Columna de Lucía Dammert: Chile y el déficit de esperanza

Chile y el déficit de esperanza.
Chile y el déficit de esperanza. AP


En el año 2023, solo 10% de los entrevistados dijo que esperanza era la emoción que les generaba pensar en la situación actual del país, lo que representa una caída de siete puntos porcentuales en una década. En el mismo periodo aquellos que sienten que el país ha empeorado pasó de 21% a 59%. Toda información relevada por el informe de desarrollo humano del PNUD, que solo reafirman los resultados de múltiples estudios que denotan la complejidad de un país donde cada día más personas se sienten agobiadas, cansadas y semiabandonadas por los liderazgos políticos. No es de extrañar entonces que 23% de los ciudadanos considere que el liderazgo político prioriza sus intereses personales

La esperanza es una actitud movilizadora que nos permite buscar salidas a los problemas que vemos como amenazas individuales o sociales. Por el contrario, el miedo y la rabia nos encierran en grupos más pequeños, en perspectivas polarizantes y no dialogantes, en la permanente sensación de proteger lo propio por encima de analizar lo colectivo y en la construcción de una amenaza clara que se convierte en el chivo expiatorio de nuestras ansiedades colectivas. Los datos del PNUD son claros, el año 2023 el 10% y 9% de los entrevistados reconocen en el miedo y la rabia las emociones que definen la situación actual del país, respectivamente.

¿Qué nos está pasando? Nada muy novedoso, solo la confirmación de un proceso de larga data marcado por altos niveles de temor al delito, de sensación de impunidad, de desconfianza en las personas y en las instituciones. Los pequeños momentos de esperanza son cada día más episódicos, de cortísima duración y apelan también a la emoción. En el último año, los Panamericanos fueron el momento en que se logró instalar una sensación diferente. Pero duró lo que duraron los juegos. A esos procesos hay que sumarles la confirmación diaria del cambio climático y sus consecuencias sobre nuestras vidas, la complejidad de una vida social carente de espacios de interacción clara y de una élite que parece ensimismada y alejada de las preocupaciones ciudadanas.

La élite en su conjunto es vista con desconfianza e incluso desprecio por parte de la ciudadanía, que reconoce la necesidad de cambios y en algunos casos declara quererlos con rapidez. Hace solo cinco años el país en su conjunto, más allá de sus posiciones respecto del estallido social, reconocía la necesidad de construir un nuevo contrato social, donde la justicia social y la capacidad de responder a las necesidades concretas de la población fueran el eje fundamental de la acción política y social.

Tal vez recuperar el diálogo sobre las necesidades más importantes del país, como la seguridad, crecimiento, desarrollo, equidad, justicia y no discriminación, sea una opción más efectiva para empezar a construir un camino que nos aleje de esta constante sensación de fragilidad que se instala como un pilar de la desesperanza y, potencialmente, del conflicto y la violencia.

Por Lucía Dammert, académica de la Universidad de Santiago de Chile.