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"Síndrome del segundón": por qué ser el "premio de consuelo" es una buena educación sentimental

Por cada hombre que saca a bailar a una mujer, hay un amigo que se hace cargo de quien la acompaña: la chica menos atractiva. Pero ser la segunda opción tiene un lado bueno: se aprende rápido a filtrar la opinión del resto.

Manuel Guzmán no es más guapo que Iván. No tiene su sonrisa Pepsodent ni su cara proporcionalmente perfecta. Sus dientes están anecdóticamente separados y su nariz es demasiado grande para sus ojos tan pequeños. No tiene cómo responder a los brazos contorneados de su amigo, y su guata prominente evidencia varias cervezas más que el abdomen plano de Iván. Y no lo niega. No lo ha hecho nunca en los 19 años que llevan siendo amigos, cuando se conocieron en el colegio. Al contrario: desde que empezaron a ir a fiestas -de esas en las que se bailaba a un metro de la pareja y en línea recta en el living de cualquier casa-, Manuel entendió que las miradas de sus compañeras no eran para él, sino para el niño mejor peinado, mejor vestido, más sonriente y con más opciones entre las que elegir. Y que años después, sería el tipo con más abdominales que cervezas tomadas.

Ser el amigo del hombre más guapo o de la mujer más codiciada siempre se ha visto como una mala suerte. Desde la lástima. Pensando que cada salida a bailar tiene que ser frustrante, que sentirse la "segunda opción" cuando la más atractiva dijo que no -o se ve fuera de alcance- es un trauma que se esconde y una envidia que germina cada vez que las miradas van hacia el otro. Pero si se asume la dinámica -y la categoría de segundón o segundona-, se le puede sacar provecho a la situación, diferenciándose del amigo o amiga tradicionalmente atractivo. Y de paso, traspasar esa cualidad a distintos escenarios.

Manuel, por ejemplo, es un tipo que sabe conversar. Que hace reír a las mujeres, que sabe lo que tiene que decir para parecer misteriosamente atractivo y para conquistar a las que prefieren una broma irónica a un par de bíceps. Pero Manuel también se asume: muchas veces, es la "segunda opción" de las mujeres a las que les gustaría bailar con Iván, pero que Manuel les viene bien de todos modos. Si Iván no las acepta antes. Es el amigo del tipo guapo, del con más arrastre. Y eso, más que jugarle en contra, le sirvió para darse cuenta rápido que lo suyo no era guiñar un ojo, sino entender de qué quieren hablar las mujeres. Con qué se ríen. Con qué les basta. Y en la conquista, lo suficiente suele ser lo necesario.

"Cada persona desarrolla estrategias que le permiten identificar cuáles son sus fortalezas y mostrar su mejor cara", dice Edmundo Campusano, sicólogo y académico de la U. Central. Y mientras antes se den cuenta de que hay ciertas áreas en las que no pueden competir con sus amigos, más rápido sabrán qué carta pueden jugar ellos. Con qué compensar la falta de encanto del amigo o amiga que acapara las primeras miradas.

Según Raúl Carvajal, sicólogo de la Clínica Santa María, los "segundones" se detectan en la adolescencia: "Entre 6º y 7º básico, cuando se hace la separación entre winners y losers. El winner aspiracional, que intenta entrar al grupo de los bacanes, sin compartir las mismas características, va a ser un 'segundón' más tarde".

Y claro, lo más probable es que lo pase mal. Que se frustre porque el éxito de su amigo no le llegue ni por goteo, que se aburra de tener que conversar con la mujer menos atractiva porque la más guapa es de los "primera opción". Eso, si su autoestima es baja y si no se conoce lo suficiente como para saber cuál es su punto fuerte. "Si lo toma con resignación y  humor", explica Carvajal, "la persona no entra en ese juego, que es un problema sicológico".

Claudia Badilla, de la clínica Ciudad del Mar, está de acuerdo -y prefiere enfocarse en el aspecto positivo: "Se van desarrollando otras habilidades, que se extrapolan a otras aristas y actividades. También de la tolerancia a la frustración". Porque a fin de cuentas, los segundones también quieren tener su encanto y no conformarse con lo que su amigo no quiere. "Todos necesitamos un refuerzo positivo -explica la sicóloga-. La retroalimentación es lo que nos hace guiar nuestro comportamiento, porque buscamos validación y aceptación".

Pero además de pulir lo que se tiene, los segundones que se asumen como tales -y se ríen de ellos mismos- aprenden rápido a relativizar lo que dice el resto. Y lo que significa que te saquen más veces a bailar o que no te rechacen cinco veces en una noche. La sicóloga de la Clínica Alemana Pascuala Donoso sabe que, a fin de cuentas, ser segundón es aprender a priorizar: "El concepto de éxito tiene que ver, más que con la cantidad de veces que te sacan a bailar, con la calidad de las relaciones que puedes mantener. Si quieres tener una relación seria, no te va a importar tener éxito con varios, sino  con uno solo que sientas que es el mejor".

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