
El ocaso

Un partido que marcó a fuego la política nacional, cuando la Guerra Fría tocaba las aguas de América Latina y los ecos de la Revolución Cubana se expandían por doquier. Que dio origen a una alternativa de cambios que sentó las bases de la Reforma Agraria, la abolición del latifundio y el fin de la oligarquía terrateniente, es decir, de la transformación social más importante de nuestra historia.
Una colectividad que luego fue opositora a la UP y en la década de los ’80 participa con decisión de la lucha contra la dictadura. La primera que tempranamente entiende que Pinochet no podrá ser derrocado y que la única alternativa para sacarlo de La Moneda es el plebiscito fijado en su propia institucionalidad. Un partido que durante décadas logra mantenerse articulado en torno a convicciones, donde el comunitarismo y la doctrina social de la Iglesia se conjugan con una vocación reformista y una buena dosis de realismo.
Es cierto que su declinación se inicia temprano y que ya a fines de los ’90 se pueden observar las primeras señales. Evidencia del choque inevitable entre su imaginario social cristiano y las claves culturales del nuevo el Chile, el de la modernización capitalista y la democratización del consumo. Pero el golpe de gracia ocurre después, cuando la Concertación ya ha perdido el gobierno y Michelle Bachelet los invita a formar parte de una nueva coalición, que incluye ahora al Partido Comunista. Ese fue el umbral de la muerte, el inicio de un suicidio consciente y voluntario que, paradójicamente, iba a ser también el de toda la centroizquierda.
El imperativo de volver al poder a como diera lugar fue la tentación mortal de la DC. Así, estuvo dispuesta a transar lo único que debía ser intransable: gobernar junto al PC, el adversario global que explicaba su génesis como alternativa de cambio. Esa deriva no tuvo retorno, la DC junto a la centroizquierda cumplieron con la condición exigida por Bachelet para su nueva aventura presidencial: aceptar al PC como socio para acometer la demolición del país construido desde el retorno a la democracia. Y el programa se cumplió a la perfección: el socavamiento de todas las claves que definieron al Chile de los “treinta años” ha sido un objetivo estratégico, reforzado a partir del estallido social con la normalización de la violencia y una propuesta constitucional delirante, que fue al final rechazada por la ciudadanía, pero que tuvo el respaldo de toda la centroizquierda, incluida la DC.
El resultado de la última primaria oficialista es hoy el corolario perfecto: la centroizquierda y la DC ya no valen nada sin el PC. Ese era el inexorable destino que de manera sistemática decidieron construir todos ellos a partir de su derrota en 2010. El que hoy los tiene ad portas de votar por la candidata del último partido comunista que sigue existiendo en las democracias occidentales. Un destino plenamente consistente con la esforzada autodestrucción de todo lo que alguna vez representaron.
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