Columna de Daniel Grimaldi: Tres lecciones del octubre chileno
El estallido de octubre 2019 significó el cierre de un largo ciclo político y el inicio de otro, uno que aún no sabemos dónde va a conducirnos, pero cuyo destino sin duda depende de nuestra lucidez de hoy. A cinco años del 18-O quisiera destacar tres lecciones fundamentales.
Primero, la evidencia mostró que existe un malestar generalizado en la sociedad chilena, un sentimiento de injusticia relacionado con expectativas no cumplidas del sistema. Hay una disonancia entre el discurso sobre la igualdad ante la ley, la equidad y una realidad muy distinta que resulta irritante, a lo que ahora se suma el problema de la inseguridad. Lo complejo es que ello no puede ser interpretado indefectiblemente como un deseo de un cambio radical del sistema, sino el cumplimiento de sus reglas y con algunas mejoras urgentes. Parece simple, pero sabiendo el desprestigio de la clase política y la justicia, esto puede parecer incluso revolucionario.
Segundo, a pesar del deseo de muchos de ver a un movimiento social de continuidad histórica exigiendo un cambio sistémico, aparecieron múltiples actores más diversos, con intereses e interpretaciones distintas del malestar. Algo muy coherente con la fragmentación que se observa en la sociedad chilena desde hace muchos años. En consecuencia, no existió un movimiento social, sino un movimiento de ciudadanos unidos tal vez por un sentimiento de malestar generalizado, pero interpretado y manifestado de diversas maneras y por actores que no suman entre sí necesariamente. Lo increíble es que a pesar de ello pueden movilizarse con gran fuerza en ciertos contextos y hoy permanecen como una fiera durmiente que nadie quiere despertar nuevamente porque no sabemos con qué ánimo se levantará.
En tercer lugar, aprendimos que no existió grupo político capaz de representar a los movilizados de manera sostenida; quedó en evidencia la bancarrota de las élites políticas. Los movilizados no aceptaron ser guiados ni interpretados directamente y desde aquel entonces las propuestas del mundo político no han hecho más que fracasar: el “péndulo” oscila entre propuestas que en verdad nadie cree pero que están allí como únicas alternativas a las que hay que votar obligatoriamente. El malestar tiene culpables y son las élites políticas y empresariales que impiden el cambio incluso gradual como mostró el informe del PNUD 2024.
Con todo, surge la pregunta: ¿pueden los mismos actores políticos lograr un mínimo de cambios que conduzcan a un mejor destino a un país que se autopercibe en declive?
Debiéramos comenzar por actuar con más humildad frente a los ciudadanos y no tratar de imponer visiones políticas parciales a problemas complejos. Comprender que, aunque la radicalización genera audiencias, la ciudadanía aprecia bastante más los acuerdos y la unidad frente a problemas nacionales. Hay momentos para competir y momentos para colaborar; si la competencia ha resultado destructiva, hay que abrir espacios a la colaboración por el bien nacional y evitar otro estallido.
Por Daniel Grimaldi, director ejecutivo de la Fundación Chile21