Columna de Max Colodro: No pagar

Destrozos en el Estadio Nacional en ingreso forzoso de fanáticos de Daddy Yankee. Foto de Pedro Rodríguez.


No fueron cientos sino miles los chilenos que lograron entrar a un concierto sin haber comprado sus entradas. Como una turba organizada para el desalojo, botaron rejas y traspasaron barreras de seguridad. Es que, como dijo un sabio: “mis deseos son derechos y los derechos de los demás, son abusos”. Axioma de la matriz cultural en que nos encontramos desde hace más de una década, desde el momento en que un importante sector político decidió seducir a la gente con la idea de que tiene derechos y no deberes y, además, que los derechos deben salir gratis. No se requieren contraprestaciones ni responsabilidades, los derechos por principio los pagan siempre otros.

El Transantiago no estuvo a la altura de las expectativas, así que casi un tercio de los habitantes de la capital lo usa sin pagar. Cuando en el gobierno anterior se decidió que el transporte público debía subir treinta pesos, la respuesta lógica y socialmente aplaudida de los estudiantes fue saltarse los torniquetes. “Lo están haciendo bien, cabros… gracias totales”, les dijo el actual ministro Jackson. Pero esto no empezó con el estallido social, que fue el momento de su normalización. Ya en 2014, en el mundial de fútbol de Brasil, una turba de hinchas chilenos se colaba en el estadio Maracaná, haciendo gala ante el planeta de esta nueva idiosincrasia igualitarista.

Es que los poderosos en Chile han abusado a destajo y, por lo general, terminan impunes. Por tanto, no pagar es la mínima compensación que la gente tiene derecho a ejercer. Lo razonable no es exigir que los ricos sean sancionados conforme a ley cuando la trasgreden; lo que corresponde es evadir y no pagar ya que, lo tenemos internalizado, las normas nunca son cumplidas de igual forma por todos. Ese es el espíritu que se ha fomentado: trasgredir y hacer trampa, porque todos los hacen. En el Chile actual quien paga la micro o compra entradas para ver a Daddy Yankee, es el tontito del curso.

Este es un aspecto medular de nuestra tragedia, del deterioro político y cultural que Chile ha vivido en los años recientes. Es la razón por la cual el incendio de más de medio centenar de estaciones de metro, de innumerables iglesias, escuelas y museos no generó una ola de repudio, sino un cómplice entusiasmo en vastos sectores de población. Porque el país que hemos construido desde la década de los noventa ha sido tan desastroso, con tanta injusticia, abuso e inequidad, que los chilenos tenemos licencia para hacer cosas que no serían toleradas en ninguna otra parte del mundo.

Por eso, aquí nadie puede extrañarse si las ciudades arden, si el Estado de Derecho y el orden público están en el suelo, si un porcentaje enorme de gente usa el transporte sin pagar y miles se organizan para ir a un recital sin entradas. Porque todo ello es un mínimo compensatorio, apenas un destello de dignidad frente a las pavorosas secuelas del Chile actual.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

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