Columna de Felipe Monsalve: Argentina, un modelo psicótico en decadencia

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Ocho de cada diez argentinos no votaron por el kirchnerismo, y el 60% del electorado votó por la extrema derecha de Javier Milei (30,5%) y la centro derecha de “Juntos por el cambio” (28,5%). Un escándalo para la hegemonía peronista en Argentina y su actual gobierno kirchnerista de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner (condenada por corrupción por la justicia de Argentina, pero en libertad e impunidad), que deja un país con 45% de pobres, 550% de inflación acumulada, explosión de narcotráfico-crimen organizado-delincuencia, precarización laboral, desabastecimiento, economía cerrada, infraestructura esencial destruida, movimientos populares que tienen tomadas las calles con “piquetes”, movimientos sindicales de jerarcas millonarios que tienen tomadas las empresas y un proceso profundo y extendido de corrupción del aparto público. Sin ser experto electoral, y como dicen en el campo, “el chancho estaba servido”. Resultaba evidente una reacción de sobrevivencia del pueblo argentino, que agónicamente vive desde hace ya muchos años atrás, pero que en los últimos 4 años de gobierno kirchnerista han tenido que transitar por el desierto en total abandono e inseguridad.

Viví en Buenos Aires un tiempo: estoy casado con una mujer argentina y allá nació nuestra hija. Actualmente vivimos en Santiago pero vamos a Buenos Aires con regularidad por asuntos familiares o “vacaciones”. Esto me permite tener cierta aproximación de lo que en Argentina ha ocurrido y está ocurriendo electoral-social-política-culturalmente, y que al chileno le cuesta comprender, dimensionar y distinguir. El gran descalabro de Argentina comienza con la llegada de Carlos Menem al poder. Si bien su gobierno, que al comienzo, trajo bonanza económica por la dolarización de la economía (1 peso, 1 dólar), luego se licuó e instaló el germen de la corrupción, despilfarro y circo mediático que lo rodeo. Argentina siempre ha tenido que cargar con una historia ligada a la “corrupción”, al menos desde que Perón y Evita llegaran al poder, dejando de lado al criminal periodo de la dictadura militar, que por definición es, además, corrupta. Pero poniendo como piso la democracia, el general Perón sentó las bases que han durado hasta el día de hoy. Ejemplo de ello son algunos de sus principios resumidos en un puñado de frases: “Al amigo, todo; al enemigo, ni justicia”; “Para un peronista no puede haber nada mejor que otro peronista”; “No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores”; “Hay dos clases de lealtades: la que nace del corazón y los que son leales cuando no les conviene ser desleales”. Más allá de esta básica descripción de Perón en frases, lo relevante es constatar una ideología de militancia, hegemonía y superioridad moral que instaló en Argentina y que con el paso del tiempo y concentración del poder, fueron estructurando un populismo corrupto, totalizador y autoritario que ha ido hundiendo a un poderoso país que está muy maltrecho y mal herido. De tal manera que, y volviendo atrás, fue Menem quien en la modernidad profundizó la corrupción peronista e hizo estallar por los cielos la probidad y sobriedad pública. Su paso por el gobierno permitió que se filtrara, cual fenómeno de “la cosa” en la película de Crapenter, una amalgama mafiosa, cínica e impune que fue cubriendo las bases de su institucionalidad política, económica, social y cultural. En consecuencia, el surgimiento del último gran periodo de poder y corrupción kirchnerista, no sé explica sin entender, antes, la existencia del menemismo y la crisis económica, moral y cultural que instaló.

Dicen que el presidente Néstor Kirchner llegó al poder porque le compró la banda presidencial al presidente interino Eduardo Duhalde, cuando la política interna era un fierro caliente que nadie quería tomar. El presidente Duhalde, que anteriormente había sido un gobernador y senador peronista de destacada trayectoria, había asumido la presidencia de Argentina en un contexto de emergencia, designado por el Congreso de la Nación, luego de que el presidente radical Fernando de la Rúa tuviera que abandonar la Casa Rosada en helicóptero, durante el estallido social que tenía a Buenos Aires sumida en un infierno a causa del “corralito”, entre otras cosas. De la Rúa, a su vez, había llegado al poder prometiendo ordenar la casa y pagar la cuenta que había dejado “la fiesta” del gobierno peronista de Menem, cosa que no solo no pudo hacer, sino que además le costó su renuncia anticipada y el total abandono. Pero tampoco el presidente Duhalde pudo contrarrestar la indignación social que él mismo había ayudado a fomentar como senador opositor al gobierno, y tuvo que llamar a elecciones anticipada. En este caos político, aparece Kirchner: gobernador peronista de la provincia de Santa Cruz, desconocido en la capital, caudillo en su provincia y cercanísimo al presidente Duhalde. La leyenda cuenta que el gobernador Kirchner llamó al presidente Duhalde para decirle que él no solo era su mejor opción para ser presidente, sino que además estaba dispuesto entregarle un maletín de dólares para que lo promoviera como candidato presidencial y disputarle a Carlos Menem la presidencia, que también había anunciado su candidatura a las nuevas elecciones presidenciales. El resto es historia: Néstor Kirchner ganó aquellas elecciones e instaló el modelo kirchnerista por 20 años.

