Tobias Wolff: "Sueño con escribir el cuento perfecto"
Algunos creen que lo logró. Ahí está el libro Aquí empieza nuestra historia, dicen. Editado y revisado obsesivamente por Wolff, trae los mejores relatos que ha escrito en los últimos 30 años. Compañero de generación y amigo de Raymond Carver y Richard Ford, el autor de Vida de este chico ha tomado la posta de la mejor tradición cuentística de EEUU.
Son las 8.30 de la mañana en Palo Alto, California, cuando Tobias Wolff (1945) contesta el teléfono. Lleva un rato despierto. Mientras esperaba la llamada desde Chile, trabajaba en una novela de la cual no habla por "pura superstición". El tono bajo y cálido de su voz va bien con esa pose calmada en la que suele ser fotografiado, pero no siempre podría ser la de sus solitarios personajes. No. Al teléfono, Wolff no parece un hombre en problemas o a punto de vivir una experiencia reveladora. Tuvo una infancia complicada, peleó en la Guerra de Vietnam, pero hoy ríe sin mucha provocación, cuenta anécdotas y, dado el momento, da rienda suelta a una sabiduría literaria forjada por una vida dedicada al oficio. Wolff es un trabajador. Hace años está buscando el cuento perfecto.
Si en alguna parte están esos relatos perfectos es en Aquí empieza nuestra historia. Desde ya, un volumen ineludible en la bibliografía de Wolff y en la reciente literatura de EEUU. El libro cubre 30 años de trabajo: a 21 cuentos ya publicados, se suman 10 inéditos. "Son los mejores cuentos que he escrito", dice a La Tercera. No es sólo una selección: Wolff revisó cada texto, palabra por palabra, y quitó todo lo que sobraba.
Compañero de generación y amigo de Richard Ford y Raymond Carver (el trío perfecto del "realismo sucio"), desde mediados de los 70 Wolff viene abriéndose paso en la noble tradición americana de Cheever, Fitzgerald, Hemingway y otros. Profesor de la Universidad de Standford, su vida está en sus libros: su nómade y compleja niñez con su madre está en La vida de este chico (1989), sus años en Vietnan en En el ejército del faraón (1994) y, En Vieja escuela (2003), relató sus últimos años escolares y el descubrimiento de la literatura. Siempre exploró vidas de americanos anónimos, que no por ser anónimos carecen de épica. O drama.
Ahí están los amigos que se confiesan en el cuento "Cazadores en la nieve", el cabo perdedor que sueña con Vietnam en "La alegría del soldado", esa profesora que cree poder redimir una vida sin riesgos en un discurso en "En el jardín de los mártires americanos" y el adolescente mitómano de "El mentiroso". Hay más en Aquí empieza nuestra historia. Mucho más.
¿Qué cambios hizo en los viejos cuentos?
Si veía una palabra que no era la correcta, buscaba la correcta. Siempre me ha interesado ver hasta dónde puedo llevar lo implícito. Hemingway dijo que un cuento debía ser como un iceberg, con el 90% bajo el agua. Esa imagen me ha inspirado mucho. Si como lector puedo entender algo sin que me lo digan, lo corto del texto. No cambio los finales de los cuentos, tampoco la narrativa o los nombres de los personajes, busco que el lenguaje sea lo más expresivo posible.
¿Quedó satisfecho?
Bueno, ese es el problema. Estos cuentos han sido reescritos muchas veces a lo largo de los años. No puedo parar, es una locura. No puedo poner un punto final. Pero los he leído públicamente y no he visto mucho que cambiar. Quizás estoy viejo.
¿Busca el cuento perfecto?
Sí. Es muy difícil escribir la novela perfecta, pero con los cuentos uno piensa que quizás sí puede hacerlo. Es un sueño. Quizás sí puedo hacer algo perfecto en este mundo. Es muy difícil hacerlo con todo lo demás: con la familia, con tu trabajo... Es un poco iluso, pero es un gran sueño.
Después de leer sus relatos, ¿dio con algo que le hiciera decir: este es un cuento de Tobias Wolff?
Un escritor no está consciente del agua en que está nadando. Si empezara a pensar en mí como cierto tipo de escritor (Tobias Wolff escribe así y así) sería mi ruina. Quiero tener una sensación de libertad cuando escribo. Se lo dejo a mis lectores.
Muchos personajes son solitarios y están en problemas, pero sufren en silencio. ¿Qué le atrae de ellos?
