¿Aula segura o aula ciudadana?

SEÑOR DIRECTOR
Lamentablemente nuestras autoridades político-educacionales se equivocan profundamente. La disyuntiva no es si expulsar o no al estudiante secundario que percibimos como anormal, desviado, violento, drogadicto, pendenciero, pobre, extranjero, encapuchado o con overol, con bencina y Molotov en la mano.
Cuesta decirlo y cuesta pensarlo, pero es lamentable que se equivoquen de esa manera. Los que hemos estudiado el fenómeno violento en las aulas y sabemos de las comparaciones internacionales, podemos perfectamente entender qué está pasando. Los medios nos muestran escenas espectaculares, pero debajo de ellas hay fenómenos antropo-psico-sociológicos densos. En los hechos, un director victimizado como el director del Liceo de Aplicación o el director del Instituto Nacional no debiesen seguir ejerciendo, si no es que reciben una terapia adecuada. Uno de ellos dice temer por su vida: no debiese seguir.
En los hechos, una asistente de la educación no debiese fungir de portera y exponer su vida ante la violencia de los estudiantes: ella no está para ser mártir de la bencina anticapitalista de los jóvenes anarquistas. En los hechos, el sostenedor de los liceos públicos y particulares subvencionados que reciben aportes del Estado (el Presidente, la intendenta, la ministra y el alcalde), no debiese imponer su moral, su política, su ética, y su derecho a las comunidades educativas sin entender qué les sucede a los forajidos, rebeldes y violentos estudiantes en formación.
La evidencia nacional e internacional es contundente. Con la política reaccionaria del Aula Segura no se solucionarán los problemas. La respuesta probada es un aula ciudadana, de profesores y directores capaces de educar en la no violencia. La violencia no se responde con más violencia.
Jaime Retamal
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