Opinión

Charlie Kirk, no sólo un crimen

Foto: REUTERS.

El asesinato de Charlie Kirk el 10 de septiembre pasado, durante un acto en Utah Valley University ante alrededor de 3.000 asistentes, es más que un crimen repudiable en sí mismo, como todo homicidio. Tiene connotaciones que nos hablan de un fenómeno creciente en el ámbito de expresión de las ideas, donde la intolerancia está llegando a un apogeo cada día más difícil de contener.

Desde hace algunos años, la confrontación de conceptos ha ido quedando progresivamente bajo la sombra de la sospecha y en distintos medios no se responden las propuestas contrarias sino se aspira a confundir al auditorio, desinformar o directamente, acallar. Quienes se manifiestan en una dirección no reciben argumentos que lo refutan sino insultos o eslóganes.

Está ocurriendo en el mundo político, donde a través de las redes sociales y las fake news, se distorsiona la verdad bajo una apariencia de autenticidad que, aun cuando se desvirtúe en el tiempo, logra dañar la imagen del afectado. Lo vemos en nuestras elecciones presidenciales, pero es un fenómeno universal.

Más grave todavía es advertir que en la academia sucede algo similar. Durante años hemos presenciado en universidades americanas y europeas una influencia de la izquierda intelectual excluyente del pensamiento tradicional o divergente con esas corrientes, empobreciendo el estudio y la formación de estudiantes. Lo ilustra el caso de Estados Unidos, donde hoy intentan revertir políticas de administraciones anteriores que impulsaban fórmulas identitarias de modo preceptivo, el “wokismo”, con otras medidas de signo adverso. No hay espacio para la vieja disputatio.

Lo descrito en estos casos ejemplifica el punto de fondo: las ideas contrarias no se aceptan ni respetan, solo cabe imponer las propias.

De ahí que quienes encarnen posiciones concretas sean objeto de cancelaciones o funas, buscando su descalificación personal, debilitando su autoridad ante la sociedad, lesionando su honor y dignidad personal. De la confrontación de ideas se pasa a la destrucción de la estima y honor de quien las sustenta, intentando así sofocar su difusión y atemorizar a quienes reclaman su derecho a pensar. Así se van “normalizando” conductas que concluyen inhibiendo la libertad de expresión y pavimentando el camino de la retórica autoritaria, poniendo en jaque uno de los pilares de nuestra civilización: la libertad.

Al final del día, el asesinato de Kirk no es otro atentado político más, en la interpretación de algunos que pretenden banalizar lo que se esconde detrás, como ocurre con frecuencia. Sucedió en Chile cuando mataron a Jaime Guzmán, que no fue únicamente el burdo propósito de silenciar una voz: fue la prueba de voluntad de quienes querían interrumpir la transición a la democracia, que afanosamente se instalaba luego de haber sufrido las consecuencias del quiebre institucional más profundo de nuestra historia.

Por Hernán Larraín F., abogado y profesor universitario

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