Histórico

Piglia y sus años de formación

El autor argentino edita Los diarios de Emilio Renzi, el inicio de una trilogía autobiográfica que parte en los 60, donde apunta su convicción por ser escritor, su pasión por la literatura norteamericana y su primer encuentro con Borges.

El abuelo Emilio había participado en la Primera Guerra Mundial. Su labor: escribir las cartas anunciando la muerte de sus seres queridos a los familiares de los soldados caídos.

Es la década del 60 y el abuelo vive en Adrogué, lugar ubicado a 23 kilómetros de Buenos Aires. En su dormitorio conserva cientos de cartas que nunca envió, mapas  y objetos de soldados fallecidos en la trinchera. No sabe mucho qué hacer con el material, y le propone a su nieto que clasifique esos fragmentos de historia.

Su nieto, Ricardo Piglia, alucina con esas vidas truncadas y ajenas. “Teme perder sus mapas, las fotos, las cartas; me contrató para que le ordenara su archivo, me paga un sueldo, etc.”, anota el joven en uno de sus cuadernos que comenzó a llenar desde que tenía 16 años. Dos años después, el nieto entra a estudiar Historia en Mar del Plata. Su “Nono” le regalará unos prismáticos de un oficial francés.

Las huellas iniciales del trayecto de Ricardo Piglia (1941) se pueden leer en Los diarios de Emilio Renzi. El volumen, subtitulado como Años de formación, se publica ahora por el sello español Anagrama. El ejemplar recoge sus cuadernos que van desde 1957 a 1967. Conformada como una trilogía, el próximo año saldrá Los años felices, y al siguiente, Un día en la vida. En total, el registro de medio siglo de vida.

El narrador, uno de los autores vivos más importantes de Hispanoamérica, que hoy a los 73 años padece los efectos de una esclerosis lateral amiotrófica (ELA), llegó a reunir 327 cuadernos. El autor de Respiración artificial, Premio Rómulo Gallegos por Blanco nocturno, Premio Iberoamericano de Letras José Donoso y de Narrativa Manuel Rojas por toda su obra, inicia sus diarios con la convicción de ser escritor.

“¿Cómo se convierte alguien en escritor? No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción...”, apunta Piglia en Los diarios de Emilio Renzi. “Hay episodios narrados en los cuadernos que ha olvidado por completo. Existen en el diario pero no en sus recuerdos”, dice Piglia, quien juega en su bitácora con la escritura en primera y en tercera persona. Emilio Renzi es su alter ego.

El diario comienza en 1957 con el cambio de hogar de la familia. De Adrogué a Mar del Plata. El clan lo integran el padre, un médico peronista, perseguido políticamente, la madre Aída, el hermano Carlos y Ricardo Emilio Piglia Renzi, de 16 años. “Nos vamos pasado mañana. Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo”, es la primera entrada de los diarios. En la nueva ciudad, el autor compra sus primeros libros: La peste, de Albert Camus y El oficio de vivir, de Cesare Pavese.

“Pavese habrá de ser visto, seguramente, como el hombre que ha escrito en El oficio de vivir algunas de las páginas más memorables de la literatura contemporánea”, anota el joven lector compulsivo. También asiste al cine y conoce a sus primeros amores. Ve películas de Fellini, Hitchcock y Kurosawa. “Paso todo el tiempo en el cine de lunes a viernes, como si fuera un loco que ha sido privado de películas, un mendigo que quiere sentarse tranquilo en las oscuras salas o un cinemaníaco nómade”, señala.

Sale con una chica llamada Elena. Hay otra también dando vueltas. Es Helena con H. Más tarde vendrá Vicky. “No creo que yo sea un cara pálida ni un piel roja, pero las chicas igual se interesan por mí. Las seduzco con la palabra”, anota el escritor que se va alejando de la familia, para comenzar su propio recorrido. “Mantengo en secreto por ahora mi decisión de convertirme en un escritor”, anota con 19 años.

Encuentros esperados

Estando en la universidad, Ricardo Piglia se define como “anarquista”. Participa activamente en asambleas. Los jóvenes del Partido Comunista no lo toleran. Le va bien. “Saqué 10 en el parcial de Filosofía”, dice. Se hace cargo de la revista de sociedad y literatura llamada Liberación. Cuenta que fue revelador leer en clases El Capital, de Marx, “sobre la acumulación primitiva, es decir, sobre el origen del capitalismo (...) Una historia de una dimensión épica legendaria”.

En 1963, con 22 años, vive independiente. “Conseguí trabajo como ayudante de cátedra en dos materias y empecé, por primera vez, a ganarme la vida y también - tal vez como resultado de tener un trabajo- a vivir con una mujer uruguaya, Inés, lo que he llamado ‘mi primer matrimonio’, aunque por supuesto no nos casamos ni nada parecido”, anota.

Lee las obras de los autores norteamericanos William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald, Hemingway, Saul Bellow y Bernard Malamud. Los rusos Gogol y Dostoievski. “Faulkner es el mejor de todos”, concluye.

Llega el encuentro esperado. “En el centro de estudiantes organizamos un ciclo de conferencias y decidimos, claro, empezar con el viejo Borges”, escribe Piglia. Lo va a visitar a la Biblioteca Nacional, en Buenos Aires. Hablan de Lugones, Kipling y de Chesterton. “Envalentonado por el clima de intimidad y agradecido por la sensación de estar hablando con alguien de igual a igual (...) Le dijo que veía un problema al final del relato La forma de la espada”, señala y agrega conforme: “En fin, me reconoció como escritor, ¿no es cierto?, dijo Renzi”.

Prepara su primer libro de relatos, La invasión. En el diario hay fragmentos de cuentos y tramas policiales. “Extraño, Julio Cortázar elogia mi cuento Desagravio, que publiqué hace tiempo, en su carta a un amigo (A. C.)”, escribe. A la vez que avanza en sus estudios, trabaja en una editorial como freelance. En ese ambiente conoce a los autores argentinos Haroldo Conti, Rodolfo Walsh, Edgardo Cozarinsky, Juan Gelman y Francisco Urondo.

Tras leer Cien años de soledad, de García Márquez, reflexiona: “La prosa es muy eficaz y también muy demagógica”. De Vargas Llosa, cree: “Habrá que analizar el modo en que arruina sus novelas por el exceso de ‘inteligencia’ en las trampas de la estructura...”. Y de Ernesto Sabato, agrega: “La solemnidad de su prosa lo lleva -sin tregua-, una y otra vez, al ridículo”.

Viernes 13 de octubre, de 1967, anota un hecho histórico: “Si es cierto que en Bolivia mataron al Che Guevara, algo ha cambiado para siempre en la vida de mis amigos y también en la mía”.

Llega un cartero con un telegrama. Primera mención por su libro de cuentos en Casa de las Américas. El premio consiste en la publicación en La Habana y en Buenos Aires. Jaulario, se llamará en Cuba y La invasión, en Argentina, donde aparece con una tirada de 10 mil ejemplares.

El escritor tiene 26 años. Le queda camino por recorrer. “De todos modos también este cuaderno se va a releer en el futuro y recuperará entonces algún sentido dentro de unos meses o, quizá, mañana mismo”, anota con razón.

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