Columna de Natalia Piergentili: Para que las primarias valgan la pena

A propósito de los desafíos que enfrentamos como país en el ámbito político, las primarias han trascendido su propósito original de seleccionar candidatos, convirtiéndose, en una herramienta clave para disputar, no solo liderazgos , sino también, las definiciones centrales de los proyectos políticos en competencia. De esta forma, el proceso de primarias no solo mostrará quién será el candidato de una coalición, sino también, determinará implícitamente las prioridades y los enfoques que guiarán un eventual gobierno.
Sin embargo, la utilidad y credibilidad de las primarias puede verse cuestionada cuando se perciben como ejercicios puramente formales, carentes de competencia auténtica o incapaces de generar unidad efectiva después de la disputa electoral. En un contexto marcado por alianzas cada vez más amplias y heterogéneas, la pregunta clave se vuelve evidente: ¿cómo lograr que las primarias realmente valgan la pena?
El actual sistema electoral chileno cuyo énfasis está mas en la representación que en la gobernabilidad ha conducido, paradójicamente, a la necesidad de construir alianzas amplias que incluyen miradas políticas diversas y posiciones que, en ocasiones son irreconciliables. Mientras el oficialismo ha intentado equilibrar desde la socialdemocracia tradicional hasta sectores más dogmáticos, la oposición enfrenta sus propios dilemas al buscar – o no- compatibilizar y hacer confluir visiones liberales, conservadoras y populistas.
Este sistema, también ha generado incentivos para fidelizar casi exclusivamente a la propia base electoral, lo que distorsiona el diálogo político amplio y tensiona o relega a un segundo plano aquellas discusiones más universalistas que, particularmente en el caso de la izquierda, han dado sustento y valor a sus luchas históricas. De esta manera, las primarias corren el riesgo de convertirse en escenarios donde se exacerban las diferencias, reforzando así la polarización política en vez de contribuir a la convergencia democrática y a la estabilidad política.
Son múltiples los factores que pueden erosionar la legitimidad democrática de estos procesos. Primero, la ausencia de coherencia ideológica se profundiza cuando las propuestas entre candidatos de una misma coalición resultan incompatibles, generando incertidumbre sobre la capacidad real de gobernabilidad posterior. Segundo, se instala la duda sobre el compromiso sincero de los candidatos derrotados para apoyar el proyecto ganador, situación que ha quedado claramente ilustrada en procesos recientes donde candidaturas derrotadas han optado por la crítica pública o por mantener agendas paralelas al proyecto ganador. Finalmente, la percepción de que las primarias responden exclusivamente al cálculo electoral inmediato más que a un proyecto de más largo aliento aumenta la desconfianza ciudadana, afectando negativamente la credibilidad del sistema político en su conjunto.
Para que las primarias cumplan plenamente su rol democrático, resulta crucial avanzar hacia la construcción de marcos programáticos mínimos consensuados, capaces de generar compromisos efectivos que vayan más allá del simple respeto formal a los resultados electorales. Es indispensable definir con claridad principios fundamentales, prioridades y el alcance de las iniciativas en temas clave como educación, seguridad ciudadana, pensiones o crecimiento económico, para así prevenir la fragmentación discursiva y evitar luego prácticas de negociación aislada o “pirquineo” en el Parlamento las que solo terminan debilitando a los gobiernos y poniendo en jaque la utilidad de la política para transformar y para hacerse cargo de lo que los ciudadanos esperan y requieren.
En definitiva, las primarias deben convocarse con el compromiso de trascender la lógica de pactos meramente coyunturales, convirtiéndose en verdaderos espacios de construcción democrática, cuyo principal valor radica en ser el primer paso hacia la consolidación de proyectos políticos que movilicen y generen adhesión ciudadana junto con que legitimen liderazgos capaces de garantizar estabilidad pero por sobre todo gobernabilidad.
Por Natalia Piergentili, ex presidenta del PPD.
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