Columna de Rodrigo Arellano: El dilema del artista



Por Rodrigo Arellano, vicedecano de la Facultad de Gobierno, Universidad del Desarrollo

El artista danés Marco Evaristti, coincidentemente de origen chileno, expuso en varios centros de arte su creación conocida como «Helena». La obra consistía en 10 batidoras enchufadas, con un pez dentro de cada una. Los espectadores eran libres de ponerlas en marcha con las consecuencias, obviamente, que dicho acto traía. Para muchos no era una expresión genuina de arte, sino que constituía un acto de maltrato animal. Para Evaristti era su obra, su trabajo, su perfección, por lo tanto no era susceptible de cambios, pese a que varios sugirieron el retiro de los peces.

Algo muy similar hemos visto estas últimas semanas en nuestro proceso constituyente. En esta etapa final del proceso, y conocido el texto que tendrá -más allá de algunos retoques finales-, no existe duda que es un texto al menos deficiente y, por lo que hemos conocido en las encuestas, no será un texto de unidad (la encuesta CEP del día jueves nos dice que existe un empate técnico). Por lo tanto, requiere necesariamente modificaciones para transformarse en la Constitución por la que el 80% de la ciudadanía votó en el plebiscito de entrada.

Algunos constitucionalistas han acuñado últimamente el término “aprobar para reformar”, para justificar su inclinación por la opción a favor el próximo 4 de septiembre, dejando establecido claramente que el texto requiere cambios. Pese a todo lo anterior, hoy estamos en presencia de lo que podríamos denominar “el dilema del artista”. Esto se traduce en que pese a todas las llamadas de atención, y solicitudes de todos los sectores (aprobadores o rechazadores), los autores intelectuales de la obra sienten que es tan bella, tan perfecta, que quieren dejar el actual borrador, imposible de someterlo a cambios. Algo similar a las batidoras y los peces.

Ningún diseño humano está exento de perfeccionamiento. Aquellos que han tenido un proceso intelectualmente más desarrollado, o con más horas de tiempo destinadas a trabajar, han tenido el ego político y académico de sentirla tan perfecta que no sea posible cuestionar algunos de sus puntos y cambiarlos en la medida que las necesidades sociales lo requieran. Quienes han trabajado este perfecto plan saben que la híper fragmentación del actual Congreso hará prácticamente imposible alcanzar los quórums que hoy se plantean. Uno de los elementos fundamentales de las constituciones es su capacidad para adecuarse a las necesidades de las futuras generaciones para que ellas puedan autogobernarse. Los autores intelectuales de esta obra quieren impedir eso, estableciendo plazos y quórums que transforman parte del borrador en algo inmodificable.

Era el momento para intentar reivindicar un proceso que había comenzado con un grupo de convencionales negándose a cantar el himno nacional, que se ha desarrollado entre disfraces de dinosaurios, votos en la ducha, y sin actas, solo por mencionar algunas. Era la oportunidad para que los autores intelectuales salieran de su trinchera y pensaran más en el futuro. Sin embargo, hemos visto la paradoja de quienes durante toda su vida política o académica cuestionaran la dificultad que tendría la actual Constitución para cambiarla, y ahora buscan imponernos normas similares. Al igual que Evaristti, por más que se cuestione la obra, su creador se resiste a ello. Su obra ante sus ojos es hermosa y perfecta.

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