La solución elitaria
El liderazgo de Lagos parece reordenar a una parte de la elite desorientada frente al país que ha emergido, pero objetivamente le dice poco. <br><br>

NO PARECE que haya sido una buena idea para la renovación de liderazgos y de las agendas, la de permitir la reelección de los expresidentes luego de transcurrido un mandato. Con la decisión de Lagos, todos los expresidentes post 90 -a excepción de Aylwin- habrán intentado o habrán sido nuevamente presidentes. Frei Ruiz-Tagle lo intentó sin éxito, Bachelet logró la reelección, y la presidencial de 2017 podría tener como protagonistas a dos expresidentes: Piñera y Lagos.
Este escenario de expresidentes que continúan orbitando y que no jubilan políticamente, no sólo bloquea la emergencia de nuevas opciones, sino que sitúa el debate político en una infinita lucha interpretativa sobre el pasado más que en el futuro. Más allá de cualquier voluntad, la candidatura de Lagos retrotraerá el debate a la valoración de su primer gobierno y, más ampliamente, de la transición.
Cabe también preguntarse por el real impacto de esta decisión. Teniendo presente la desafección de la política y la impugnación ciudadana a la elite, habría que interrogarse en qué grado la decisión de Lagos altera los términos de la actual realidad política. Si estamos frente a una solución elitaria que intenta resolver desde "arriba" la crisis o a una decisión que pudiese tener algún impacto en la recuperación de las confianzas ciudadanas. El liderazgo de Lagos parece reordenar a una parte de la elite desorientada frente al país que ha emergido, pero objetivamente le dice poco y no parece ilusionar a una ciudadanía que ha perdido su confianza en la política realmente existente. Luego del anuncio de Lagos, sintomáticamente, sólo se han conocido opiniones favorables desde la elite política y empresarial, pero ninguna positiva desde actores o movimientos sociales o ciudadanos. En este sentido, es posible pensar que estamos ante una decisión menos relevante, en sus consecuencias, de lo que parece.
Esta pérdida de importancia que hoy tienen las decisiones intraelite tiene que ver con que hoy el problema no pasa sólo por ganar una elección sino por poder gobernar; y que aunque no da lo mismo quien gane el gobierno, éste tendrá problemas sistémicos parecidos. El gobierno de Piñera gobernó con gran dificultad con un complejo 2011 de por medio, y la actual administración, de signo opuesto, ha descendido a un 15% de adhesión, en un paradójico escenario en que se piden reformas pero no se apoyan las que están en curso. Si los candidatos son finalmente Lagos y Piñera, el escenario de esa disputa, y de sus eventuales gobiernos, va a seguir siendo una democracia fatigada, un abstencionismo electoral en ascenso, movilizaciones sociales masivas y políticamente huérfanas, y una ciudadanía desacoplada de los procesos de representación política.
El anuncio de Lagos ha producido cierto entusiasmo y adhesión en la elite. Decidores son los tempranos apoyos de Andrés Zaldívar y Andrónico Luksic (hay apoyos que dicen más que mil palabras), pero hasta ahora es un anuncio que transcurre entre la desconfianza y la indiferencia ciudadana.
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