Columna de Alfredo Jocelyn-Holt: Universidad viciada



Si usted es de los que sigue las noticias se habrá percatado que el ambiente en la Universidad de Chile se ha vuelto a enrarecer. El motivo, no otro, que la semana pasada coincidieran en Casa Central dos eventos sin relación aparente. Por un lado, la visita de una alta funcionaria del gobierno de Ucrania invitada a hablar sobre la guerra en su país, que hubo que recibir, no en el Salón de Honor, sino en oficinas de rectoría, y por otro, la irrupción de manifestantes pro-palestinos en contra del “genocidio” israelí en Gaza que levantaron un “acampe” en uno de los patios a modo de protesta. Lo cual llevó a que la rectora y su equipo decidieran también “acampar” (aunque cuidaron decir “pernoctar”) temiendo una toma. ¿Confuso? Sumamente, aunque me hizo recordar esa graciosa salida de Manuel Montt Balmaceda quien, ante la pregunta de por qué se sentía capaz de ser rector de la UDP, respondió que siempre quiso dirigir un circo de tres pistas. La señora Devés, en cambio, califica a la UCh como una “universidad compleja”. ¿Misma cosa?

Es que no se entiende quién dirige a quién. No cuando la autoridad jura que se puede convivir con los “acampes” (ocurren en todas partes), por tanto, según Devés, no constituirían propiamente “tomas”, no “mientras nosotros estamos aquí siendo responsables” prefiriendo llamar esta modalidad: “habitar la sede”. Y vamos así con el “protocolo” diseñado para resolver salomónicamente el asunto. ¿Todos cogobernando? Rosa Devés y su generación lo inventaron, y se saben sus consecuencias nada auspiciosas.

Veamos. No hay nadie que no aplauda la libre expresión en la Universidad. Vale. Pero algunos son más hacia la punta, no hablan de lo mismo (todo lo reducen a una cuestión semántica), exigen a tejo pasado y apuntan a quienes no estarían en la misma parada pudiéndose eliminar a unos u otros según como venga el naipe. Y es porque la dinámica se radicaliza, enreda, y luego nadie la maneja. De ahí que a Devés le pase ya lo mismo que a Boric. Ella es muy de izquierda aun cuando ocupa un cargo que históricamente nunca lo ha sido. De ahí que tarde o temprano a gente así de desubicada se le sobrepasa. Viejo cuento.

Hannah Arendt, en cambio, fue clara y precisa cuando le preguntaron por las protestas de los años 60. Contestó que la politización de la universidad le parecía “una perversión de su función”. Le preocupaba que el movimiento estudiantil pudiera “derrumbarse rápidamente si logra destruir las universidades, algo que considero posible”, sostenía. Aunque “si los estudiantes acabaran destruyéndolas -agregó- ellos mismos demolerían su propia base de operaciones… y no podrían encontrar otra base, simplemente porque no pueden congregarse en ningún otro sitio”. He ahí entonces el límite, y la pregunta que cabe hacerse es si no se ha llegado a él hace rato.

Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

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