Histórico

¿Quién creó a Donald Trump?

Partió como un chiste, un meme que ni los medios ni los analistas ni los políticos se tomaban en serio; un candidato extravagante y malhablado que aliñaría las elecciones. Pero contra todo pronóstico, Trump se volvió una opción real, un presidenciable de ideas peligrosas que, pese a que tuvo una mala semana y perdió las primarias en Wisconsin, por ahora tiene más votos en la carrera para ser el nominado presidencial del Partido Republicano. Con algo de extrañeza y culpa, distintos personajes del mundo de la cultura y las ideas están intentando explicar el fenómeno, ya no sólo apuntando al candidato, sino como síntoma de algo mayor y no precisamente divertido.

La desconexión política con la clase trabajadora

Thomas Frank

Analista político e historiador. Autor de Listen, Liberal: Or, What Ever Happened to the Party of the People? (2016).

Dedicado a explorar las tendencias políticas y las guerras culturales de EE.UU., Frank es un analista sumamente escuchado en su país. Tras publicar varios libros sobre los republicanos, ha fijado su mirada en su propio sector, los demócratas. Y en sintonía con la tesis de su último título (ese partido ha fracasado en hacer algo significativo respecto de la desigualdad de ingresos), Frank cree que la falta de empatía con la clase trabajadora es en parte responsable del fenómeno Trump. Lo dice en un extenso artículo publicado en The Guardian bajo el título “Millones de norteamericanos comunes apoyan a Donald Trump. He aquí el porqué”.

A Frank le parece que las extravagancias y posturas extremas del candidato no son extensibles al público que está votando por él. No es llegar y asumir que porque defiende posturas racistas, sus seguidores serán racistas. Ese error, observa, lo han cometido varios analistas. Para los medios, dice Frank, “sus partidarios no son sólo incomprensibles, sino que no vale la pena comprenderlos”.

Para entender el arrastre de Trump, Frank se dedicó a analizar sus discursos por largas horas. Para su sorpresa, se dio cuenta de que el asunto al que le dedicaba más tiempo no era la inmigración, sino que —por lejos— un tema para él legítimo e incluso de izquierda: el comercio. “Pareciera obsesionarlo: los destructivos acuerdos de libre comercio que nuestros líderes han hecho, las muchas empresas que han trasladado sus instalaciones de producción a otros países, las llamadas de teléfono que va a hacer a los CEO de esas compañías para amenazarlos con aranceles altos a menos que regresen a EE.UU.”.

Dice Frank que estas frases se complementan con otras ideas tradicionalmente de izquierda (críticas a la industria farmacéutica o al lobby de empresas en el gobierno) y con promesas como que no se verá afectado por presiones de empresas, dado que es “tan rico”. “Las posibilidades de que en realidad lo haga, desde luego, es baja”, escribe Frank. “Pero al menos está diciendo estas cosas”.

Tras desarrollar ampliamente cómo el mundo político se desconectó de la hoy muy frustrada clase trabajadora, en especial los demócratas, que prefirieron ser la voz de una clase profesional y creativa y darle la espalda a este segmento que vive hoy en ciudades arruinadas en medio de las prósperas ciudades de ambas costas, concluye que Trump articula una reacción populista acumulada por décadas en contra del liberalismo. El trumpismo sería sólo expresión de una mayor y cruda realidad: “El neoliberalismo ha fracasado completamente”.

La izquierda fue

Douglas Murray

Comentarista político británico. Autor de Islamophillia (2013).

“La izquierda norteamericana tiene un tremendo problema representado en un presidente que se niega a decir terrorismo islámico. Su probable sucesora, Hillary Clinton, tiene el mismo problema”, escribió en The Spectator este joven periodista y escritor. “Cuando la izquierda se niega a identificar de dónde viene el terrorismo islámico, qué lo motiva o incluso si puede ser nombrado, deja el terreno libre para que cualquiera pueda decir o hacer lo que quiera”.

De eso se aprovechó el candidato, analiza Murray: “Suprimir preocupaciones legítimas y una discusión decente inevitablemente conduce a la gente a abordar los mismos temas de forma indecente”. “Podemos agradecerle a la izquierda norteamericana la creación de Donald Trump”, concluye con ironía.

La política antifemenina

Niall Ferguson

Historiador británico. Profesor de Harvard e investigador en Stanford y Oxford.

