película.

La autoexigencia de eliminar de la narrativa todo vestigio de estridencias puede llevar a una precisión espartana: la primera hora de La vida de los peces está construida en 10 secuencias de exactos seis minutos de duración cada una. En este guión (quizás con excepción de la secuencia de la nana de la casa) nada se siente que esté de más y eso es para agradecerlo. Si no se siente demasiado controlado es porque la fotografía de Bárbara Alvarez y el arte de Nicole Blanc agregan calidez a esa precisión.

Sin embargo, lo que queda en debe, esta vez, son los temas. Ya no se nota en las películas de Bize una falta de madurez en su capacidad de realizador (esa ya está probada a nivel internacional). Lo que falta que maduren son sus preocupaciones y aquello que moviliza a sus personajes, en especial a los masculinos. Después de cuatro películas, se hace urgente sacar el periscopio y salir a buscar nuevas aventuras. Hacerlo sin temer que eso podría desnaturalizar lo hecho hasta ahora es un desafío esperable e interesante. Curiosamente, como les pasa a sus protagonistas, esta sea una oportunidad que no se deba dejar pasar.

Director: Matías Bize.

Reparto:  Santiago Cabrera, Blanca Lewin, Antonia Zegers.

Género: drama.

País y año de producción: Chile/ Francia, 2009.

Sitio oficial: www.lavidadelospeces.cl

Duración: 84 minutos

Calificación: TE

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