Columna de Álvaro Ramis: Del 18 de Brumario al 18 de octubre
¿Sería posible, en un futuro indeterminado, un nuevo estallido social como el de 2019? Esta pregunta resulta inevitable, pero no es conveniente formularla por varias razones.
Desde el punto de vista de quienes deben mantener el orden público, la gobernabilidad y la seguridad, porque implica una hipótesis de riesgo que es necesario administrar con extremo cuidado. Para quienes padecieron los aspectos disruptivos y traumáticos de 2019, es fuente de ansiedad y angustia, ante la repetición de sus efectos. Y para quienes lo vivieron como un suceso que albergaba un potencial transformador, es un asunto que implica revisar por qué se cerró de forma estéril e infructuosa.
El famoso ensayo de Marx sobre el 18 de Brumario sirve para realizar esta reflexión. Como se sabe, lo que Marx trata de pensar es el problema de las recurrencias en la historia. De allí la frase: “La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”. De lo que se concluye es que entre eventos situados en distintos contextos temporales se pueden llegar a establecer paralelismos y semejanzas, pero nunca reiteraciones automáticas. Un acontecimiento no se repite dos veces, aunque se puedan observar reincidencias parciales, sincronías o dinámicas que operan bajo parámetros que pueden ser comparados.
Por otra parte, hay momentos en la historia que se parecen mucho, aunque bajo sus propias singularidades. Se podría decir que vuelven, pero a su manera, y no solo dos veces, sino tres, cuatro o más ocasiones, lo ya no es una simple reiteración. A este tipo de ciclicidad lo llamamos “estructura”, ya que define un patrón que define un comportamiento permanente en una formación social.
Tanto la revolución de 1848 como el estallido de octubre de 2019 prometían cambios radicales, pero quedaron inconclusos y bloqueados. En ambos casos, aplastados por procesos involutivos, aunque es innegable que dejaron una profunda huella en sus sociedades.
En las dos circunstancias, las élites fueron incapaces de resolver la crisis de fondo, lo que no les impidió dar continuidad al ciclo económico y político. En ambos momentos, distintos sectores políticos, ambiciosos y populistas, supieron aprovechar la inestabilidad y la frustración de las masas para intentar reconstruir la distribución del poder.
El bonapartismo de 1848, como la crisis chilena de 2019, constituyen expresiones del estancamiento de la economía, de las instituciones políticas y de la incapacidad tanto de las élites como de la sociedad civil subalterna de encontrar una salida a esa circunstancia.
Nadie podría negar que formas de ingobernabilidad, tumultuosas, inesperadas y disruptivas, se deben considerar como hipótesis que es necesario admitir como probables. Cada cual, desde su propio rol, debería sacar conclusiones al respecto, y prepararse para ese escenario de alta probabilidad. La clave es intentar determinar si esas potenciales formas de ingobernabilidad futura serán circunstanciales, o darán pie a esa recurrencia más crítica y estructural.
Por supuesto, ese hipotético escenario futuro es para algunos una seria amenaza, para otros una gran esperanza y para la mayoría un factor de incertidumbre, que vale la pena prevenir y evitar. Aunque un nuevo octubre pueda generar procesos de cambio, la enorme mayoría anhelaría, como lo señala el último informe del PNUD, que esas transformaciones se logren por las vías institucionales, o al menos, de una manera incruenta y constructiva.
Por eso es necesario aprender de la historia. Los sucesivos escándalos que están en curso, y que afectan a las instituciones políticas, judiciales, académicas y financieras, no facilitan que esta hipótesis de riesgo se aleje. Todo lo contrario. El país necesitaría su propio “Pacto para el Futuro”, como el que está impulsando Naciones Unidas. Algún grado de acuerdo de cooperación nacional que permita enfrentar de manera no coyuntural las necesidades actuales del país.
Ante un futuro que se augura convulsionado, por nuevos conflictos que se están incubando, y por otras crisis impredecibles ligadas a las crecientes desigualdades e incertidumbres políticas, la sociedad demanda una hoja de ruta que impida que la historia se repita, aunque sea en la forma de una mala comedia. Ya hemos tenido suficientes tragedias como para dejar que el futuro se gobierne a sí mismo. Necesitamos anticiparnos a los riesgos emergentes, y de esa forma gobernar democráticamente nuestro futuro.
Por Álvaro Ramis, rector Universidad Academia de Humanismo Cristiano