Esteban Pinto: ''Yo no sé andar en bicicleta''

No importa dónde o en qué situación esté. Una comida, una fiesta o en el trabajo, cada vez que lo digo me miran como si hubiera pasado mi infancia en Marte. Hola, soy Esteban Pinto Moya, periodista, 40 años y no sé andar en bicicleta.
A eso siguen siempre las mismas preguntas: “¿Tus papás nunca te enseñaron?”. No. “¿Lo intentaste?”. Sí, tres veces en distintos momentos. “¿No te da lata?”. Hasta los 30 me daba. Ahora ya es parte de mi identidad. Y por último, la que más me gusta: “¿Y sabes nadar?”. No tan bien como quisiera, pero sí.
No voy a hacer terapia, sólo voy a explicar cómo pasó. Mis padres fueron muy aprensivos conmigo cuando era niño, sobre todo después de que un tío traumatólogo llegara de un turno contando que alguien de mi edad había perdido un testículo con los rayos de su bicicleta. Esa historia fue mi condena. No me enseñaron, aunque sí me regalaron un triciclo. Los otros niños me miraban raro, a veces se burlaban. Nada muy traumático, pero se reían.
A veces lo siguen haciendo. Hace un tiempo le conté a una amiga que estaba haciendo spinning y la pura idea de verme con casco, patas ajustadas y polera ceñida al cuerpo como si fuera un profesional sobre una bicicleta estática, le produjo carcajadas. Yo también lo encontré divertido, al principio, pero me pareció un exceso que media hora después todavía se siguiera riendo.
Cuando tenía 10 años un vecino más chico intentó enseñarme. Lo tomó casi como un reto personal. Tratamos en el patio de su casa, él me empujaba y yo miraba el suelo aterrado y me aferraba al manubrio. “Pedalea y mira al frente”, me decía y yo no entendía las instrucciones. Después de más de una hora de intentos frustrados, me bajé con la cara roja de vergüenza, le di las gracias y me fui. Él insistió un par de veces más, pero no quise y a los pocos meses se cambió de casa y no lo volví a ver.
A fines de los 80, ya casi un adolescente, dos amigos trataron de ayudarme y salimos a practicar en la plaza Ñuñoa. Quería, pero no lograba pedalear, me preocupaba caerme, y me daba vergüenza que la gente me viera. Finalmente mis compañeros se cansaron y partimos de vuelta con la vieja bici Oxford a pie.
En 2006, fue una ex novia la que lo intentó. Un sábado, otra vez en Ñuñoa. Cual papá de comercial, ella empujaba la mountain bike conmigo arriba. Una vecina empezó a gritarme instrucciones y a decirme que confiara. La odié. La novia se cansó y creo incluso que le molestó que no lo consiguiera.
Ahora ya no creo en las personas que me juran de guata que pueden enseñarme. Tras la sorpresa que produce mi declaración, amigos y conocidos empiezan a analizarme, quieren saber si tuve un problema, un trauma, si mis padres eran ausentes. Y yo respondo con paciencia a todo que no. Creo que el único responsable soy yo. No me enseñaron, pero yo tampoco lo intenté. Me faltaron el valor y las ganas.
Ahora la bicicleta está de moda, está lleno de ciclistas, talleres mecánicos, tiendas, ciclovías y me pregunto si no debería tratar una vez más, antes de que me lleguen los cincuenta o me empiecen a doler las rodillas. Pienso en eso mientras empujo a mi hija de cuatro años que va feliz gritando “más rápido” en su bicicleta rosada con su casco de la Doctora Juguete.
Un método para niños y grandes
Aprender a andar en dos ruedas es una tarea pendiente para muchas personas. Por eso, Macleta, agrupación de ciclistas dedicada a promover el uso de la bicicleta entre las mujeres, creó en 2008 una escuela para enseñarles a las adultas que quieren aprender. Ya han realizado veinte versiones y tienen 692 graduadas, prácticamente todas con éxito. Cada ciclo dura entre seis y ocho semanas, y las clases se realizan los domingos durante las mañanas en las CicloRecreoVías. La próxima versión será entre el 6 de noviembre Y el 11 de diciembre (preguntas a escuela@macleta.cl). También hacen clase particulares a hombres, mujeres y niños.
En internet también hay páginas y videos que ofrecen consejos para lograrlo. Todas enfatizan en que nunca es tarde para empezar y varias proponen el mismo método, también para los niños, que tiene la gracia de que no requiere que nadie empuje y permite practicar con discreción. El primer paso es bajar la silla de la bicicleta para que la persona pueda apoyar los pies en el suelo mientras está sentada. También hay que sacarle los pedales o sencillamente no usarlos, y deslizarse, siempre con casco, por un terreno plano o con un ligero declive, en el que no haya obstáculos ni demasiadas personas (sobre todo por estos días en que los parques están tomados por los jugadores de Pokémon Go). Empujarse con los pies y practicar cuantas veces sea necesario hasta ir logrando equilibrarse sin tocar el suelo, mirando siempre adelante y con las manos en los frenos. Ya con más confianza seguir practicando, pero ahora en vez de en línea recta, en zigzag, para dominar la bicicleta y aprender a frenar. Poner los pedales y usar uno para poner la bicicleta en movimiento y avanzar. Luego hacer lo mismo con el otro. Repetir una y otra vez y luego empezar a pedalear. Una vez que ya se tiene suficiente confianza, subir el asiento.
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