Para este provocador historiador, experto en historia económica y de las finanzas, cercano a ideas de derecha, el ascenso de Trump es parte de una rebelión contra un cierto tipo de liderazgo político femenino, rebelión que tiene un nombre: “El auge de la política cavernícola”, como tituló su  artículo en el diario Boston Globe.

A diferencia del que representaron Thatcher, Meir e Indira Ghandi en los 80, que tenían “más cojones que el político hombre promedio”, para Ferguson las líderes de hoy              -Merkel y otras 16 presidentas, además de candidatas, como Hillary Clinton- no son sólo mujeres, sino también femeninas y maternales. “El arquetipo es Angela Merkel, cuyo estilo combina labia, multitasking, la habilidad de nunca perder la calma e inteligencia emocional”.

Dice que el enredo que tiene Europa hoy con los inmigrantes es culpa del liderazgo de la canciller, que sólo seis semanas después de haber consolado a una niña palestina en TV abierta -diciéndole que no habría cómo impedir la deportación de sus padres- abrió las puertas de Alemania a los refugiados. “Todo tipo de explicaciones históricas ha habido para su cambio de parecer, pero para mí se trató de la esencia de la política femenina. Del mismo modo, todo tipo de explicaciones históricas se han ofrecido para el surgimiento de Donald Trump, pero ahora veo la más simple. Él es sólo el último abanderado de una revuelta mundial contra la política femenina. Dejen a un lado términos como el populismo y el fascismo: esto es política de las cavernas. No sólo de hombres, sino también agresivamente y groseramente masculina”, explicó antes de sacar a colación a Putin, Xi Jinping, Modi o Erdogan. “Machos man” que hablan con firmeza y sostienen posiciones duras.

Dice el historiador que Trump, capaz de responder 10 veces más fuerte un ataque en su contra, es “la esencia de la política antifemenina”, que se opone también a políticos hombres metrosexuales. La ironía -destaca Ferguson- es que estos nuevos machos de la política no son tan “machos”: Trump nunca ha servido verdaderamente al Ejército y ni siquiera al país, y asegura que un hombre que habla del porte de sus genitales no es un macho. “Es sólo inseguro”.

Contra la corrección política

Camille Paglia 

Académica y feminista estadounidense. Ha apoyado públicamente a Bernie Sanders.

Paglia reconoció hace algunas semanas que no ponderó el potencial político de Trump, al que en su minuto llamó “charlatán de feria”. Todo cambió el día en que vio por YouTube un divertido video casero -hoy muy viralizado- donde dos mujeres afroamericanas de Carolina del Norte defendían a Trump con pasión, casi como si fuera su marido, tras un debate donde fue calificado de machista. “Ese apoyo vehemente me impactó, porque demostró cómo Trump estaba conectando con un público diverso de una forma que los medios tradicionales no se habían dado cuenta”, escribió en  el sitio Salon.com.

Para la académica y crítica social, la honestidad y la energía de Trump se sienten como una ráfaga de aire fresco que barre con “los aburridos clichés y el constante sentimiento de culpa de la corrección política”.  A diferencia de Hillary Clinton, a quien un ejército de asesores le prepara sus declaraciones, Trump aparece como una persona independiente en su discurso y de una actitud inflexible, dice Paglia. “Tiene un machismo retro y fanfarrón, que les da urticaria a las feministas tradicionales. Vive en grande, con el aura urbana de un Frank Sinatra. Pero es un trabajólico que no toma y tiene una interesante tendencia a las mujeres europeas sofisticadas y de carácter fuerte”.

La intelectual cree también que Trump capitaliza la sensación de parálisis del burocrático aparato estatal norteamericano, que es cada vez más enredado y despilfarrador. Y tiene otro atractivo: poner un hombre de negocios en la Casa Blanca es una deuda de larga data para EE.UU.

Los medios 

Nicholas Kristof

Periodista norteamericano ganador de dos premios Pulitzer.

El columnista del New York Times, con una larga trayectoria en cobertura de derechos humanos y derechos de las mujeres, abrió un gran debate cuando hace pocos días dijo en ese diario que no sólo la tóxica manipulación de resentimientos raciales del Partido Republicano es responsable de haber empoderado a Trump, sino que también los medios de comunicación. “Encuesté a una serie de periodistas y académicos, y hubo una visión amplia (aunque no universal) de que nosotros, los medios, la embarramos. Nuestro primer gran fracaso fue que la TV, en particular, le entregó el micrófono a Trump sin chequear lo que decía o examinar rigurosamente su pasado, en una cobarde simbiosis que aumentó audiencias para ambos”, escribe. Observa que Trump apareció justo cuando en un momento en que diarios, canales y sitios web están en un escenario de incertidumbre sobre su futuro financiero, y que con sus declaraciones y controversias el candidato genera clics y puntos de rating.

