Columna de Ernesto Ottone: Una semana después

Plaza Italia, tras el triunfo del Apruebo.


Ha transcurrido una semana desde el plebiscito y se han realizado los múltiples análisis, tal como era esperable, ha habido interpretaciones militantes, ingeniosas, eufóricas y depresivas.

Quién sabe si ha llegado el momento, una semana después, de bajar los decibeles y de procurar entender con calma el resultado del plebiscito y cuál puede ser su impacto duradero para el futuro de nuestro país.

Un primer elemento necesario de considerar es que tuvo lugar, cumpliendo así con el acuerdo de esa noche de peligro y desconcierto de noviembre del año pasado.

Se logró realizar superando deserciones, dudas y el ahogo de la violencia que se ciñó como una sombra siniestra apenas una semana antes de su realización.

Se organizó de buena manera y despertando el interés de los ciudadanos por participar, demostrando así que si bien la institucionalidad democrática ha sido herida en el último tiempo, todavía existe una credibilidad en sus procedimientos que hizo acudir a las urnas.

El 50,6% de los chilenos habilitados para votar lo hicieron, y lo hicieron en una situación difícil de pandemia, de dificultades económicas y de incertidumbre de su futuro.

El ambiente de una votación no es algo secundario, y esta se realizó con serenidad, con un sentido de seguridad en su transparencia y hasta con una atmósfera festiva, sin el temor de incidentes, de manera civil, respetando las normas demandadas por los organismos responsables para evitar que un acto cívico terminara siendo una desgracia sanitaria.

¿Por qué esto es importante? Porque pese a todo el espacio que ha ocupado la violencia, el destrozo, el insulto y la negación de la opinión del otro, persiste, y no solo entre los mayores, sino en amplios sectores de los más jóvenes, la capacidad para participar activamente, con un espíritu pluralista, en una práctica democrática y pacífica que puede contribuir a recuperar el espíritu cívico despreciado por quienes han alabado la violencia como mal necesario para inducir los cambios o señalado su inevitable rol de partera de la historia.

Sin dudas, el contenido y la forma de lo sucedido el domingo pasado ha sido un alto, cuya solidez aún no conocemos, al camino de decadencia a la que tratan de arrastrarnos los violentistas.

Ha sido un respiro para la esperanza democrática. “Los chilenos parecen volver a lo suyo, a resolver sus diferencias por el voto”, me dijo en estos días un importante sociólogo europeo.

Ojalá tenga razón y no se trate de una ilusión destinada a no perdurar.

El resultado del plebiscito señala una voluntad contundente de redactar a partir de un momento democrático una nueva Constitución de la República.

Para hacer perdurar el espíritu que primó el domingo pasado se requiere, por parte de quienes votaron por la opción triunfadora, una lectura no partisana, sino históricamente consciente de entender este triunfo como una fuerte responsabilidad, de comprenderlo como el establecimiento de una base ancha e inclusiva de un largo proceso republicano a seguir.

Por cierto, el plebiscito no borró las diferencias entre los chilenos, no todos los que votaron Apruebo imaginan una Constitución futura de la misma manera.

Si bien una mayoría de entre ellos se ubica en la oposición al actual gobierno, una parte de los que votaron Apruebo corresponde a sectores que se ubican en la derecha o bien en ese amplio mundo políticamente volátil que no se siente parte de opinión política alguna, quienes estuvieron por esos cambios

De otra parte, en la Región Metropolitana, donde se dan los casos de triunfo del Rechazo, basta comparar el voto de esas comunas con la concentración territorial de la riqueza para ver cómo se superponen y entender que el fundamento del Rechazo surge mayoritariamente del miedo al cambio y a la extrañeidad respecto de la realidad que muchas veces es propia del pensamiento conservador.

Derrotado el Rechazo, el pensamiento conservador, si actúa de manera democrática, debería abandonar la negación obstinada de todo cambio y participar a través de sus representantes en la convención constituyente con un espíritu que no fuera solo el de obstruir, sino el de participar desde sus posiciones, por cierto, pero con buena fe en un debate razonable.

El segundo elemento importante que nos entrega la jornada del domingo pasado es que los pasos que siguen se vinculan a un reforzamiento de la democracia representativa, tan venida a menos en los últimos tiempos

Es de esperar que los partidos políticos aprovechen esta oportunidad de redorar sus blasones y comprendan que no han sido ellos los vencedores, sino el comportamiento ciudadano, que les está dando una oportunidad de hacerlo bien, de generar espacios para lograr resultados sólidos y no de construir, a través de la selección de los candidatos donde jugarán un papel decisivo, una suerte de circo romano donde sus gladiadores armen una bronca sangrienta que termine a cuchillazos , generando una gran decepción.

El éxito del proceso dependerá en gran parte de la calidad de los constituyentes, que les permita combinar conocimiento, convicción y flexibilidad para construir los acuerdos necesarios para elaborar un texto que no encarne solo la voluntad de una parte, sino que sea aceptable para la gran mayoría.

Es por ello que ninguna construcción constitucional democrática en el mundo puede guiarse por minorías estrechas y plantea condiciones de mayorías consistentes que permita la convivencia entre quienes piensan distinto. La Constitución debe poder albergar gobiernos de diferente orientación y poner límites que todos deban respetar.

Esa es la diferencia entre las constituciones democráticas y las autoritarias, que se construyen solo para arropar a quienes creen poseer una pretendida verdad absoluta.

Por lo tanto, es fundamental que sean candidatos mujeres y hombres capaces y dialogantes, y no gladiadores fanáticos.

No se trata de tener candidatos que sean santos o genios, pero sí gente honesta, abierta y aplicada, por algo la ciudadanía no votó por la convención mixta y actuó al revés del dicho popular pensando que “más vale diablo por conocer que diablo demasiado conocido”.

Finalmente, es necesario que gobierno y oposición morigeren el tono y expliquen con honestidad que la Constitución puede ser un buen marco de convivencia, importante, cómo no, para construir un país mejor, pero no es el maná que caerá del cielo para todos.

Estamos y continuaremos estando los próximos años en una situación difícil, por lo tanto, será indispensable una agenda socioeconómica paralela que acompañe al proceso constituyente.

Ello requiere una calidad de acción política mucho mayor de la que hemos tenido hasta ahora, por cierto en el gobierno, pero también en la oposición.

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