Opinión

El soldado desconocido

SEÑOR DIRECTOR:

Siempre hubo hombres dispuestos a morir anónimamente por lo que consideraban superior a su propia vida. Siempre se les recordó con gratitud porque su abnegación regaba ejemplarmente, generación tras generación, las virtudes de cuya vitalidad depende la salud de la convivencia social. Este rasgo, típico de las naciones civilizadas, entre nosotros está hoy en entredicho.

Lo ocurrido con uno de los símbolos sagrados de la polis, el que de manera más rotunda ejemplifica la memoria de quienes han sacrificado sus vidas en aras de la patria, es muy decidor del estado de nuestra salud cívica. Los restos mortales del soldado desconocido, caído en la batalla de Tacna, cuando su tumba estaba a punto de ser profanada por quienes durante meses habían vandalizado sistemáticamente su entorno, fueron exhumados al amparo de la noche, consumándose así la más vergonzosa derrota sufrida por el Ejército de los chilenos en tiempo de paz.

Mientras la tumba del soldado desconocido no sea repuesta en un lugar acorde con su dignidad, esta afrenta al cuerpo social en su conjunto -que comprende a civiles y militares, a eclesiásticos y catedráticos, a políticos de todas las tendencias y a la población que, atónita, no se explica cómo caímos hasta aquí-, seguirá siendo una herida dolorosamente abierta.

Francisco Balart, abogado

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