Columna de Ricardo Lagos: Sudamérica, escenario de los próximos debates mundiales



A comienzos de octubre pasado se dio a conocer la “Hoja de Ruta” en la cual los 12 países sudamericanos que participaron del llamado Consenso de Brasilia definieron los temas sobre los que trabajarán juntos. Es un buen plan, a partir de un mandato sin mayor retórica: “Reunidos en Brasilia, el 30 de mayo de 2023, los líderes de los 12 países sudamericanos reafirmaron el compromiso de restablecer un diálogo regular para impulsar la integración regional, promover la cooperación y proyectar la voz de América del Sur en el mundo”. Esta última frase adquiere una gran relevancia si tomamos en cuenta la realización, en noviembre, de la cumbre de APEC en Lima y la del G20 en Río de Janeiro. Eso significa que los líderes de Estados Unidos, China, Alemania, Rusia, Japón, India y Francia, entre otros 30 gobernantes más, estarán en este lado del planeta, discutiendo cómo diseñar una convivencia posible en el siglo XXI.

La Cumbre de APEC tendrá lugar los días 16 y 17 de noviembre, precedida de diversas reuniones preparatorias, seguramente más cargadas de preguntas que respuestas. Ya lo sabemos, el mundo vive la complejidad de dejar atrás una era importante de su historia y entrar a otra donde las reglas y los consensos aún no son claros. Y será esta carencia de un orden global la que rodeará el debate del G20 en Río de Janeiro, entre 19 y 20 del mismo mes. A Brasil, con su sabiduría diplomática, le corresponde organizar y conducir hacia un buen resultado el encuentro entre los países más determinantes en el devenir del planeta. Todo sucede con dos guerras de fondo, donde el derecho internacional aparece quebrantado y la condición humana es sobrepasada por la brutalidad extrema. Ucrania y Medio Oriente están siempre en la orilla de convertirse en conflagraciones mayores.

Es cierto que el Consenso de Brasilia resalta la importancia de priorizar iniciativas concretas que mejoren la calidad de vida de la población y no dupliquen esfuerzos a través de otros mecanismos. Pero también -más allá de lo que pueda ser la presencia de tres países sudamericanos en la Alianza del Pacífico o la forma en como Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay logren articularse en el Mercosur- está vivo el desafío de definir la identidad a América del Sur como conjunto. Un subcontinente abierto tanto al Pacífico como al Atlántico y Caribe, una región con el 26% del total de agua dulce de la Tierra, rica en agro y minería, y con selvas exuberantes e hielos milenarios, nos identifican como la mayor biodiversidad del planeta.

No faltarán quienes digan que estos temas no son relevantes para un encuentro como la APEC en Lima o el G20 en Río de Janeiro. Sin embargo, los que vivimos en América del Sur podemos afirmar que es esta geografía la que nos hace militantes de la defensa del cuidado del planeta, sobre todo cuando la crisis climática aumenta. Esta no es una región de guerras como las que tensionan otras partes del mundo, nos hemos declarado zona de paz, pero todos los otros temas que asedian a la humanidad también son nuestros.

En otros términos, debemos poner nuevas energías a lo que podríamos llamar “la sudamericanidad latente”. Está ahí, a pesar que desde la política intergubernamental y la fragmentación exista una historia que da argumentos a los escépticos. En diciembre de 2004, hace dos décadas, tuvo lugar la III reunión de la denominada Cumbre Sudamericana. Allí, en medio de los muros seculares del Cusco, fue creada la Comunidad Sudamericana de Naciones. Diez presidentes y dos primeros ministros suscribieron una declaración que serviría de fundamento a la posterior creación de la Unasur. Ya sabemos cómo las confrontaciones ideológicas terminaron por paralizar esa iniciativa y anularon el principal propósito de hablar ante el mundo con una sola voz regional.

Ahora, el Consenso de Brasilia emerge no sólo como un nuevo intento de avanzar hacia la integración con una mirada pragmática y que responda a los desafíos del siglo XXI, sino también con la urgencia de lo ineludible que reclaman los hombres y mujeres de esta región. Los 17 puntos acordados como “Hoja de Ruta” obligan a trabajar colectivamente con sentido de sudamericanidad: Cambio climático, Combate al crimen organizado transnacional, Conectividad digital, Cooperación transfronteriza, Migración, Gestión de riesgos de desastres naturales, temas de Género y Energía son algunos de ellos. Son desafíos de tal magnitud que no dan espacio para la retórica ni para el inmovilismo sustentado en la existencia de gobiernos de distinto signo político. Ante ellos el dilema es “Cooperar o Perecer”, como dijera Hernán Santa Cruz con profunda visión diplomática hace 40 años y cuyo legado ha sido recordado en estos días. Palabras de una tremenda actualidad.

La interacción entre Brasil y Argentina no se ve fácil, pero esa es, precisamente, la tarea de madurez política que debemos mostrar al mundo: que gobiernos distintos pueden entrelazar fuerzas ante los grandes desafíos que los retan. El acuerdo de estos días entre Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia para enfrentar el crimen organizado es un ejemplo del camino a seguir. En este primer semestre del 2024 le corresponde a Chile coordinar los avances de este nuevo momento en la América del Sur, luego le seguirá Colombia. Para ambos países y para todos los de este acuerdo sudamericano está abierta la oportunidad de decirle al resto del mundo, cuando lleguen por acá en noviembre: los tiempos son difíciles, las tareas son complejas, pero en Sudamérica pretendemos enfrentarlas con la mayor unidad posible.

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