Werner Herzog emula a Truman Capote en su nuevo documental
El cineasta alemán presentó en el Festival de Toronto, Into the abyss, sobre dos condenados por un crimen.

Un crimen y un pueblo. Al igual que en la célebre novela de Truman Capote, A sangre fría, el director alemán Werner Herzog llega al pueblo de Conroe, en el estado de Texas, para hablar con los protagonistas de un triple asesinato. El resultado: el documental Into the Abyss, estrenado en el Festival de Cine de Toronto (TIFF).
El antológico director de Aguirre, la ira de Dios y Fitzcarraldo, lleva 40 años alternando ficción con documentales en un alto nivel. Así como en Cave of Forgotten Dreams (2010, exhibida en el pasado Fidocs), Herzog se metió en una cueva en el sur de Francia para investigar sus pinturas prehistóricas y en Encounters at the End of the World (2007), viajó hasta la Antártida, en Into the Abyss Herzog aborda la pena de muerte a través de un triple crimen cometido en Conroe por dos adolescentes, Michael Perry y Jason Burkett.
"Si hablo contigo eso no quiere decir que me gustes, pero eres un ser humano y no creo que debas morir", le dice Herzog a Perry cuando lo entrevista en la prisión de Texas en el corredor de la muerte, apenas ocho días antes de ser ejecutado.
Cuando Perry cometió el triple asesinato que lo llevó tras las rejas -con la única finalidad de robar un Chevrolet Camaro-, tenía tan sólo 18 años. Cuando Herzog lo entrevista tiene 28, aunque sigue luciendo una expresión aniñada. Su cómplice, Jason Burkett, tuvo algo más de suerte: fue condenado a una sentencia de por vida y quizá logre salir a los 49. Los dos afirman ser inocentes.
El recuerdo de Perry de un frustrado campamento en los Everglades al que lo enviaron sus padres de niño "donde había monos que nos volaban por sobre las cabezas" remite a una etapa anterior en su vida, cuando aún no era considerado un asesino. Sin aparecer en cámara, con preguntas directas, Herzog logra que sus testigos hablen sin tamices.
La pregunta acerca de una experiencia con una ardilla, a la que casi pisa con su coche, lleva al reverendo Richard Lopez, que acompaña a los presos en el corredor de la muerte, a confesarle con lágrimas en los ojos al director: "La vida es preciosa, se trate de una ardilla o un ser humano. No puedo evitar el proceso (de la pena capital), pero desearía poder hacerlo", dice.
Delbert Burkett, el padre del cómplice de Perry, Jason -que también está en prisión por varios delitos- le cuenta a Herzog cómo pidió permiso para salir de prisión y testificar en el proceso contra su hijo. "Siento que es mi culpa. Me siento un fracaso como padre. Yo nunca estaba. Les pedí que no maten a mi hijo".
Otros testimonios incluyen el de Fred Allen, que supervisó más de 100 ejecuciones en Texas pero que renunció en 2000 -perdiendo el derecho a su jubilación- cuando se dio cuenta de que en lo que hacía "algo estaba mal".
Pero también están, claro, las voces de los familiares de las víctimas, como la de Lisa Stotler, que perdió a su madre y a su hermano adolescente en el crimen. Herzog entrevista a Lisa después de la ejecución de Perry. Ella confiesa que se sintió aliviada, aunque revela su sorpresa cuando le vio la cara a Perry: "Construí a este enorme monstruo en mi imaginación, pero era sólo un chico".
Sin efectos especiales, apelando a la manera más tradicional de filmar documentales, con entreviastas, Herzog hace reflexionar el espectador acerca de la pena de muerte. O, como él mismo afirma, "asomarse al abismo del alma humana".
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