El siglo XX chileno en 100 días
Dos jóvenes historiadoras ofrecen un "coro de relatos" del siglo pasado dedicado al gran público, que incluye libros, discos, elecciones, terremotos y revueltas memorables.

Algo pasó el 3 de octubre de 1951. Algo que entonces algunos consideraron importante y que, con los años, muchos más asumieron como hito en la historia de las letras locales. El año anterior, la novela Tiempo irremediable había obtenido mención honrosa en un concurso de la Sociedad de Escritores de Chile. Su autor, Manuel Rojas, reescribió algunos pasajes y ese miércoles 3 de octubre apareció Hijo de ladrón, bajo la etiqueta Nascimento.
La obra, de corte autobiográfico, rezuma crudeza, usa recursos estilísticos inhabituales para el medio local y empieza, ese día, a labrar su estampa de clásico. Por eso y por otras cosas, en lo que concierne a Bárbara Silva y Josefina Cabrera, el día de su publicación es uno de 100 para destacar del siglo pasado chileno. Tal como el día en que los Jaivas lanzaron Las alturas de Machu Picchu, en que se suicidó el líder comunista Luis Emilio Recabarren o aquél en el que se impuso la opción “No” a la prolongación en el poder de Pinochet.
Un día para recordar, uno por cada año a lo largo de 100, en ámbitos muy diversos de la vida nacional y de la relación del país con el mundo. Es lo que propone Chile: Cien días en la historia del siglo XX. Un “coro de relatos”, al decir de sus autoras, que va caracterizando épocas, procesos y trayectos. El libro ya está en los escaparates y es de los que pujan por llamar la atención de un lego capaz de interesarse por la historia si la propuesta le resulta atractiva. Todo un tema en el mercado local.
“La idea era que el libro se construyera a partir de un conjunto de relatos breves, y así acercarlo a lectores no especializados, a cualquiera que quiera leer historia”, plantea Bárbara Silva, académica del Instituto de Historia UC y también autora de Identidad y nación entre dos siglos (2008). “Buscamos mostrar lo diversa y multifacética que puede ser la historia y que es posible entrar al pasado a través de distintas temáticas y puntos de vista”.
Tras una etiqueta
No es cosa de llegar y ampliar el público, eso sí. Por un lado, los llamados a producir obras de esta naturaleza, los historiadores profesionales, se ven presionados por la necesidad de figurar junto a sus universidades en publicaciones académicas, debiendo sus libros adecuarse a este rigor. Por otro, hay quienes consideran que divulgar es hacer algo que no es historia: no por nada, una académica de la U. de Chile, años atrás llamó “chismografía erudita” al exitoso XIX. Historias del siglo 19 chileno). Por cierto, no es cómo lo ven las autoras del libro que acaba de aparecer.
“La etiqueta ‘divulgación’ se ajusta a este caso”, dice Silva. “A través de un formato novedoso y de un lenguaje cercano se busca ampliar el universo de lectores de historia. Esa historia de divulgación, de hecho, nos hace mucha falta”. Y en este espíritu se manifiesta también a Josefina Alemparte, la directora editorial de Planeta en Chile.
“Cuando llegué a Planeta se estaban publicando los libros de Hernán Millas, que funcionaban súper bien, y había ciertos referentes que habían dado muy buenos resultados en sus países de origen”, plantea Alemparte, citando obras como Mitos de la historia argentina, de Felipe Pigna, y 365 días para conocer la historia de México. “Ese formato de los días para conocer la historia es interesante como forma amena de divulgación: son libros que pueden leerse como un todo y también como pequeñas historias”.
En este caso, como deja clarísimo el título, cada día tiene su afán. Y cada tema es una puerta que se abre a cuestiones sociales, políticas, culturales y naturales que rara vez conviven en una misma obra: de la “revolución de la chaucha” (1949), cuando el alza del transporte desató la ira de los santiaguinos, a las fundaciones de la U. de Concepción (1919) y de la Radio Chilena (1923); de la cuasiguerra con Argentina, en 1978, a la crisis asiática del ’97 y la detención de Pinochet en Londres, al año siguiente.
El criterio de diversidad deriva en la presencia de ítemes 100% previsibles, pero también la de otros ajenos a todo canon historiográfico (la inauguración del Observatorio Paranal, en 1996, o el éxito arrasador de Adiós al séptimo de línea, en 1955) o hechos que participan en “memorias alternativas” del devenir político local. Ahí está la “masacre de la Plaza Bulnes”, de 1947, y el nacimiento de la población La Victoria, diez años después.
¿Se trata de “descentrar” la historia? Sí, responde la coautora. “Descentrar esa historia que tiende a relatar exclusivamente el devenir de la política y del Estado, sin dejarlos fuera, por cierto”. Y aclara que el libro no pretende instalarse en las “batallas de la memoria”. La memoria, remata, “es construida por las sociedades, no impuesta desde alguna parte”.
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