Opinión

Kast sin guion

Kast sin guion

En el escenario meticulosamente montado de la campaña de J. A. Kast, cada intervención está calculada. Ese diseño ha rendido frutos: evidencia estrategia, refuerza la marca y hace lucir el libreto. Sin embargo, el auténtico partido no se juega en las repeticiones pulidas, sino cuando las cámaras quedan libres y se descubren las aristas del candidato: impulsos, contradicciones y todo aquello que el avatar cuidadosamente construido procura ocultar.

Bajo el formato de planes con nombres de alto impacto -“Plan Implacable”, “Escudo Fronterizo”, “Plan Tu Casa”-, la campaña republicana exhibe compromisos empaquetados que, más allá de señalar problemas estructurales, no explican quiénes integrarán los equipos responsables, cuál es la experiencia de esos cuadros ni de qué manera concreta se implementarán las propuestas. El énfasis recae en el exhibicionismo de carácter y decisión: un liderazgo presentado como exclusivo y excluyente, capaz de remontar cualquier adversidad sin dar espacio a matices ni complejidades.

No puede negarse que Kast ha sido, hasta ahora, un buen candidato; mesurado en la forma y contenido en los gestos. Su equipo ha sabido aprovechar las instancias y dosificar anuncios con disciplina. Esa precisión ha cimentado su imagen de orden y previsibilidad, otorgándole ventaja en un escenario político marcado por la volatilidad.

Sin embargo, la verdadera prueba de liderazgo llega cuando toca entrar de lleno al debate político. Entonces, quedan de manifiesto dos interrogantes decisivas: ¿Posee el candidato el temple suficiente para responder demandas sin guion? ¿Cuenta con la experiencia en gestión y diálogo para gobernar cuando no existan pautas preestablecidas?

El episodio en La Araucanía revela de manera descarnada lo que ocurre cuando el libreto se agota. En Enela, Kast comenzó exponiendo su diagnóstico regional -“adelanté el caos que otros no vieron” (y, como aquel visionario, hoy anticipo lo que vendrá)-, desplegando su sello habitual. Al sobrepasar el tiempo pauteado, aseguró que su mensaje “era más importante que cualquier interpelación” y, en lugar de entablar un diálogo, recurrió a la lectura de un texto que parecía arrancado de un poema épico -el mismo truco que uno de sus cercanos colaboradores utilizó hace semanas en otro medio de comunicación-, aferrándose a él con una rigidez solemne.

Pero, justo en ese instante, el equipo técnico cortó su micrófono. Lo que siguió fue el rostro tenso, las manos crispadas, la insistencia. La máscara cayó y quedó expuesta su fragilidad sin libreto. La consistencia se volvió máscara.

Para encarar la crisis estructural que enfrenta el país no basta con encadenar eslóganes ni con lucir planos hipotéticos en un spot bien diseñado. Ha llegado el momento de hablarle a la ciudadanía como adultos, sin eufemismos ni promesas de atajos, reconociendo que el camino será arduo y que no hay margen para experimentos ni ocurrencias de última hora. Solo una conversación franca, basada en experiencias comprobadas y en equipos robustos -no en exhibiciones retóricas- podrá reconstruir la confianza y enfrentar los desafíos de fondo.

En definitiva, el verdadero éxito no residirá en quién domine mejor las redes sociales, sino en quién demuestre temple y solvencia para gobernar con eficacia y aliviar la crisis estructural cuando caigan los telones, sin guion, sin repetición y sin opción de replay.

Por María José Naudon, abogada

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