Columna de Andrés Bórquez: Reformar reduciendo la escala, no nuestros sueños



Las grandes transformaciones necesitan grandes acuerdos. Sin embargo, desde el sistema de pensiones hasta el de salud, las reformas se han topado con la disfuncional dinámica de nuestra política parlamentaria. Conflictos entre el oficialismo y la oposición han hecho del consenso democrático una fiesta cada vez menos concurrida. Cuando ocurre, acabamos con reformas pirateadas de la versión original, lejos de los principios que las inspiraron. “En la búsqueda de acuerdos, ha parecido que lo que empuja este Gobierno no es la justicia social, sino el acuerdo mismo”, fue la autocrítica del diputado Gonzalo Winter. Pero ¿cómo avanzar democráticamente en reformas si no logramos generar consensos?

Las reformas no tienen por qué forzarse; también pueden construirse. El problema es la escala. Hoy las transformaciones más importantes tienen un freno político. Desde el congreso, la escala nacional nos pone a todos contra todos. Una posibilidad de dinamizar este estancamiento es volver a la escala local. Se dirá que focalizarse en los problemas locales es una renuncia demasiado grande para un gobierno. Como todo en la vida, es un problema de perspectiva. La propuesta no es conformarse con el impacto local sino comprender las políticas locales como plataformas de innovación y desarrollo, desde las cuales se pueden extender soluciones para todo el país. De hecho, la palabra reformar viene del latín reformare, que literalmente significa volver a dar forma a algo, y aunque originalmente tenía la función de restaurar, desde el s.XIV en adelante adopta el sentido de transformar gradualmente un sistema o estructura. Hasta ahora la gradualidad se ha entendido como una política que se adopta poco a poco. Sin embargo, podría entenderse geográficamente, es decir, una reforma contundente, pero que en caso de funcionar puede gradualmente expandirse al resto del país.

Esta orientación es frecuente en el mundo de las políticas de desarrollo social y urbano. Ciudades europeas como Klagenfurt (Austria) o Mannheim (Alemania) emprendieron un plan integral para convertirse en ciudades inteligentes y climáticamente neutrales. Sus políticas han establecido una infraestructura de conocimiento vital para que otras localidades en la región avancen en la misma dirección. Otros casos relevantes son los países asiáticos, cuyo tamaño ha hecho de estos ensayos de políticas locales la forma normal de su gestión administrativa. Es el caso de Totatoga en la ciudad de Busan, Corea del Sur, un proyecto de revitalización urbana impulsado por industrias culturales y creativas que estableció lineamientos para que otras ciudades puedan regenerarse tras procesos de desindustrialización. Las plataformas locales pueden impactar sectores múltiples y diversos. El Programa “Desafío Regional Build Back Better” (Estados Unidos) ha financiado a más de 20 coaliciones regionales para reformar las economías locales, crear empleos bien remunerados e impulsar industrias emergentes como la creación de Centros de Biotecnología, de Maricultura Sostenible y de Nueva Economía Colaborativa.

La ventaja de esta aproximación es que no reduce la búsqueda de reformar exclusivamente al acuerdo parlamentario. El debate democrático se realizaría en torno a programas concretos, no fantasías de escala nacional acerca de cómo la ciudadanía podría estar mejor. La promesa es un trabajo político y administrativo mucho más descentralizado, con una política económica enfocada en la innovación y reformas en áreas específicas y escalables en el largo plazo. Así, reducir la escala favorecería a que desde la política –como ha sido la tónica– no tengamos que reducir nuestros sueños.

Andrés Bórquez, Doctor en Políticas Internacionales, Fudan University, académico Universidad de Chile y Rodrigo del Río, Doctor en Lenguas Romance, Harvard University.

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