
¿(des) Hacer el género?

El proyecto político global de la extrema derecha es hostil, reactivo y regresivo con las políticas de género. En EE.UU. y Argentina, por ejemplo, los gobiernos de Trump y Milei se han propuesto desmantelar políticas y derechos establecidos en favor de mujeres y diversidades sexuales. Como quien arranca una mala hierba del jardín, se han empeñado en purgar todo rastro de ellas, incluso su vocabulario. La consigna parece ser: arrasar con la “cultura woke”. Ni la democracia, ni las constituciones han sido cortafuegos eficaces frente a esta amenaza. Con razón, las alarmas progresistas se han encendido.
Pero, ¿significa esto que todo lo que cuestionan o redimensionan estas políticas (o algunas de ellas) son un vestigio o amenaza patriarcal? La reciente decisión de la Corte Suprema de Reino Unido, que determinó que los términos mujer y sexo, empleados por una ley de igualdad, aluden solo a mujeres biológicas (o cis) y excluyen a las mujeres trans, ha amplificado una polémica que no es nueva. A propósito de diversas normas cuyas destinatarias son las mujeres (v.gr., los estatutos que sancionan la violencia contra ellas), la pregunta sobre quién es jurídicamente una mujer se venía planteando, tímidamente, en la academia y también en la judicatura. En algunos sitios, el debate había tenido efectos políticos corrosivos, fraccionando y enfrentando al feminismo en torno a dos posturas: una a favor de la equiparación entre mujeres cis y trans, y otra en contra.
No defenderé aquí ninguna de esas posturas (entre otras cosas, porque no estoy segura de si conviene adoptar una respuesta única o totalizante). Pero sí defenderé que ignorar o eludir tales preguntas o controversias es una mala idea. Esforzarse por comprender el origen de los debates, abrirse al genuino y honesto intercambio de ideas, y tratar caritativamente los argumentos ajenos, son condiciones para reflexionar, y para construir visiones colectivas y compartidas del mundo.
En las premisas, agendas y estrategias, feministas y queer, se encuentran las claves de este desencuentro. Mientras el binarismo (la diferencia sexual) es usado por el feminismo para reivindicar derechos específicos para las mujeres, las agendas queer buscan superarlo. Mientras para feministas “históricas (v.gr. Adriana Cavarero, Amelia Valcárcel, Alda Facio o Marcela Lagarde) -quienes deploran un (supuesto) efecto “borrado” de las mujeres tras al avance de las agendas trans–, el sexo remite a lo anatómico y el género a las representaciones sociales, para la teoría queer, ni uno ni otro están inscritos en la biología. Judith Butler ilustra este otro enfoque. Para ella, la identidad de género cubre un amplio espectro de elecciones y expresiones sexoafectivas, ninguna de las cuales está determinada, en ningún sentido, por lo anatómico.
Aunque el paraguas político del género es amplio, no es claro si para defender los derechos de ambos colectivos en casos concretos hay que deshacer o no el binarismo.
Por Yanira Zúñiga, profesora Instituto de Derecho Público, Universidad Austral de Chile
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