Columna de Gonzalo Cordero: El ejemplo de Prat



Hoy se cumple un nuevo aniversario del episodio más notable de nuestra historia, no solo por el heroísmo de quienes sacrificaron su vida en esa jornada, sino porque fue el corolario de las virtudes cívicas y humanas sobresalientes de Arturo Prat, y también porque dio lugar a que se expresara la caballerosidad e integridad del almirante Grau, el más digno adversario que se podría imaginar.

El ejemplo del héroe naval está más vigente que nunca; su valor sereno, reflexivo, tan carente de estridencias como perdurable, contrasta con lo que vemos a diario en nuestra sociedad, en la que abundan los fanfarrones y escasea el valor. Al clarear el alba de aquella mañana, Prat ordenó sus prioridades, le escribió a su familia, dispuso lo que correspondía a su mando militar para enfrentar la batalla y se vistió con el uniforme apropiado para las ocasiones más formales que disponía en el buque. Y luego, sencillamente, casi diría modestamente, entró a la historia por la puerta más ancha que es posible.

Es verdad que el hábito no hace al monje, pero su carencia tampoco hace al rebelde, ni mucho menos al transformador. Es tan absurda la pretensión de que las meras formalidades son suficientes para dar contenido a las instituciones, como la de que su desprecio nos elevaría éticamente por encima de aquellos que las respetan. Por el contrario, ello suele expresar incomprensión por la importancia que las formas y los procedimientos, en general, tienen para manifestar el respeto por los demás. Bien usado, el hábito es señal de humildad, atributo esencial del monje.

Vivimos una época en que muchas autoridades prescinden del vestuario formal, queriendo expresar, al parecer, su rechazo a determinados valores, con la pretensión de que ir vistiendo pantalones de mezclilla a una sesión del Congreso, por ejemplo, sería un discurso político.

Esta semana asistió a la Cámara de Diputados el embajador de Israel, ocasión en que un grupo de parlamentarios lo recibió con pañuelos representativos de la causa palestina y una actitud torpemente desafiante, comparable a las de otras autoridades que han increpado a miembros de las Fuerzas Armadas o Carabineros que estaban cumpliendo con su deber. Nunca la descortesía o el abuso que se ejerce sobre otros, haciendo ostentación del poder, ha sido una manera digna, ni menos valiente, de expresar ideas o de sustentar las posiciones propias.

Por estas y otras razones, vuelvo regularmente sobre el testimonio de Prat, porque como ocurre con las grandes figuras de la humanidad, nos dejó lecciones que permanecen vigentes sin importar el tiempo o los cambios experimentados por nuestra sociedad. La naturaleza humana permanece, la verdadera valentía sigue siendo escasa y la bravuconería mucho más habitual.

Hoy abunda esa especie que identificamos como los “winners”, para los que la medida del éxito es siempre corta; para algunos está en una planilla de cálculos y para otros en una rebeldía impostada. Frivolidad y bravuconadas carentes de valor.

Por Gonzalo Cordero, abogado

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