Tal como ocurrió con los navegantes del siglo XV, los jóvenes millonarios de internet son objeto de fascinación y quizá no hay historia más emblemática que la de Mark Zuckerberg: hoy, a los 26 años, es el billonario más joven del mundo desde que cuando tenía 20 años (todavía en segundo año en Harvard) inventó Facebook, la red social en internet más grande del mundo.

El origen de Facebook y la manera en que Zuckerberg enfrentó demandas de quienes fueran sus amigos en los inicios del negocio son temas que rozan la mitología en esta película. David Fincher (El club de la pelea, Los 7 pecados capitales), sobre un guión de Aaron Sorkin (Cuestión de honor, la serie The west wing), reconstruye el relato sobre la base de los interrogatorios legales. Los cargos contra el inventor de Facebook son que la idea original no habría sido suya y que vía resquicios se habría desecho de  Eduardo Saverin, su primer socio.

El guión se la juega por la hipótesis de que no puedes volverte millonario sin traicionar a un par de amigos. En la puesta en escena de Fincher hay algo más: siente simpatía por este desgarbado y semiautista chico judío, como si inventar Facebook fuese una respuesta natural ante el rechazo de la elitista comunidad de Harvard. Más que embobarse en el anecdotario de la creación de Facebook, su interés está en la "lucha social" de Zuckerberg, y en cómo su invento puso en entredicho otras redes sociales más difusas, pero poderosas (riqueza, fraternidades, influencias, clubes sociales).

Fincher observa un acto de liberación en la traición de Zuckerberg. Lo hace con una mirada parecida a la de Coppola y Scorsese sobre los asesinatos mafiosos de El Padrino y Buenos muchachos. Hay algo provocador y fascinante en este prisma: el orden establecido no es justo, y por lo mismo no puede romperse limpiamente. A diferencia de Oliver Stone y su lamentable secuela de Wall Street, Fincher entiende mucho mejor los hilos que mueven los codazos del capitalismo: no es sólo un asunto de ambición y lucro; es un asunto de sobrevivencia extrema. Con muy pocos elementos, Fincher hace una de las mejores películas de este año y renueva la confianza por el cine que llega a la cartelera comercial. Al menos por un rato.