Histórico

El Papa exigente

La evidencia disponible sugiere que será un Pontífice difícil para moros y cristianos, que obligará a replantear preguntas que ya parecían respondidas.<br>

QUIZAS HOY, que es Jueves Santo, sea un buen momento para detenerse a reflexionar sobre el Papa Francisco. Es cierto que lleva sólo unos pocos días como Pontífice y eso obliga a ser muy prudente en las consideraciones que sobre él puedan hacerse. Así y todo, la evidencia disponible hasta ahora sugiere que éste será un Papa difícil para moros y cristianos. Un Papa exigente que obligará a replantear preguntas que ya parecían respondidas, pero a las que siempre es útil darles otra vuelta.

Los que no creen deberán acostumbrarse a oír a un Papa que prefiere una Iglesia que salga al encuentro de la gente como la esposa de Cristo, no meramente como una "ONG piadosa", apelativo que él usó y que es como tienden a entenderla muchos. Esto significa que cuando se evalúa su actuación en el mundo concreto, no debe olvidarse que está motivada por un interés sobrenatural. No es que se les exija a los ateos que se conviertan, sino que comprendan que los católicos sí creen y que ello condiciona su manera de actuar.

A todo católico suele chocarle la obsesión de algunos observadores por evaluar la tarea de la Iglesia en categorías estrictamente humanas, que no toman en cuenta la dimensión sobrenatural que la anima y que constituye su razón de ser. Esa falta de empatía se advierte en la majadera insistencia por aplicarles categorías ideológicas (conservadores versus liberales, por ejemplo) a los miembros del clero y por señalar que en el Vaticano todo es política y nada más.

Los que no saben leer adecuadamente a la Iglesia corren el riesgo de cometer errores de juicio muy serios al analizar una institución cuyos tiempos e inspiración son distintos. Un caso: durante la Segunda Guerra Mundial, Churchill trataba de convencer a Stalin de que no era bueno enemistarse con el Vaticano por Polonia, un país católico. El dictador soviético le respondió con soberbia ("¿Cuántas divisiones tiene el Papa?") e instaló una dictadura comunista en Polonia. Cuarenta años después -el equivalente a un suspiro en la milenaria historia de la Iglesia-, el imperio que Stalin construyó en Europa Oriental comenzó a desmoronarse en Polonia bajo el influjo del sindicalismo católico de Lech Walesa y del Papa Juan Pablo II. Stalin no comprendió dónde reside el verdadero poder de la Iglesia y la Unión Soviética lo pagó caro.

Pero Francisco será también un Papa difícil para los creyentes. El Pontífice no se anda con rodeos y usa un lenguaje directo para interpelar a los católicos a dar testimonio de su fe en cuestiones concretas. Si se permite la comparación, podría decirse que mientras Benedicto XVI sugería e insinuaba en el tono académico de un gran maestro, Francisco grita con toda la fuerza de un misionero. El primero enseñaba con palabras; el segundo, con gestos. Distintos carismas, idéntico mensaje.

Detrás de esos gestos -desde los zapatos sencillos al hecho de no usar el departamento pontificio- hay una demanda evangelizadora especialmente dirigida a los católicos, que a menudo escogen a la carta qué preceptos de la fe seguir y cuáles ignorar. El Pontífice se preocupa de su grey y, con una sonrisa, le exige coherencia y compromiso. En muchas ocasiones ello provocará incomodidad. Al Papa Francisco parece no importarle, pues sabe que el vicario de Cristo en la tierra, tal como su maestro, debe ser signo de contradicción.

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