Columna de Ernesto Ottone: Elogio de los compromisos en política

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Parafraseando libremente a Hegel resulta curioso como la historia juega en ocasiones con los seres humanos y los hace confundirse y hacer cosas que a ojos vista van contra sus intereses.

En Chile, sin ir más lejos, en estos tiempos difíciles y ríspidos resulta evidente la necesidad de lograr acuerdos políticos, pues los desafíos sanitarios y económicos requieren una amplia colaboración entre todos para superar la catástrofe, la angustia económica e incluso la muerte.

Llevamos un año y medio de una pandemia global que cuando al fin parece poder ser domada por la ciencia, vuelve a rebrotar cambiando de piel, para resurgir más agresiva en momentos en que estamos cansados, “fatigados de pandemia” como dicen los expertos y, en consecuencia enojados con el mundo y con lo más a mano que tenemos: el gobierno.

En verdad, éste como todos, ha cometido errores y aciertos frente al peligro desconocido del bicho que no descansa en atacar a ciegas. Incluso aquellos gobiernos que mejor lo han hecho , están hoy en condiciones inciertas. La malvada variable Delta los está mandando al rincón, de vuelta a la mascarilla.

Habrá que buscar nuevas estrategias, pero cualquiera de ellas serámucho más efectivas si se realiza en un país cuya convivencia sea apacible, que genere una razonable serenidad y optimice la búsqueda de equilibrios que ayuden a prevalecer sobre la pandemia y minimizar sus efectos nocivos sobre el trabajo, la educación y el desbarajuste económico, para poder, una vez amainado el temporal volver, cuando sea posible en mejores condiciones , a una cierta normalidad.

Desgraciadamente no es el ánimo social y político que vemos hoy en nuestro país. En muchos aparece más bien acentuado el aspecto agresivo, la búsqueda de un culpable, sobre todo, en el que piensa diferente, la tendencia a despreciar lo que la democracia ha alcanzado en estos años post dictatoriales, y aun más a despreciar la democracia “tout court” en una suerte de eterno retorno a tiempos de violencia física e intolerancia intelectual.

El espíritu virulento hace crecer la desconfianza, desaparecer el espíritu cívico y debilita una actitud solidaria. Se desperfilan y pierden su capacidad el sistema político y las instituciones democráticas, que con todas sus fragilidades y límites han sido un factor fundamental para el progreso del país. Estas tienden a actuar de manera reactiva, respondiendo solo al día a día, olvidando completamente las necesidades de largo plazo lo que puede terminar delineando un futuro de mediocridad y decadencia.

Cuando la conducción política se empequeñece, se empequeñecen también las ideas y las propuestas; de otra parte, los oídos ciudadanos se vuelven sordos y solo predominan las emociones y los rencores.

En consecuencia, el debate político se transforma en un puro mercadeo fragmentado que compite en ofertones y halagos, en una subasta de sueños, que no proponen ni esfuerzo ni sacrificio; la irresponsabilidad y el ideologismo aparecen en todo su siniestro esplendor.

A menudo parecería que quienes escriben los programas ni siquiera los leen y que quienes lo presentan lo hacen con la beatitud de la más pura ignorancia. Jadue en este ámbito lleva la guaripola, él miente como respira, sin esfuerzo alguno.

Sin embargo, el enredo y la confusión abarca todo el arco político, desde la extrema derecha nostálgica del orden autoritario hasta la extrema izquierda alérgica a las instituciones democráticas.

Quienes por años denostaron a la democracia reformadora que fue capaz de llevar a cabo cambios gradualmente, no se pueden quejar, lograron su cometido, hoy esa visión está muy venida a menos incluso en sus propios partidos y le queda poco espacio y menos tiempo aun para retomar un lugar significativo en nuestra vida política.

El giro no es imposible y no tiene que ver con una vuelta a lo ya realizado, debería orientarse en el Chile de hoy a proponer nuevos cambios que tengan en común con los anteriores el respeto a las libertades y la búsqueda incesante de mayores niveles de igualdad. Pero para ello hay que perder todo complejo y sentir orgullo de representar el camino del diálogo, de la búsqueda de acuerdos, de ser promotores de compromisos viables.

Sentir que la ponderación no los convierte en bellacos asustadizos y que, por el contrario, es ese espíritu el que les permite avanzar de manera pluralista hacia una mejor democracia y que la mayor transparencia, indispensable en la sociedad de la información, no significa anular la mediación reflexiva que es lo propio de la política democrática.

Tal como es necesario desacreditar la barbarie violentista, es necesario hacerlo con la barbarie verbal y terminar con la socialización de expresiones que califican ciertas conductas como pecaminosas, tales como “decidir entre cuatro paredes”. Por supuesto es necesario que quienes se reúnan para construir propuestas tengan respaldo popular y representen el bien común . ¿Pero establecida su plena legitimidad, dónde pueden reunirse sino entre cuatro paredes? ¿En un picnic, en la plaza, a campo traviesa?

Claro que quien lea estas líneas dirá que se trata de una metáfora, por supuesto lo es, pero se trata de una metáfora que no es inocente, porque lo que está pregonando al final del día es el cuestionamiento de la democracia representativa.

Recordemos que quienes han reemplazado, por lo menos hasta ahora, la democracia representativa y las instituciones liberales por regímenes soberanistas e iliberales, por la clase obrera convertida en clase universal, por la construcción populista, o la democracia popular, referendaria o plebiscitaria , como ilusión de democracia directa, han terminado, sin excepción alguna construyendo regímenes autoritarios o dictaduras.

Peor aun es la metáfora de la “cocina política”, que desprecia el lugar del hogar que ha estado en el centro de la evolución de la especie y del desarrollo civilizatorio. Lo ridículo es que quienes utilizan de manera inquisitorial estas acusaciones , que son repetidas con rostros contritos por la mayoría de los políticos para no ser condenados a los infiernos, deben necesariamente resolver, por lo menos en invierno, sus críticas y ambiciones, si no en la cocina por lo menos entre cuatro paredes.

¡Basta de bulos y paparruchas! Es necesario retornar a la sensatez, dialogar, debatir y construir acuerdos. La verdad en política no la tiene nadie en particular, tampoco aquellos que habiendo obtenido una votación “reguleque” pretenden encarnar una construcción social imaginaria a la que llaman pueblo.

Siguen siendo valederas las palabras del filósofo italiano Gianni Vattimo cuando dice: “No nos ponemos de acuerdo cuando encontramos la verdad, sino que hallamos la verdad cuando nos ponemos de acuerdo”

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