Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Jeroglíficos



Extraño asunto. Semanas atrás, en la exposición sobre la obra de Paul Klee en el Centro Cultural La Moneda, me helé a eso de la mitad de la muestra al leer un cartel que indicaba “cuando los nacionalsocialistas llegaron al poder en 1933, la situación política cambió drásticamente en Alemania”. Nada que no supiera ya antes y que no tendría por qué haberme impactado, salvo que el despliegue de creatividad de un artista tan para adentro e inventivo en circunstancias extremas, de repente, tomó otro cariz. De ahí en adelante no pude sacarme de la cabeza que cada dibujo y pintura siguiente que iba viendo suponía, a la vez, un aparato de vigilancia y represión por un grupo sectario y fanático que se había hecho del poder y del país. Cuestión que volvía más elocuente esos otros datos biográficos de Klee que acompañaban la muestra: que lo hayan cancelado tildándolo un “artista degenerado”, que tuviera que exiliarse, cayera enfermo y aun cuando siguiera produciendo hasta su muerte, no alcanzara a ver el fin de la guerra y pesadilla. Solo entonces se me hizo patente, en los sótanos de La Moneda -vaya ironía- el aturdimiento que debió haber abrumado a toda Europa en 1933.

Desconcierto que no se vivió parejo entre gente igual de culta y sensible, sin embargo. Golo Mann, historiador, hijo de Thomas Mann, reconoce en sus memorias, a propósito de cuando estudiaba en Heidelberg: “La verdad es que yo no vi venir absolutamente nada, ni siquiera el 31 de enero de 1933... estaba por entonces demasiado atareado conmigo mismo... Mi error capital, harto compartido por muchísimos otros, fue no haber dado a Adolf Hitler y a los suyos la importancia que realmente tenían”. Klaus, su hermano, lo atribuye a “la siniestra debilidad y complacencia en nuestras filas”, refiriéndose a la intelligentsialiberal “que deseaba estar a la altura del Zeitgeist [espíritu de la época], a fin de mantenerse al día”. Y no solo por cobardía u oportunismo, agrega, sino porque a nadie de ese mundo le gusta contrariar al grueso de sus compatriotas, en especial a jóvenes. Suele hablarse también de hipnosis, afectando a judíos incluso, en contextos así.

Entendible entonces que Klee recurriera a jeroglíficos para seguir trabajando. Son en apariencia infantiles, inofensivos, convenientemente crípticos, despistan a bobos, aunque descifrables por públicos ilustrados o empáticos que captan el mensaje encubierto. Y vea usted, los títulos (quizá posteriores) de las obras, ayudan también: “Bailes causados por el miedo”, “Demagogia”, “Persecución”, “Acusación en la calle”, “Bajo un manto”, “Un arrebato de ira”, “Lo que gobierna”. Bien dice nuestro artista: “el arte no reproduce lo visible, sino que hace visible”. ¿No vio la exposición? Hágase del catálogo o consúltelo. Comprenderá de qué estoy hablando.

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