Kristof cita un análisis que muestra que los medios le han aportado a Trump un equivalente a 1.900 millones de dólares en publicidad gratuita en esta campaña; mucho más que lo que ha recibido cualquier otro competidor. Además, observa, no han destacado sus mentiras, se tomaron inicialmente su candidatura como una broma (“mea culpa”, escribe Kristof) y no le pusieron suficiente atención a la clase trabajadora. “Pasamos demasiado tiempo hablando con senadores, y no lo suficiente con los desempleados”, escribió.

La degradación de la vida pública

Slavoj Zizek

Filósofo y crítico cultural esloveno.

Este filósofo marxista -famoso por mezclar política, psicoanálisis, referencias a la cultura pop y humor negro- no podía restarse de la ola de interpretaciones en torno a Trump. El candidato y los debates republicanos le han recordado una escena de El fantasma de la libertad (1974), de Buñuel, donde los comensales se sientan en unos inodoros alrededor de una mesa. “¿No puede decirse esto mismo de muchos dirigentes políticos del mundo”, se pregunta en una columna en Newsweek titulada “El retorno de la vulgaridad pública”.

Responde con ejemplos de otros líderes que se comportan como si “defecaran” en público: el Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdo?an; el de Rusia, Vladimir Putin; el ex mandatario francés Nicolás Sarkozy y otros cuyas acusaciones e ideas “antes confinadas al inframundo de la obscenidad racista están ganando presencia en el discurso oficial”.

Cree que las normas que conforman el  “sittlichkeit” (concepto de Hegel traducible como moralidad) se están desintegrando, lo que permite decir con impunidad cosas que antes eran impronunciables. “Trump es la más pura expresión de esta tendencia a la degradación de nuestra vida pública”, dice. Lo define como alguien a quien se supone que lo tienen sin cuidado los falsos modales, que dice sin rodeos lo que muchos piensan y que es un tipo común. “Estas vulgaridades no nos deberían engañar: Trump no es un peligroso antisistema”, afirma, recordando que incluso reconoce muchas políticas de los demócratas. “La función de sus provocaciones y arranques de vulgaridad es precisamente enmascarar lo normal y corriente que es su programa”.

“En la actualidad, el lenguaje vulgar es una prerrogativa casi exclusiva de la derecha radical, por lo que la izquierda se encuentra en la posición sorprendente de defender el decoro y las buenas costumbres públicas”, advierte Zizek. Termina con una idea pesimista sobre el sistema actual, coherente con su obra: el verdadero problema reside en las posiciones moderadas y racionales del sistema político capitalista que no convencen a la mayoría.

Un país lleno de ideas grasosas 

Bernard-Henri Lévy

Filósofo e intelectual francés.

Era de esperar que el elegante “filósofo de Francia”, conocido en su país simplemente como BHL, mostrara un rechazo visceral a Trump, pero en su columna publicada en español por el diario El País también hay repudio a EE.UU. y un pesimismo casi apocalíptico respecto del arrastre que el candidato ha tenido. “La sensación que surge cuando uno trata de tomarse en serio lo poco que se sabe de la plataforma de Trump es la de un país en proceso de ensimismarse, encerrarse y finalmente empobrecerse con la expulsión de chinos, musulmanes, mexicanos y otros que contribuyeron a la inmensa mezcla de ingredientes que el país más globalizado del planeta transmutó, en Silicon Valley y en otras partes, en vasta riqueza”, escribe antes de retratar a Trump como “croupier de Las Vegas”, “vulgar payaso de feria” o “repeinado e hinchado de bótox”.

Afirma que la adoración al dinero y el desprecio a los demás, en boca de este “artista de la estafa, con varias quiebras a su haber y posibles vínculos con la mafia, se han vuelto la síntesis del credo americano: comida basura para la mente, llena de ideas grasosas que tapan los sabores cosmopolitas, más sutiles, de la infinidad de tradiciones del gran idilio estadounidense”.

