
Columna de Paula Escobar: Sichel y las cavernas

Probablemente el momento de mayor tensión dramática, el que acaso fue un parteaguas, fue hace menos de un mes, esa noche en que enfrentó el descuelgue de varios parlamentarios UDI y algunos de RN. Esa noche en que el abandono se hizo patente por parte de quienes le declararon su apoyo después de la primaria, pero que cuando comenzó a bajar en las encuestas le empezaron a mostrar, sin pudor, la espalda y corrieron a los brazos de Kast.
Esa noche, con rabia, Sichel tiró el mantel. Los dejó en libertad de acción y señaló que “no vamos a aceptar el chantaje de aquellos que quieren que me transforme en algo que no soy: una persona de extrema derecha, una persona que no es tolerante, que no cree en la diversidad, que no es independiente, que no cree en las ideas de la libertad”. Y allí en más, justo cuando se suponía que su campaña empezaba la cuesta abajo final, empezó su Tercer Acto como candidato. Fijó fronteras y muros con quienes -aseguró- lo estaban presionando a ser otro.
El punto cúlmine de esa etapa de reencuentro con sus ideas ocurrió en el último debate, en que tuvo la mejor performance y se vio tranquilo y claro respecto de quién es y lo que representa versus el proyecto de Kast.
La derecha cavernaria allá, yo acá, es lo que puede leerse de esos gestos. Y ahí encontró un tono que proyectó con fuerza y con soltura, y que ha hecho que varios volvieran a mirarlo con simpatía. (Los traspiés y errores de Kast en materias políticas y económicas hicieron, al menos, dudar a algunos adherentes).
No partió así de suelta su candidatura. El Primer Acto de su aventura presidencial fue incómodo. Pasó mucho tiempo como novio en la puerta de la iglesia, esperando que lo invitaran a la primaria de Chile Vamos. En esta, dio un gran golpe a la cátedra. Un gran caudal de votos lo hizo ganador inesperado de la primaria y lo transformó en el niño maravilla de Chile Vamos.
Lleno de apoyo -y no poca arrogancia-, empezó su Segundo Acto con muchos errores. El viento a favor confunde mucho y a veces lleva a sobreestimar la propia fuerza o la profundidad de la adhesión. La amenaza que hizo a los parlamentarios que votaran por el cuatro retiro alienó a varios en su contra. En los debates perdió frescura y proyectó esa misma arrogancia. No reconocer o reaccionar rápido sobre que había trabajado en una empresa de lobby, o que había sacado el primer retiro de 10%, o que en su primera campaña parlamentaria recibió aportes de empresas pesqueras (que, en su mayor parte, fueron entregados mediante boletas irregulares) causaron desconfianza. Y la molestia en su rostro empezó a notarse mucho. Presiones por enmendar la campaña, por incluir a los partidos, y la amenaza de José Antonio Kast, hicieron mucha mella. Ya no lo encontraban tan niño ni tan maravilla. Y Kast, duro y pálido, los conquistaba sin esfuerzo, por la posibilidad de ganar.
Cuando apareció la entrevista a su padrastro, la estocada a la línea de equilibrio de Sichel fue mayor. Si algo quedó claro es que tuvo una infancia vulnerable y dura, y que hubo allí una violencia que ningún niño ni mujer merece. Pero Sichel se descolocó y partió descalificando al medio… No entendió que él mismo había abierto la puerta al escrutinio de su biografía, lo que, por lo demás, es parte insoslayable de ser candidato.
Mientras, el desembarco a las playas de Kast se hacía masivo.
Hay que decir que el apoyo tan lábil hacia Sichel se explica no solo por sus errores (que lo llevaron a perder competitividad), sino por las propias contradicciones identitarias de la coalición. Dejarse seducir tan rápido por la alternativa de Kast habla de un frío pragmatismo, pero quizás porque -mal que les pese- a muchos del sector, en realidad, la “ruta republicana” no les resulta un proyecto político ni extremo ni extraño.
Si hasta hay derecha moderada o evolucionada que ya ha agachado el moño frente a Kast, y otros están, al menos, calculando en cómo agacharlo sin perder la cara. Porque el Republicano no ha ocultado nunca quién es. Ha explicitado con todas sus letras sus énfasis ultra y extremos en temas de género, medioambientales, disidencias sexuales, derechos humanos, entre otros.
Que Kast y sus seguidores hagan recordar el mundo en blanco y negro de la época de la dictadura tampoco los parece sobresaltar: su defensa de la dictadura de Pinochet, o que sus adherentes censuren a Teatro a Mil en Las Condes por razones “ideológicas”, no ha provocado grandes rebeliones en la derecha.
Por eso, cuando en su Tercer Acto Sichel puso zanjas entre él y la derecha radical de Kast, volvió a centrarse y a liberarse. Y la derecha, a complicarse. Los puso frente a un espejo muy incómodo, uno que pone a prueba la profundidad de su supuesta renovación, el peso real de quienes han declarado encarnar aquello, y cuán delgada es la capa que los separa de lo que Mario Vargas Llosa bautizó como la derecha “cavernaria”, que tan rigurosamente encarna Kast.
Si hoy Sichel pasa a segunda vuelta, lo habrá hecho de nuevo contra todo pronóstico. Su Tercer Acto habrá sido un éxito y se fortalecerá ese proyecto democrático y más centrista para la derecha. En tal caso, el desafío será persuadir a un electorado kastiano asustado, cansado y endurecido, que por eso ha visto en Kast una posibilidad.
Por otro lado, si Sichel pierde justamente por haberse resistido a asimilarse a esa derecha cavernaria, bien podría haber allí ganancia para él: una derrota por las razones correctas puede ser piedra fundacional de proyectos futuros. Y sería una derrota, más que para él, para tres derechas: la social, la liberal y la moderada, pues quedarán atadas a un candidato que vulnera parte sustancial de sus convicciones, y que tomará la hegemonía del sector, sea si gana la presidencial o si se transforma -de facto- en el jefe de la oposición.
Sichel podría, entonces, ser el líder de esa derecha no hegemónica que con dolor le dará su voto a Kast, esperando rearmarse. Pero aquello dependerá de qué haga Sichel en la segunda vuelta: si mantiene un lugar propio o si corre a los brazos republicanos.
Esa es la decisión que deberá tomar Sebastián Sichel.
Veremos cuál será su rostro mañana: eso determinará la fisonomía del próximo acto.
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