Discrepar y no morir en el intento



Por Agathe Porte, directora de Icare

La última vez que mis hijos se inmiscuyeron en mi Iphone, se burlaron de mí porque descubrieron mis entrañables listas que he ido armando a lo largo del tiempo. Mi preferida es indiscutiblemente la de los dichos chilenos, los que disfruto inconmensurablemente, tanto por su ingenio como por su humor.

Tengo claro que en boca cerrada no entran las moscas, pero no puedo dejar de luchar contra otra de mis aficiones enlistadas, mi gran entusiasmo por el debate. Seguramente mi educación francesa, que deja un espacio importante al espíritu crítico, fomentó esta propensión. Soy muy consciente que cuando estés en Roma, haz como los romanos y creo haberlo aplicado cabal y naturalmente en mis felices 29 años de vida en Chile. Sin embargo, confieso que la dificultad de poder expresar crítica y discrepancia, sin estar arriesgando la pena capital, ha generado mi única contundente frustración.

 Quisiera que estas líneas fuesen una exhortación al debate libre y respetuoso. Vine por lana y espero no salir trasquilada, porque un debate no debería ser considerado como un campo de batalla donde uno derrota al otro, sino que un campo de juego donde existen el fairplay y un gran propósito para elevar las ideas y, por ende, sus futuras implementaciones. En el actual estado de crisis sanitaria, económica y social, solo con esta visión se debería abordar cualquier discusión y el amor por Chile debería ser el único gran propósito. 

“El secreto del cambio es enfocar toda la energía no en luchar contra lo viejo sino en construir lo nuevo”, decía Sócrates, quien revolucionó las enseñanzas filosóficas y estimulaba el espíritu crítico de sus alumnos y discípulos, generando discusiones (el debate socrático o la mayéutica) para la indagación y búsqueda de nuevas ideas y conceptos. El valor del debate radica justamente en  construir lo nuevo a través de una colaboración crítica, una “coo-petición”: una “competencia” donde los ingredientes son conocimiento y experiencia, pensamiento crítico, capacidad de  escucha, aceptación de las críticas, junto con una “cooperación” para sumar, asentir o ceder en búsqueda de un desenlace óptimo. 

¿A qué se debe en Chile esta marcada reticencia en discrepar?

 Es más chileno que los porotos no querer pelear con nadie, está claro. Pero, es justamente ahí donde existe la confusión entre pelear y discutir. En lo primero se apunta a la persona, en lo segundo a la idea y eso no debería gatillar un rechazo personal. Es interesante ver, por ejemplo, los debates virulentos entre dos diputados en el parlamento europeo y luego encontrarlos  almorzando juntos y apaciguadamente en el restaurant de la esquina. 

Otra razón por querer evitar la discrepancia podría residir en una cierta pereza que infaliblemente lleva a la complacencia. El tan manoseado término “zona de confort” grafica perfectamente lo cómodo y seguro de no discrepar. En el mundo de los directorios al que pertenezco, se usa el término “groupthinking” el cual, en mi opinión, empobrece el desempeño de los directores. Y de presidir en algún momento un directorio, quiero preocuparme especialmente de movilizar la  inteligencia individual y colectiva, en desafiar a los directores para que emitan ideas novedosas que incentiven la conversación en búsqueda del mejor resultado. 

La tiranía de los dogmas, las teorías reduccionistas, los prejuicios y, más que nada, lo políticamente correcto se han convertido en vicios que actualmente impiden un sano debate porque terminan restringiendo la libertad de expresión y, en consecuencia, constituyen per se una persecución por las ideas controversiales. No basta con tener una buena intención. Estimulemos la diversidad de opinión (cuando está sensatamente argumentada) junto con enaltecer el llegar a un acuerdo. Solo así se podrá construir una mejor sociedad.

No nos saquemos la suerte entre gitanos, es humano querer tener la razón. Pero, cuando se suman un poco de soberbia y algo de inseguridad (generalmente van juntos), se impide entrar en  la profundidad de la reflexión, argumentar y tener también la humildad suficiente para la auto-crítica o sencillamente encontrarle la razón a otro. 

En lo social, económico, político, se requiere con urgencia de una sólida habilidad humanista  para dialogar, debatir y discrepar. Enseñémoslo en los colegios, en todas las carreras universitarias y más precisamente en las carreras de ingeniería, en las empresas, y a los políticos. Y partamos por incentivar las tertulias con nuestros hijos porque el ejemplo siempre empieza por casa. 

¿Y si baldeamos la cubierta? ¿En vez de buscar mantener irreductiblemente nuestra postura, por qué no tener el reflejo inverso buscando razones para estar equivocado? Convencer o, su  contrario, ceder  frente  a  una  mejor  opción, es  formidablemente más potente que simplemente vencer. Si consideran que no le pegue el palo al gato con esta columna, por favor, ¡discrepen sin miedo!

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