Si el gobierno de Menem fue corrupto, el gobierno de Kirchner, primero, y el de su esposa Cristina Fernández, después, llevaron directamente a abrirles las puertas de par en par a la mafia, robo, coimas, violencia, militancia, narcotráfico, cinismo, psicosis y psicopatía para que se instalaran en el poder político y también en el consciente e inconsciente del pueblo argentino. Se dice que Néstor Kirchner y Cristina Fernández organizaron una extendida organización ilícita de militantes para defraudar al Estado por una cantidad de 1.000 a 4.000 millones de dólares (prueba de ello es, por ejemplo, los casos de Lázaro Báez o cuadernos). Los intentos de juicios que se les realizaron durante sus mandatos, quedaron en nada a causa de un Poder Judicial instrumentalizado y corrompido por el poder político. Cuándo Kirchner falleció (se dice que no fue una muerte natural, sino que en ello participaron terceras personas), se pensó que Cristina por fin podría ser condenada, pero extrañamente el fiscal Alberto Nisman, que estaba probando sus crímenes y delitos, apareció muerto en el baño de su departamento.

Como última esperanza, el pueblo argentino le dijo basta al kirchnerismo y eligió, sorpresivamente, a Mauricio Macri de presidente, representante de la coalición de derecha. Su gobierno fue ineficiente, confuso y malo. En ello colaboró, también, al igual que le sucediera a De la Rúa, una oposición golpista, violenta y conspiradora. En estas circunstancias, el kirchnerismo vuelve nuevamente al poder con Cristina Fernández de Kirchner, aunque esta vez como vice presidenta y Alberto Fernández de presidente: uno de los peronistas más detractores de Cristina y que sostenía que era corrupta y mafiosa. Una pequeña muestra del cinismo y psicopatía impúdica que se fue apoderando de Argentina. Lo explica, mejor, Perón: “Los peronistas somos como los gatos. Si gritamos, nuestros enemigos creen que nos estamos peleando, pero en realidad nos estamos reproduciendo”.

Al día de hoy, la mayoría de los argentinos sostienen que el actual gobierno de Cristina (condenada por la justicia siendo vice presidenta y con fuero) y Alberto (apodado por sus detractores y propios correligionarios como mitómano, cínico, corrupto, ocupa y mequetrefe), ha sido el peor gobierno de la historia Argentina; y los resultados de esta gestión están a la vista. Por tanto, no resulta ilógico que el pueblo haya ido a las urnas con bronca y rechazo a la elite política, y votara por un candidato nuevo cómo lo es Javier Milei (su Ley), que agita las banderas de “que se vayan todos”, “cárcel a los corruptos”, “acabar con la inflación”, “terminar con el narcotráfico” y “dolarización”. Tampoco es sorpresivo que el pueblo argentino elija a un candidato que salió de la televisión y que suele gritar, maldecir, ofender y mal tratar a los demás. Porque en honor a la verdad, la vibración energética, cultural, social y espiritual de Argentina, hace ya varios años, como resultado de todo lo que el kirchnerismo ha dejado de herencia, se ha ido transformando en una idiosincrasia violenta, exuberante, estridente y prepotente, naturalizada y normalizada por su pueblo, cultura y medios de comunicación. Entonces, que el candidato de extrema derecha Javier Milei (su ley) fuera primera mayoría en la elecciones PASOS de Argentina, es de toda lógica, independiente de nuestros deseos o preferencias. Lo que si nos debiera llamar la atención y ocupar, pudiendo sacar lecciones importantes para nuestra realidad como país, es ¿cómo Argentina, teniendo de base una tradición, cultura, educación y matriz productiva de excepción, ha podido llegar a este paupérrimo momento de un frágil y tenue reflejo a contra luz de su gran historia?

Felipe Monsalve, director creativo y autor de los libros Homeostasis, Ayni y Chumbil.

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