El lenguaje de Trump es en palabras de Lévy el de un país “que les dijo adiós a los libros y a la belleza, que cree que Leonardo es un futbolista y que olvidó que nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas”.

Al igual que otros intelectuales, lo vincula con Berlusconi, Putin y los Le Pen, “una Internacional de la vulgaridad y la ostentación”. “En ellos vemos el rostro de una humanidad de caricatura, una que eligió lo bajo, lo elemental, lo prelingüístico”, afirma.

Y supone que su ascenso es un problema global: “Uno se siente obligado a preguntarse si acaso el trumpismo no será preanuncio (o tal vez clímax) de un capítulo realmente nuevo de la política mundial”.

La cúpula del Partido Republicano 

Josh Barro

Columnista, editor de Business Insider. 

El periodista de 31 años, republicano pero muy crítico de su bando, cree que los miembros del establishment de ese partido todavía no logran entender cómo crearon este fenómeno. Él piensa que es el resultado de un mal hábito: dar espacio a que compitan en sus primarias candidatos de mentira, que no van a ganar y están ahí más por su beneficio personal. Sucedió con Herman Cain la elección pasada, pasó en ésta con Ben Carson y también con Trump, quien, para sorpresa de todos, sí logró capitalizar ese espacio. No es normal que un partido político les dé tribuna estelar a “chiflados y charlatanes durante semanas”, escribe Barro en su columna en Business Insider. Si a eso se le suma que el discurso republicano ha desacreditado importantes instituciones, como los medios de comunicación o las normas del lenguaje, desestimando cualquier queja como corrección política, era cuestión de tiempo para que ese vacío lo llenara alguien como el magnate, sostiene. Los republicanos no serán capaces de proteger a su partido de futuros Trumps si no reconstruyen esas instituciones, argumenta.

La pérdida de la identidad estadounidense 

Charles Murray

Cientista político y miembro del think tank de derecha American Enterprise Institute. 

“El trumpismo es una expresión de la legítima ira que muchos norteamericanos sienten respecto del rumbo que el país ha tomado, y su aparición era predecible. Es el final de un proceso que ha estado sucediendo por medio siglo: el despojo de la histórica identidad nacional de EE.UU.”, escribe Murray en el Wall Street Journal.

El credo americano -igualdad ante la ley, libertad e individualismo- estaría entredicho, dice Murray. En parte por el surgimiento de dos clases sociales, una nueva clase alta, tan rica como educada, que mira condescendientemente al ciudadano promedio, y una nueva clase baja, que emerge de la clase trabajadora blanca, pero que participa menos del trabajo y del matrimonio. El credo también se habría debilitado porque el éxito de los derechos civiles derivó en políticas que entran en conflicto con la libertad y el individualismo, como la discriminación positiva o la igualdad de resultado. Esa nueva ideología la abrazaron los demócratas, consolidándose entre minorías, pero alienando a los trabajadores blancos, sostiene el intelectual.

Pese a que hay elementos de xenofobia entre quienes los siguen, “la verdad central de trumpismo como un fenómeno es que toda la clase obrera tiene razones legítimas para estar enojada con la clase dominante”. Y cree que no es una clase conservadora: “No hay nada conservador en cómo quieren arreglar las cosas. Quieren que un gobierno ahora indiferente actúe en su nombre, a lo grande. Si Bernie Sanders fuera un apasionado de la inmigración, su ideología tendría mucho más en común con el trumpismo que con el conservadurismo”.

El caos mundial

Jonathan Haidt

Psicólogo social estadounidense, profesor de NYU y autor de The Righteous Mind (2012). 

¿Qué ha aprovechado Trump que otros candidatos no?, le preguntaron en el New York Times al prestigioso psicólogo y especialista en moral Jonathan Haidt. “Muchos votantes perciben que el orden moral se cae a pedazos, que el país está perdiendo su coherencia y cohesión, que la diversidad va en aumento y que nuestro liderazgo pareciera ver con recelo o no responder a las necesidades del momento”, contestó. “Es como si se apretara un botón en sus frentes que dice ‘en caso de amenaza moral, cierre las fronteras, eche a los que son diferentes y castigue a los moralmente desviados”.

Para Haidt, Trump no es un conservador: “Es un autoritario, que está beneficiándose del caos en Washington, Siria, París, San Bernardino, incluso el caos en los campus, lo que está creando un electorado más autoritario en las primarias republicanas”.

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