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Crítica de cine: Transformers: El lado oscuro de la luna

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Uno podría considerar que después de dos más bien fallidas partes, Michael Bay -conocido por ser la representación máxima del exceso pirotécnico en Hollywood- podría haber aprendido la lección. Y que en esta tercera parte de la saga de los Transformers, que describe la batalla a muerte entre los heroicos Autobots y los malvados Decepticons, se la habría  jugado por una cinta algo más coherente. No sólo en historia, sino que también en las secuencias de acción. Lamentablemente, Michael Bay no aprendió nada de nada.

En esta ocasión, la película comienza con el alunizaje del Apolo 11en la Luna, en 1969. La sorpresa es que ahora aprendemos que los astronautas pillaron algo más que arena. A partir de ahí, se genera una carrera impulsada por un nuevo robot, Sentinel Prime (que tiene la voz del Sr. Spock) para hallar cierta tecnología que sería decisiva en la guerra de estos robots. El problema para los humanos es que todo culminará en una apocalíptica batalla en medio de los rascacielos de Chicago.

Es cierto que los blockbusters clásicos norteamericanos tienen en común el ser una experiencia escapista a la que no se le debiera exigir demasiado en términos intelectuales. Pero esta tercera parte lleva esos niveles a un extremo de indolencia y tontera que escapan a cualquier lectura. Es una caricatura con personajes creados por computador y algunos de carne y hueso.  No tiene alma. La historia no tiene razón de ser. Menos lógica. Es sólo una excusa para poner en pantalla (y en aceptable 3D) un asalto sensorial con excelentes efectos especiales en donde colosos de metal se agarran a coscachos en una lluvia de explosiones y chispas mientras destruyen la ciudad. De hecho, la mejor -y más inverosímil secuencia- es aquella cuando los Decepticons rompen la altísima y famosa Torre Willis, mientras nuestros héroes tratan de salvarse entre los destrozos.

Por cierto, Megan Fox, otra buena razón para pasar las dos horas y media de duración de estas películas, ya no está. En vez, tenemos a la debutante inglesa Rosie Hurlington-Whitey que cumple su rol de mujer objeto que nunca deja de estar vestida de gala y de taco alto mientras se suceden las explosiones, pero que carece de esa aura pulposa de la Fox. Una lástima.

Inspirados en la línea de juguetes creados por Hasbro en los 80s, estos Transformers carecen de personalidad y en pantalla aparecen como una majamama de metal difícil de distinguir entre uno y otro. De hecho, cuesta distinguir quiénes son los buenos y quiénes los malos. A Bay parece darle lo mismo. Lo que importan son las explosiones. Y dejar el cerebro fuera de la sala.

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