Histórico

Las inconsistencias del amor

La obra maestra Los exiliados románticos narra el destino de un puñado de rusos excéntricos.

Fueron personas de carne y hueso que una mañana de invierno, a comienzos de 1847, dejaron Moscú para aventurar una vida en París y sus alrededores, buscando la plenitud de los ideales políticos (al fin anarquistas) y amorosos de conjunción espiritual grupal, sin poder olvidar jamás su país de origen. Pero la inmortalidad romántica no les llegó en vida, sino varios años después de muertos, cuando el historiador inglés E.H. Carr los transformó en objetos de una investigación rigurosa. Carr, que al pisar Rusia en los años 20 se fascinó para siempre con la historia del país, leyó sus cartas, conoció a sus descendientes, buscó sus documentos y articuló tan perfectamente sus vidas que parecen sacadas de una novela. Siempre cercano a lo verificable, pero en busca de aquello que hay de subjetivo en la pasión, el autor construye una obra que recuerda más a las novelas de Stendhal o de Turgueniev (personaje que apenas aparece en el libro) y verifica así el drama humano de creer y soñar en una existencia superior, mientras la vida real es mucho más escueta e implacable.

Este grupo de exiliados rusos del siglo XIX tiene como protagonista a Aleksandr Herzen, anarquista y pensador a quien el tiempo va situando en el panteón del marxismo. Ellos escapan de la opresión de la Rusia zarista y se convierten en actores de la vida cultural europea. Su viaje a la capital francesa y posterior periplo son el telón de fondo en el que se despliegan unas relaciones humanas deliciosamente tortuosas: detrás de la historia política aparece la verdadera historia, personajes cegados por su supuesta fe en el amor, bajo la cual sucumben sin más trascendencia que la idealización y la dificultad de lograr la soñada consistencia romántica entre el arte y la vida.

Carr explica en estos términos el pensamiento de la mujer de Herzen, Natalia, quien creía ser fiel a la vida comportándose como si estuviera dentro de una novela de George Sand: "La divinidad del amor era para Natalia, como para Madame Dudevant, el artículo esencial de la religión. Y ambas creían que los artículos de la religión se han hecho para ser aplicados a la vida práctica. Era imposible que amar fuese algo malo y el amor por ser divino debía derramar la felicidad, no sólo sobre quienes estuvieran gozando de él de un modo inmediato". La sagacidad psicológica del autor para inquirir en los efectos prácticos de la intimidad logra mostrar el espíritu de una época volátil y escurridiza. Rusia, en tanto, la patria desde la que comienza este sueño, se transforma en una construcción insondable de la que todos hablan pero nadie conoce en su realidad tremenda.

Herzen es sin duda el héroe espiritual de esta galería de retratos que incluye al mismísimo Bakunin, personaje que Carr logra mostrar en su ramplona humanidad: un oportunista que para poder pensar se apegaba a la generosidad de sus amigos burgueses (tanto lo fascinó que le dedicó un libro aparte, como hizo con Dostoievski y Marx). En Herzen se admiran sus dichos (explica la superioridad del ruso porque "no es un maniquí social como los franceses, o una abstracción linfática como los alemanes, o una repugnante criatura de hábitos fijos como los ingleses") y sobre todo su estoicismo. Es, al fin, el único que se mantiene fiel al amor en medio de los círculos de traición que componen el devenir de los personajes. Carr lo vuelve inmortal, explicable, perdurable, quizá más real de lo que fue en vida. Pues donde todos vieron sólo la ideología, Carr vio el interior, la inconsistencia entre ambas, el patetismo y lo sobrecogedor. Y prueba así que la historia, para ser fiel, tienen que está muy cerca de la literatura.

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