El dilema de la oposición venezolana

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*Esta columna fue escrita junto a Bruno Binetti, de Diálogo Interamericano.

Una vez más, el gobierno venezolano ignoró las críticas domésticas e internacionales y adelantó las elecciones presidenciales para el 22 de abril. Poco antes había fracasado el diálogo con la oposición en República Dominicana, ante la falta de garantías básicas en materia de transparencia del voto, independencia del órgano electoral, liberación de los presos políticos y condiciones equitativas para hacer campaña. La opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) se enfrenta a un dilema repetido, que divide a sus líderes: ¿Debe participar en las elecciones, aunque es evidente que no van a ser libres? ¿O es mejor boicotearlas para denunciar el autoritarismo del régimen? Puede parecer una opción fútil, dado que Nicolás Maduro está dispuesto a todo para permanecer en el poder sin importar lo que voten los venezolanos. Pero bien utilizado, el acto electoral puede ser una oportunidad para la oposición.

No faltan razones para defender un boicot. El chavismo aplastó la democracia cuando perdió apoyo popular y a su líder fundador, en medio de una autodestrucción económica y social casi sin precedentes en el mundo. De hecho, la justicia y el Consejo Nacional Electoral, apéndices del gobierno, ya han encarcelado o inhabilitado a casi todos los líderes de la MUD para que no puedan participar. En tanto, Estados Unidos, la Unión Europea y varios países latinoamericanos ya anunciaron que no reconocerán los resultados de las presidenciales de abril por los incontables abusos del régimen. Esta condena internacional refuerza a los opositores que rechazan participar en las elecciones: creen que presentarse legitimaría la reelección fraudulenta de Maduro.

No acudir a las elecciones sería un acto desafiante, pero podría no ser la decisión más acertada para la oposición. En 2017 el chavismo ignoró el boicot opositor e instaló una falsa asamblea constituyente que usurpó las funciones de la asamblea nacional, electa y con mayoría opositora. Algo similar ocurrió en 2005; el chavismo se hizo con el control absoluto de las instituciones cuando la oposición se negó a presentar candidatos. Aunque justificables, los boicots suelen ser contraproducentes.

La MUD no enfrenta a un gobierno democrático sino a un autoritarismo que cuenta con una firme alianza con las fuerzas armadas y que está dispuesto a robar elecciones, reprimir las protestas con violencia y arrastrar al país al colapso socioeconómico con tal de permanecer en el poder. En ese marco, el mero acto electoral es una oportunidad para que la MUD se movilice, demostrando su fortaleza y voluntad de resistir al régimen. Si presenta un candidato, la oposición obliga al gobierno a dedicar recursos y tiempo en organizar un fraude, dejándolo todavía más en evidencia y aislado. La historia demuestra que toda elección (aún fraudulenta) implica incertidumbre y abre espacios para que los autoritarismos cometan errores y se generen divisiones entre sus filas.

Con cada acto autoritario, el chavismo pierde más de la poca legitimidad que le queda ante su propio pueblo y la comunidad internacional. La MUD no debería hacerle las cosas más sencillas. La respuesta al dilema opositor pasa por comprender cuál es la estrategia que debilita más al gobierno y da más chances de que ocurra una transición a la democracia tarde o temprano.

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