Opinión

Columna de Francisco Javier Estévez: Un Golpe contra la humanidad

CDI COPESA

El Golpe no ocurrió de golpe. Hay un antes y un después del acto determinante del bombardeo de La Moneda y la muerte del Presidente Allende. El Golpe tuvo un desarrollo previo al 11 de septiembre: cuando la racionalidad democrática es desplazada por una ofensiva antidemocrática y la irresponsabilidad política. Y tuvo el Golpe un desarrollo posterior: cuando el Golpe no da paso a una intervención militar transitoria –como algunos de su partidarios creían que iba a suceder– sino que se instala una dictadura terrorista de Estado de carácter permanente.

Que había entonces, debido a las transformaciones sociales y económicas emprendidas por el Gobierno Popular y a causa de las reacciones legítimas de quienes se oponían a ellas, una situación de crisis intrademocrática –esto es, dentro de la democracia– fue una realidad. Mas esa crisis intrademocrática debimos haberla enfrentado, como país, desde la democracia, con más democracia, pero nunca contra la democracia.

Lo que no puede aceptarse y menos legitimarse es que una crisis dentro de la democracia lleve inevitablemente a romper con la democracia. Con el Golpe y la dictadura ocurre que esa crisis intrademocrática, derivada de la contradicción sistémica entre transformación y reacción dentro del sistema democrático, nos condujo como país a una crisis antidemocrática, porque la democracia que teníamos la perdimos.

Pasamos de una crisis intrademocrática a una crisis antidemocrática porque la democracia fue sustituida por un régimen político dictatorial. Entonces el gobierno de lo democrático fue reemplazado, por la fuerza de un golpe de Estado, por un gobierno de lo no democrático. Este cambio de paradigma nos significó como país un tránsito trágico: ir desde una democracia política a una dictadura civil militar.

El Golpe de Estado de 1973 es un Golpe contra el gobierno de la República. Ello es evidente de por sí. Pero es asimismo un golpe contra la institucionalidad democrática del Estado en su conjunto. Lo es contra el gobierno (ya no es posible elegir las autoridades); contra el Tribunal Constitucional (que se elimina); contra el Poder Judicial (que pierde toda su autonomía); contra el Congreso (que se disuelve); contra las propias Fuerzas Armadas (cuyos integrantes no golpistas son eliminados) y contra la misma Constitución de la República (que deja de tener vigencia).

En suma, el gobierno de lo democrático fue reemplazado por la fuerza de un golpe de Estado por un gobierno de lo no democrático. Este cambio de paradigma nos significó como país un tránsito trágico: ir desde una democracia política a una dictadura civil militar.

La democracia tiene una relación de simbiosis con los derechos humanos. Cuando no hay democracia los derechos humanos son violentados. Y cuando en democracia los derechos de las personas, comunidades o pueblos son reprimidos de manera sistemática inevitablemente la democracia se resiente, se restringe o se pierde. Entonces, sin una democracia política que los proteja, esto es, cuando se impone un régimen dictatorial, la violación de los derechos humanos se vuelve sistemática.

El Golpe de Estado en Chile fue un golpe contra la humanidad. La extensa y muy violenta violación de los derechos humanos en Chile –una tragedia que nos hermana en el dolor y sufrimiento con otros pueblos latinoamericanos– tuvo una repuesta solidaria enorme en el mundo. Se afirma con razón que las ejecuciones, las torturas y la detención y desaparición de tantas personas, calificadas como enemigos de la patria por el régimen dictatorial, se asumen como crímenes de lesa humanidad. Y junto a esas víctimas están quienes son forzados a marchar al exilio, sufren la prisión política, las relegaciones y la represión de sus derechos laborales o estudiantiles. Todo el arco de los derechos políticos, sociales, económicos y culturales de nuestro pueblo se ve gravemente afectado.

Un Golpe contra los derechos humanos universales. Pero también contra la utopías de los movimientos libertarios, socialistas y democráticos del mundo. Por el reconocimiento mundial del liderazgo del Presidente Allende, claro. Y asimismo porque es toda una generación de los distintos países del orbe que sintió el dolor y la frustración de ver cómo se cerraba, con una violencia desatada, un proyecto de transformaciones de la sociedad por la vía no-violenta que había inspirado procesos de cambios en otros países.

Asumamos ahora que tenemos la responsabilidad de una nueva historia. La que está por venir, la que debe hacerse, la que nos requiere este momento político. Con la memoria de nuestro lado, por cierto. Se trata de conquistar las mayorías para nuestros actuales desafíos transformadores. El ayer nos acompaña, pero el futuro nos espera. A 50 años de las palabras finales de Allende en que nos insta a abrir nuevamente las grandes alamedas por donde pase el hombre libre (en genérico, esto es, las mujeres y los hombres libres, en plural) para construir una sociedad mejor, nos corresponde asumir que tenemos el derecho a una nueva historia.

Por Francisco Javier Estévez, Comité Ciudadano de Memoria Democrática

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