Empresa y subdesarrollo


Por Álvaro Pezoa. Ingeniero comercial y Doctor en Filosofía

La empresa es la base de la economía. Ella es, ante todo, una realidad humana, no un asunto económico. Es una organización de personas, condición de posibilidad social de la segunda. Si el ser humano no es explicable sin los demás (la persona es un ser “co-existente”), su economía tampoco puede ser únicamente cuestión de intereses individuales. De ahí que, en muchos sentidos, sea la empresa y no el individuo el agente económico real.

Correlativamente, el auténtico empresario es el que sabe ofrecer. No es quien se dedica primera y prioritariamente a ganar dinero, sino el que asigna recursos para la realización de proyectos que traerán consigo nuevas y mejores posibilidades para la sociedad. Para saber ofrecer, un empresario debe saber decidir. No solo saber (razón), porque los proyectos pueden quedar inéditos, pero tampoco solo decidir (voluntad), porque de nada sirve actuar imprudentemente. Para fortalecer el saber práctico el mejor camino es la formación; para mejorar la decisión, la responsabilidad. Por eso, el empresario debe buscar, por una parte, su formación personal y la de sus dirigidos (colaboradores), y por otra, impulsar la libertad y la responsabilidad de sus trabajadores, de modo que estos no sean unos meros “mandados”. En síntesis, la tarea de un empresario se debe parecer más a la de un maestro que a la de un simple jefe.

¿Por qué existe el subdesarrollo económico? En coherencia con lo expuesto y, visto desde la actividad empresarial, se debe a una oferta insuficiente, debida a una falta de capacitación y desorden laboral. La raíz del subdesarrollo reside en que las personas no dan de sí lo que pueden dar; no se trabaja bien y metódicamente. ¿Cómo salir entonces de ese estado? Con educación, formando a la juventud con vistas a la concreción del bien común, no del bien particular, y eso desde la infancia y durante muchas décadas. No sacar partido de los ciudadanos (contando con su libre esfuerzo), sino fomentar que se conformen con una vida fácil (fruto, por ejemplo, del asistencialismo), lleva en el tiempo a la ruina económica de un país. Eso es lo que puede suceder, a menor escala, con las mismas empresas. En fin, para dejar atrás el subdesarrollo material se necesita recuperar el crecimiento económico, requerimiento que exige fortalecer la empresa, que es su fuente. A su vez, para vitalizar la empresa hay que procurar la formación de sus miembros. Y para promover la educación de los trabajadores hay que dar un salto cualitativo en el sistema educativo nacional, junto con vigorizar la familia (especialmente relevante en la generación de hábitos éticos, clave en el desarrollo humano), porque esta es el fundamento de la empresa (y la sociedad). ¿Está clara esta secuencia virtuosa, en momentos que se debate acaloradamente el futuro de Chile?

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