Columna de Pablo Ortúzar: Remedio a la arrogancia política



Las ideas tienen consecuencias en la realidad, porque nuestra vida no está mecánicamente determinada. El camino se bifurca una y otra vez, y optamos según la representación que nos hacemos del mundo. Por lo mismo disentimos y nos enfrentamos.

El juicio del ministro Giorgio Jackson respecto de la generación de izquierda previa no es una coincidencia ni un error. Es parte constitutiva de la ideología política de la izquierda joven que llegó a La Moneda. Por eso causa revuelo: recuerda la grieta que los separa de sus aliados circunstanciales. Devuelve a la memoria, entre otras cosas, que el Presidente Gabriel Boric construyó su base política desde una crítica brutal y sin concesiones al mundo de la antigua Concertación. Y que detrás de todos los bailes de máscaras y lágrimas de cocodrilo del presente, es muy probable que esa visión siga intacta, pues un cambio de discurso no implica un cambio de convicciones, aunque lo invite. ¿Qué, si no eso, explicaría la preferencia sistemática por el Partido Comunista sobre el Socialista dentro del gobierno?

Por lo demás, un cambio de convicciones exigiría un proceso de reflexión y discusión que no está teniendo lugar dentro del lote gobernante. La generación de Boric no tiene intelectuales pensando en estas cosas: la izquierda joven controla casi todo el campo académico en Humanidades y Ciencias Sociales, pero lo más que ofrecen es pandereteo virtual, matonaje a la disidencia y disquisiciones sobre táctica y propaganda. Por eso Noam Titelman queda chiflando en la loma cada vez que invita a un debate de fondo: nadie en su entorno parece creer que haya problemas ahí.

¿Quién lleva, entonces, la batuta? Irónicamente, los dos principales ideólogos de la nueva izquierda -Fernando Atria y Carlos Ruiz Encina- pertenecen, aunque repudian, a la generación censurada por Jackson. Basta leer Neoliberalismo con rostro humano (2013), de Atria, y Perfilar la nueva sociedad desde las luchas actuales (2001), de Ruiz, para entender lo que hay detrás de la postura del ministro: una dura condena política y moral contra quienes aparecen como cobardes, vendidos al “neoliberalismo” y enemigos de las fuerzas sociales. Y una sensación de superioridad impactante, que Víctor Orellana, sociólogo de Nodo XXI cercano a Ruiz, expuso -en referencia al plebiscito venidero- de manera clara: “La densidad espiritual, moral, cultural, intelectual y social del Apruebo es inalcanzable para el Rechazo”. Mejor dicho, que “nuestra escala de valores y principios...”, pero básicamente lo mismo.

Sin embargo, el “antineoliberalismo”, aunque se tenga en alto, pasa por un momento complicado. La conquista del gobierno ha dejado en evidencia que no es lo mismo amontonar minorías indignadas que articular una mayoría constructiva. No es tan fácil pasar de una articulación polémica a una política. La problemática, como se quejaba Allende, le gana otra vez a la “solucionática”. Y problemática es lo único que el populismo schmittiano oferta: la afirmación violenta de un “pueblo” contra un “no pueblo”.

La izquierda joven, entonces, parece carecer de un proyecto político real, aunque le sobre ambición mesiánica. Todo lo que ofrecen es antagonismo a una sociedad cansada de enfrentarse y consumida por el temor al crimen y la incertidumbre económica. Pero mientras Boric y compañía no renuncien al afán por refundar, nunca verán la dignidad de simplemente contribuir a mejorar lo heredado. Siempre les parecerá poco ayudar a los demás sin “despertarlos”.

Mientras tanto, el Partido Comunista -que sí tiene proyecto- juega su juego: utilizar a las vanguardias izquierdistas para liquidarlas cuando sea necesario. En las gravísimas denuncias de Sergio Micco por amenazas cuando presidía el INDH, en la persecución a Matías del Río -hasta con la presidenta del tribunal de ética gremial condenándolo sin proceso- y en el llamado a marcar casas de Karol Carola -que hiede a Cuba y Nicaragua- se insinúa la misma atrocidad política de siempre.

¿Alguna salida? El Rechazo. La izquierda joven necesita perder para madurar y reflexionar. La derrota es el mejor camino para obligarlos a replantearse como un proyecto reformista y democrático que responda lealmente a los anhelos de prosperidad y seguridad de las nuevas clases medias, en vez de a mesianismos de cátedra, activismos furiosos o designios envenenados del PC. Rescatar a Boric y sus amigos exige darles la oportunidad de reinventarse ellos mismos, en vez de seguir tratando de reinventar el mundo haciéndolo arder.

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