Columna de Gabriel Alemparte: El pasado retorna alguna vez

Presidente Gabriel Boric. /Foto: AgenciaUno.

Dirigiendo un gobierno que a duras penas será como el más mediocre desde el retorno a la democracia, el pasado los asedia por la lenidad y la torpeza, en la falta de preparación, pero también en la contradicción de sus propios actos.



En su gran novela “Netchaïev ha vuelto” (1987), el escritor español-francés Jorge Semprún reflexiona sobre los ideologismos y el fanatismo de las izquierdas radicales en los sesenta. En la película homónima del libro, protagonizada por Yves Montand, se puede observar como un grupo de cinco jóvenes de la burguesía francesa se emboban en la suerte de los fracasos de la locura posterior a mayo de 1968, y a fuerza de pedir lo imposible, terminan cometiendo el crimen de uno de ellos. Netchaïev la “chapa” de ese quinto personaje que todos creían muerto, vuelve desde el pasado a buscar y vengar su supuesta muerte, mientras, sus antiguos camaradas de armas ahora gozan de las bondades de la riqueza y el poder olvidando su pasado.

El tema es recurrente, Martín Caparrós, en una novela de tintes similares (“A quien corresponda”) nos expone a su personaje Carlos “el Gallego” que retorna para enfrentar a antiguos compañeros de revolución y preguntarles por el pasado que dejaron atrás, olvidando a los que ya no están. El pasado retorna y genera temor.

No deja de ser paradójica las menciones a los libros de Semprún y Caparrós, frente a una generación política que desde poco asumir el poder hace dos años comienza a mostrar las fisuras entre la ideología y la realidad. La generación que nos gobierna es el resultado -en la mayoría de sus casos- de la buena educación privada, de familias que pertenecieron a la élite política o financiera del país. La mayoría de ellos -como algunos se autoerigen- vienen como les gustaría decir ¨desde abajo¨, pero en realidad no vienen desde ahí, de hecho “si vienes desde ahí, lo más probable es que no accedas al poder” me decía uno de ellos.

Esa generación surgió de las protestas estudiantiles de 2006 y 2011, su paso por la universidad fue efímero en estudios, pero potente en ideologización, y en la creencia, que nuevamente podía volver al país un nuevo proceso revolucionario, más potente y radical que pudiese remover los cimientos conservadores de la sociedad y derrotar al neoliberalismo (en palabras de ellos). Para ello con destreza, y sin pudor contaron con la connivente centroizquierda moderna, que se avergonzó de sus avances y sintió la crítica poderosa de ¨los hijos del poder¨, esos que habían crecido en los pasillos y sobremesas de este. Con ello llegó del presente una nueva generación que criticó los avances de sus padres. “Los jóvenes del Frente Amplio son hijos de militantes de partidos tradicionales” señaló la expresidenta Bachelet en 2017.

La crítica venía desde el interior. Renegando de su pasado llegaba la hora de destruir con fuerza lo conseguido y girar hacia una izquierda que consiguiera identificar a las fuerzas revolucionarias, en el imaginario de los padres, suspendida en la continuidad de la dictadura y la transición política. Desde dentro y coincidiendo con fuerzas mundiales como la “primavera árabe” o “los indignados” en España, nos llevaron al delirio de creer que todo lo avanzado no valía la pena, a punta de promesas que abarcaban, desde el fin de la corrupción, el nepotismo, los negocios espurios, el amiguismo desatado y la necesidad de una Constitución que diera por fin justicia a esas minorías de nicho. La mesa estaba servida, saltando desde la universidad al parlamento, sin detención alguna, nos hablaron a todos los demás con su superioridad moral y hoy en el gobierno, desde el pasado los chilenos, como lo hizo “Netchaïev” o “Carlos “el Gallego” vienen en recordarles todo los días el pasado.

Dirigiendo un gobierno que a duras penas será como el más mediocre desde el retorno a la democracia, el pasado los asedia por la lenidad y la torpeza, en la falta de preparación, pero también en la contradicción de sus propios actos.

Quisieron roer las instituciones de seguridad desde su interior, las acusaron de todo lo imaginable, imaginaron su propia revolución y su mayo francés, en el estallido social de 2018, retiraron querellas por desmanes y actos terroristas, y luego, se congraciaron con esos luchadores sociales otorgando indultos y pensiones de gracia de vergüenza a delincuentes comunes. Hoy ahogados por la peor crisis de seguridad, la corrupción y la desesperanza, el gobierno naufraga en su pasado y su presente, terminando un año y comenzando otro, tras defender la legitimidad de la Constitución que juraron defenestrar, en un acuerdo multimillonario con el yerno de quien crecieron odiando, con ministros disfrutando del “cheese and wine” con los mismos empresarios y lobbystas de los que abjuraron y con casos de corrupción que los rodean de amigos y conocidos que los acompañaron antes y hoy se apuran en esconder.

La pregunta que surge entonces ¿Quién será el Netchaïev que retorne del pasado a recordarles lo que fueron?

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