Columna de Felipe Alessandri y Nicolás Garrido: Un partido único en la centroderecha

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Cada día es más común oír entre chilenos -sin militancia política- que la centroderecha se ha ido desdibujando progresivamente. Los últimos acontecimientos indican que existen razones para creerlo. El débil resultado en la última elección de consejeros constitucionales en comparación con el Partido Republicano, las actuales identidades de los partidos muy deterioradas, el desgaste propio de los dirigentes más experimentados, la fragmentada situación en el Congreso, un segundo gobierno del Presidente Piñera que no terminó del todo bien, la incapacidad para atraer nuevos talentos y un Partido Republicano que cada día va ganando más fuerza y espacio gracias a su relato y trabajo territorial han terminado por configurar un cuadro crítico para la centroderecha.

En este escenario es legítimo preguntarse cómo seguir adelante. Y la buena noticia para el sector es que los únicos facultados para enmendar el rumbo es la propia centroderecha. Las buenas relaciones internas permiten aquello. Se está en un buen pie para definir un norte claro donde todos cambien. Y dentro de ese cambio no hay dudas que a lo menos debiera debatirse la oportunidad de crear un partido único que contenga grados de apertura, tolerancia, orden y democracia interna que caracterizan a estos grandes bloques políticos en todas partes del mundo.

Un partido único de centroderecha significaría mucho trabajo, no hay duda. Por un lado, implicaría la necesidad de echar a andar la maquinaria intelectual creando ese famoso “relato político” tan perseguido en el sector pero al mismo tiempo tan inexistente. También, obligaría a dirigentes y militantes a trabajar por un proyecto común, bajo el irrestricto respeto hacia la directiva que lidere y con el compromiso de competir en listas únicas electorales, sin espacio para liderazgos solitarios. Además, significaría aceptar y comprender que dentro del mismo partido único existirán diversos grupos o colectivos que tendrán objetivos principales muy concretos (pro-vida, pro-ecología, pro-cultura, pro-FF.AA., etc.) y frente a ellos más que invisibilizarlos como muchas veces hoy sucede lo que corresponderá será dialogar, construir y agregar sus demandas al relato común en virtud de lo que propongan. Es decir, hacer política.

¿Valdría la pena todo este trabajo? Sin duda. La centroderecha podría revitalizarse tanto en lo político como en lo organizativo. En este nuevo Chile, el sector tendría la oportunidad histórica de transformarse en una fuerza reformista inspirada en los valores del humanismo cristiano, tal cual hizo célebremente el Partido Popular en España en 1989 para sustituir a la antigua Alianza Popular. Atrás quedarán los muy exitosos proyectos políticos del pasado fundados con el aliento del gobierno militar, pero desorientados para los nuevos tiempos. Los acuerdos se tomarían de forma mucho más rápida y coordinada, logrando dejar de lado la postura reactiva que hoy prevalece, pasando a tomar protagonismo en la agenda y contenidos. Y en lo meramente electoral, si otros amigos del sector (como Sichel en la última elección o Carter en la próxima) desean competir vistiendo las banderas de la centroderecha, deberán atreverse a pertenecer al partido único y desde aquí comenzar a construir colectivamente sus proyectos políticos con diálogo, trabajo y unidad, lo que a la larga significará sumar más personas y llegar con campañas mucho más robustas y preparadas de cara a todas las elecciones del futuro.

Por último y no menos importante mencionar es la posibilidad de que algunas fuerzas políticas estén impedidas de presentar candidatos al Congreso si se llegase a aprobar la propuesta del 5% mínimo de votación adelantada por la Comisión Experta. Sabemos que esto no afectaría a la UDI ni a RN, pero ¿van a dejar estos dos últimos caer a Evópoli por este eventual cambio constitucional? Un partido único podría servir para solucionar lo anterior también.

La centroderecha tiene la oportunidad histórica de dar una señal política propia de la situación que hoy exige la ciudadanía. Ningún partido ni dirigente de centroderecha puede efectuar una oposición eficaz por sí solo como sí era posible en el pasado. Es por eso que no existe mejor momento político para formar este gran referente que ahora, manteniendo excelentes relaciones interpartidos, siendo oposición a un débil gobierno y con altas probabilidades de ganar las próximas elecciones municipales de 2024 y presidenciales de 2025 en la medida que se comience a trabajar desde ya en unidad. Este sería el mejor legado que podrían dejarnos los nuevos liderazgos políticos que emergen en la centroderecha como Cruz Coke, Schalper y Macaya. Siendo ellos muy jóvenes, este “paso de madurez” sería óptimo para darle un perfecto cierre al proceso de ordenamiento político que se inició con el Estallido Social.

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