El Día de la Raza

Tirana


Por César Barros, economista

Antes se celebraba el “Día de la Raza”, hoy se prefiere algo así como “el encuentro de dos mundos”. Hoy se impone la visión “progre”: la masacre de los nativos americanos y la destrucción de su cultura por parte de los conquistadores y se juzga la Conquista de América según los cánones morales del siglo XXI.

Los conquistadores fueron hombres del siglo XVI, con las visiones de aquella época. Una en que los católicos quemaban protestantes y los protestantes quemaban a los católicos, y en que los castigos de la justicia eran tremendos -peores que los del actual Talibán. Los nativos americanos tampoco eran más misericordiosos: en la guerra -los mexica- hacían prisioneros para sacrificarlos a sus dioses y devorar sus corazones, en verdaderos “autos de fe” populares, que nada tenían que envidiarle a los de la Inquisición de Sevilla.

Se habla de exterminio. La verdad cruda es que la población originaria se diezmó, no por las armas, sino por enfermedades que llegaron de Europa, y para las cuales no tenían defensas. Con solo espadas, lanzas y unos pocos arcabuces, era imposible destruir poblaciones tan grandes como las de Europa en esa época. Los caballos los asombraron inicialmente, pero pronto descubrirían que eran mortales, como los europeos.

Los americanos no conocían la rueda, ni la escritura. Aunque en astronomía llevaban ventaja. Dieron al mundo el maíz, la papa y el chocolate, entre muchos alimentos. Pero recibieron el trigo, la cebada y los animales domésticos que no tenían: ovejas, vacas, gallinas y cerdos. Y animales de tiro -caballos y bueyes- sin los cuales la rueda y el tecle mucho menos servían. Ambas culturas se enriquecieron. Y los españoles -a diferencia de otros imperialismos- sembraron su religión, su cultura y se mezclaron con los americanos, tanto que ahora somos todos mestizos. Situación inexistente en la India, América del Norte, Asia y África.

Juzgar a los conquistadores con los valores actuales es una injusticia enorme. Como también el de creer que los nativos tenían cosmovisiones superiores a la europea, de valores más nobles o generosos que la de los conquistadores. Pero en el proceso, los europeos, tenían -aparte del acero y los caballos- una ventaja enorme: sabían que los nativos eran humanos. Los americanos, estaban dudosos de aquello: los europeos podrían ser dioses o semidioses: Moctezuma recibe a Cortés, con esa tremenda duda en su mente, no se le podía ofender, ni matar. Cortés nunca dudó de la humanidad de Moctezuma, y por eso fue capaz de eliminarlo.

Y si cayeron culturas avanzadas como las de Tenochtitlán o las del Cuzco, más al sur si bien la guerra fue mucho más dura, la cultura europea se impuso con mucha rapidez. Pero nunca desaparecieron, como cualquiera que viaje a México, a Perú o a Pucón puede comprobarlo.

Y a pesar de las calamidades sanitarias, de imposiciones culturales y religiosas, hoy América Latina es un continente de mestizos en mayor o menor medida. Y los rasgos de las culturas ancestrales siguen muy presentes. Nos debemos todos a los nativos americanos y a los europeos. Nunca seremos europeos -aquello de los ingleses de América Latina fue un mal sueño desubicado-, tampoco los adoradores de Quetzalcóatl o de Huitzilopochtli son hoy tan numerosos. Nuestra verdadera religión popular es de la Virgen del Carmen, de la Virgen de Guadalupe, de Santa Rosa de Lima, que sin duda no es la religión oficial de Roma. Pero somos más futboleros que los europeos, y nuestra música popular camina a la par de la de los “anglos”.

Nos guste o no, somos “una raza” distinta: ni solo americana, ni solo europea. Por eso me gustaba más aquello del Día de la Raza.

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