El trabajo silencioso de la sociedad civil
Cada agosto, cuando llega el mes de la solidaridad, nuestro país reconoce el inmenso quehacer de organizaciones sociales y nos preguntamos por los vínculos que nos sostienen, por la fraternidad que decimos practicar y por quienes están al margen y viven permanentemente fuera del foco de las políticas públicas. Es ahí, en ese espacio de silencio y de ausencias, donde aparece la fuerza de quienes aún en la escasez de recursos, con voluntad y vocación inquebrantable, responden al llamado de quienes más lo necesitan.
No hablamos solo de fundaciones y ONG, allí están también las juntas de vecinos, comunidades de fe, cooperativas, agrupaciones culturales, centros comunitarios, redes barriales, madres que se organizan para alimentar a otros niños, jóvenes que refuerzan el colegio de miles de niños, personas que, sin esperar reconocimiento, hacen del compromiso su oficio cotidiano. Hablamos de todos aquéllos que están cuando el Estado no llega.
En Chile, este mundo colectivo —a veces invisible, pero vital— moviliza a cerca de 300 mil organizaciones. Más de siete millones de personas se benefician directa o indirectamente de sus acciones. Este sector aporta cerca del 2% del PIB nacional y genera más de 250 mil empleos remunerados. Adicionalmente, son cientos de miles los voluntarios, tras un propósito, que engrandecen nuestra sociedad.
Pero su valor no sólo se cuantifica en datos. La sociedad civil está donde la urgencia clama. En salud mental, niñez, migración, pobreza, adicciones, discapacidad, entre otros. Primeros en llegar y los últimos en irse, cuando no los únicos. Es profética cuando el Estado no ve, actúa cuando sólo se habla de diagnósticos, impacta cuando transforma vidas y no sólo cuenta beneficiarios. Las organizaciones hacen advocacy, levantan la voz, marcan el rumbo cuando la oferta pública no es buena, no alcanza y no innova, muestran cómo hacerlo mejor, crean pilotos, arriesgan recursos, se atreven donde el Estado no puede, por temor o rigidez, son ejecución y conciencia pública a la vez.
Cuando hablamos de niñez esto se hace más evidente, mientras la brecha del Estado se agranda. La protección, la prevención, el acompañamiento, muchas veces no responden desde el Estado, sino desde una Fundación que decidió no mirar hacia el lado ni ser “Fuente Ovejuna” plegándose a las letanías que no resuelven. En temas de niñez, la sociedad civil ha sido el sostén y también el grito de alerta, desde muchas décadas. Es la voz de los niños en las “Listas de espera”, de las niñas explotadas y abusadas, de las que duermen en la calle, de los expulsados del colegio, de los reclutados por los narcos, de las madres que crían solas.
Este mes no podemos ser indiferentes al rol de las organizaciones solidarias y filantrópicas. La sociedad civil es un socio legítimo en la construcción del país que queremos para nuestros hijos, por eso es importante defender su autonomía, financiarla con seriedad y transparencia, evitando oportunismos que destruyen su credibilidad, es necesario abrir cada vez más espacios y valorar su contribución a poner en el centro -de nuestras preocupaciones- a quienes más lo necesitan.
Por Marcelo Sánchez, gerente general de Fundación San Carlos de Maipo
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