Columna de Gonzalo Cordero: El dolor de ya no ser
El tango es fuente inagotable de sabiduría. Estas semanas he recordado uno de sus mejores poemas bajo los acordes rioplatenses, tanto como unas palabras de Juan Carlos Baglietto que dicen algo así como que es necesario llegar a cierta edad y alcanzar cierta experiencia para comprender por qué a nuestros viejos les gustaban tanto los tangos. Pensar en lo que fue Chile hasta hace solo una década y compararlo con lo que es hoy, es sentir en cada fibra el verso aquel de “Cuesta abajo”: “Si arrastré por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.
Dónde quedó ese país en que izquierda y derecha intentaban consolidar sus instituciones democráticas, en que alcanzar el desarrollo era un objetivo transversal, en que el Senado era un espacio de debate con altura de miras y la Cámara daba vida a una política intensa, pero en que se proyectaban liderazgos de primer nivel. Dónde está esa Corte Suprema con jueces parcos, de pocas palabras, a los que se les criticaba por estar demasiado alejados del mundo real. El país sobre el que se escribían editoriales y artículos en la prensa internacional por su crecimiento sostenido, por encaminarse a pasos agigantados al primer mundo y que, al parecer, sería el primero en vencer la maldición de América Latina alcanzando el desarrollo.
No quiero sonar autocomplaciente, ni insertarme en una suerte de leyenda rosa. El país de la transición tuvo problemas, acusaciones constitucionales, debates ásperos, asomos de corrupción. Es obvio, pero en “la última línea” éramos líderes en nuestro subcontinente, crecíamos, millones de personas salían de la pobreza y llegaban a la educación superior por primera vez en la historia de sus familias; la inversión, en virtuosas alianzas público privadas, nos dotaba en pocos años de la infraestructura de un país desarrollado y mirábamos con solidario pesar la realidad de vecinos cercanos destruidos por la droga y el crimen organizado. Ahora ellos nos deben mirar a nosotros con la tristeza del camino conocido.
Las últimas semanas solo nos golpean con el triste “dolor de ya no ser”. Homicidios por decenas; un sistema de justicia que, al estilo de cualquier reality, se toma el debate político mientras la gente normal mira con espanto y, probablemente con cierto desprecio, a una clase dirigente que se amenaza sin que quede títere con cabeza. Para mí, debo reconocerlo, lo más doloroso es lo de la Corte Suprema, que hace más noticia por su comisión de ética que por los fallos de sus salas. De la economía mejor no hablar.
La Presidencia de la República, institución fundamental de nuestra historia, es ejercida sin la menor noción precisamente de los fundamentos que constituyen una República, rebajándola mediante una sucesión de imprudencias y carente de aquello que, en el fondo y en la forma, metafóricamente llamamos estatura.
Han sido días grises en que, a mí al menos, me han sonado más tristes que nunca los versos de Gardel: “Sueño con el pasado que añoro, el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá”.
Por Gonzalo Cordero, abogado