Columna de Max Colodro: Secuelas cristalinas



La mayoría de los chilenos vivió el aniversario del Golpe con distancia e indiferencia, pero eso no implicó que no fueran conscientes de sus alcances: según la encuesta Panel Ciudadano-UDD, un 68% de los entrevistados considera que el país está más dividido después de la conmemoración. El gobierno intuyó el resultado de su apuesta, pero no le importó; había que darse el gusto, un acto de la izquierda y para la izquierda, donde los opositores y las FF.AA. no tuvieran cabida. Apología de un pasado trágico, donde la línea divisoria entre vencedores y vencidos, víctimas y victimarios, fuera reafirmada como plenamente vigente.

La sinceridad dispensada en el contexto de esta efeméride es algo que debe agradecerse. La izquierda reviviendo su fracaso como si fuera una epifanía religiosa, sin la más mínima autocrítica, con el Presidente Boric al borde del trance místico. En paralelo, la derecha develando sus crudas verdades, las razones por las cuales nunca podrá condenar sinceramente el Golpe: tiene la convicción de que era un hecho inevitable, que las opciones eran la guerra civil o la consumación de un régimen totalitario. Y esto, si bien no la lleva a justificar las violaciones a los DD.HH., pone la brutalidad de los acontecimientos frente a un contrafactual en el límite de lo insalvable.

Tendremos entonces que aceptarlo: la izquierda seguirá esclava de su sueño bombardeado, creyendo que cualquier expresión de malestar en el Chile de hoy es una señal inequívoca de que ese sueño sigue vivo, de que la utopía de “derrocar al capitalismo” se enciende en cada marcha y acto de protesta, aunque ellos supongan grados importantes de violencia y destrucción. Y la derecha no podrá hacer una real autocrítica respecto de su complicidad frente a las violaciones a los DD.HH., porque ello implicaría poder separar los crímenes del Golpe y la dictadura, es decir, de aquello que permitió que Chile evitara una guerra civil o terminara siendo “otra Cuba”.

Así que no hay alternativa. Estas son la izquierda y la derecha que tenemos. No hay otras. Y lo único claro, como lo venimos confirmando hace ya bastante tiempo, es que esta izquierda y esta derecha no están dispuestas a construir acuerdos y a generar un piso institucional común; prefieren seguir culpándose por el pasado y cobrándose las cuentas, aunque ello condene al país a seguir deteriorándose indefinidamente. Quizás, a los actores de toda esta performance tampoco les importa mucho, y quieran jugar a la polarización porque saben que es el único escenario donde todavía pueden representar algo, una esperanza muerta o un desenlace pleno de horrores pero que habría terminado salvando a Chile.

En otras palabras, un pasado que permite soslayar y sublimar las responsabilidades de una sociedad que, a cincuenta años del Golpe y a 33 del retorno a la democracia, todavía no sabe adónde va, no sabe lo que quiere y, menos aún, sabe lo que debe hacer para liberarse de las secuelas de su tragedia.

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