Columna de Pedro Pellegrini: El infierno y las buenas intenciones

"El proceso de la CC demostró que nunca hubo intención de buscar un mínimo común entre las distintas visiones y su resultado es un texto en que se termina con “la Nación Chilena” y se crea un Estado lleno de naciones."



Mi columna del mes pasado – La descomposición nacional – y el hecho de que haya suscrito con centenares de “Abogado(a)s por Chile” una carta abierta en que se criticaba el proyecto de la Convención Constitucional (CC), suscitó algunas reacciones adversas, imputándome entre otras cosas, la utilización de eslóganes de derecha para socavar el proceso constituyente.

Nada más contrario a la realidad y los argumentos no son eslóganes. Por eso, quisiera ser aún más directo: El proyecto de la CC no solo es malo… es pésimo, tanto técnica como históricamente.

Siguiendo a quienes me pidieron ahondar en las principales críticas, quisiera partir señalando que más que rechazo, prefiero decir “No apruebo”. Esta distinción no es meramente lingüística, porque para mí la decisión no será propiamente rechazar una nueva Constitución, sino que oponerse al texto absurdo que elaboró la CC. Si no se acepta ese texto se estará -en mi opinión- haciendo un favor a Chile y a su historia, y se mantendrán abiertos todos los caminos para iniciar un nuevo proceso, elaborado por consenso, por personas realmente preparadas y, más importante aún, con seriedad y sin sesgos, poniendo atención a las lecciones del pasado.

¿Por qué el texto de la CC es un absurdo técnico e histórico? Son decenas de razones, pero para este breve espacio, son 2 las sustanciales. La primera es que se trata de un texto constitucional divisionista. El proceso de la CC demostró que nunca hubo intención de buscar un mínimo común entre las distintas visiones y su resultado es un texto en que se termina con “la Nación Chilena” y se crea un Estado lleno de naciones. La plurinacionalidad que se propone significa tener varias “naciones indígenas”, plagadas de derechos, versus el resto de los chilenos-no-indígenas. Esta es una quimera ideológica que, además de imposible de financiar (frente a necesidades más apremiantes), genera desigualdades de derechos y divisiones entre personas y regiones de Chile.

Una cosa es respetar y reconocer que somos un país multicultural y otra es crear un territorio con varias naciones de minorías, con más derechos que el resto de los chilenos.

La segunda y que debe tener a nuestros próceres revolcándose en sus tumbas, es que se trata de un texto constitucional antihistórico, que menosprecia el aprendizaje cultural y práctico de más de dos siglos y de las 10 constituciones anteriores. La CC, en su laboratorio, nos propone un sistema nuevo que desintegra completamente el equilibrio entre los tres poderes del Estado. Por una parte, se acaba nuestro histórico Poder Judicial, y se elabora un “Sistema de Justicia”, en línea con la plurinacionalidad, dependiente de un “Consejo” que evalúa a los jueces. ¿A que nos llevaría esto? Nadie lo sabe, pero no a la independencia de los tribunales. Por la otra, se debilita fuertemente la institución del Poder Ejecutivo y las atribuciones del Presidente para conducir el país, sometiéndolas a un “Congreso Bicameral Asimétrico”. ¿Qué es eso? Otra entelequia que no existe en ningún otro lugar, pero que en suma cambia nuestro Poder Legislativo, transformándolo en un símil de la propia CC; es decir, una sola cámara, sin real contrapeso y que puede cambiar todas las leyes de Chile por simples mayorías coyunturales. Si, léase bien: todas las leyes y por simple mayoría. Ergo, una forma de dictadura-democrática-popular que entrega cero estabilidad y mirada de largo plazo en las reglas de un estado de derecho.

Ya con esas dos ocurrencias, se puede terminar con el país que conocemos hace 200 años. Entiendo los buenos propósitos de muchos miembros de la CC, pero tal como dice el proverbio: el infierno está pavimentado de buenas intenciones. La propuesta de la CC es una apuesta experimental e irresponsable que desprecia nuestro pasado republicano y que generará más odiosidad interna.

* El autor es abogado, director de empresas

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