Pareciera que describes a todos los que conozco. La mayoría luchamos y pasamos nuestras penas en silencio porque no queremos ser una carga para el resto. Hay pocas personas con quienes nos sentimos cómodos compartiendo nuestra vida interior. Todos tenemos vidas solitarias. Pero no estoy totalmente de acuerdo con esa descripción. Quizás es correcta, pero nunca he pensado en escribir cuentos sobre personajes solitarios que sufren en silencio
¿Cómo recuerda a Raymond Carver?
Lo conocí hace 35 años. Todavía bebía y no estaba en muy buena forma. Con Richard (Ford) lo echamos mucho de menos. Ray era maravilloso. Muy amable, cálido, divertido, excéntrico. Si ibas a su casa después de las ocho siempre estaba en pijama. Le encantaba el chocolate, se convirtió en su nueva droga. No le gustaba compartirla. Era muy divertido.
¿Le hizo sentido el término "realismo sucio"?
Ese fue un término que la revista Granta inventó casi como una broma. Estaba Richard Ford, yo, por supuesto Ray...
Todos, cuando lo vimos, nos reímos. "Oh, ahora somos realistas sucios"... También he sido llamado minimalista, neo realista...
¿Le molestan las etiquetas?
A ningún escritor le gusta escribir bajo una bandera o sobre una específica ideología o estética. Chéjov alguna vez dijo: "Soy un artista libre y nada más". Es lo que todos queremos. Ahora, si realmente lo somos es otra pregunta. No somos tan libres como creemos. Pero la ambición está ahí: operar de forma independiente y no pertenecer a ninguna escuela.
Pero creo que usted es parte de una tradición de cuentistas en EEUU.
Probablemente. Hace como 20 años, desde Latinoamérica vino un impulso para los escritores para intentar algo parecido a García Márquez, Julio Cortázar, una narrativa parecida al realismo mágico. Luego vino el posmodernismo, la idea de que la narración era simplemente una convención que debía ser quebrada y que la verdadera literatura debía tratar sobre la literatura misma. Que la literatura estaba agotada. Ahí estaban autores como Donald Barthelme. Yo pertenezco a otra tradición. No creo que los cuentos estén agotados. Creo en el poder de los cuentos. La literatura puede decirnos cosas muy profundas y elocuentes sobre nuestras vidas.
¿A quiénes nombraría en esa tradición? ¿Cheever, Hemingway?
Absolutamente. Fitzgerald, Sherwood Anderson, Flannery O'Connor, Katherine Anne Porter, Melville... Es una larga tradición.
¿Realismo?
Sí, pero no un realismo plano. Si lees un cuento de Melville o de O'Connor, hay elementos grotescos, de exageración y fantasía que también son parte de la vida. No quiero usarlo en un sentido limitado: alguien se despierta en un departamento pequeño, va a un trabajo que odia, vuelve a casa y ve televisión toda la noche. No es lo que tengo en mente.
¿Por qué escribió sobre su niñez en La vida de un chico?
Había estado escribiendo algo así como ficción autobiográfica. Como lo hace Roberto Bolaño, él usa historias de su vida, pero también inventa. Empecé a escribir algunas cosas sobre mi vida, porque mi memoria podía fallar. Pero no quería publicarlo. Tenía una fobia ante la posibilidad de que la gente supiera que el protagonista de mis libros era yo: prefería la máscara de la ficción. Intenté convertirlo en una novela, pero no resultaba. Finalmente, me di por vencido. Lo pasé muy bien. Generalmente, uno siente al escribir que está empujando una roca hacia la cima de un cerro, pero a veces es como dejarse llevar por las olas. Nunca pensé que lo haría de nuevo.
Lo hizo. Escribió En el ejército del faraón.
Sí, lo hice. Había escrito un cuento ambientado en Vietnam, pese a que me había prometido no escribir nunca sobre Vietman.
¿Cuál era la razón de esa decisión?
Había tantos clichés sobre la guerra. Por 20 años todos hablaban de la guerra. Pero a veces tienes que dejar salir las cosas. Me gustaba el cuento sobre Vietnam que había escrito, pero no estaba contando toda la historia. De nuevo pasó lo mismo. La fuerza de la historia recaía en contar hechos verdaderos, en vez de recubrir de ficción algo autobiográfico. Ahí apareció En el ejército del faraón.
¿Tuvo beneficios personales escribir libros autobiográficos?
Todo lo que te dé una clara visión de lo que has sido es probablemente beneficioso. Pero no escribí esos libros por razones terapéuticas. Lo hice porque soy un escritor.
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