La columna de Guarello: El carro de la victoria

Ilustración: Harol Bustos

"La fiebre desatada por Colo Colo fue un golpe anímico muy fuerte para el fútbol chileno, sobre todo los hinchas, luego de los sucesos del Maracaná dos años antes con sus consecuentes castigos. Éramos los parias de la FIFA, los apestados, los leprosos".



Las dos cámaras del congreso chileno, reabierto apenas un año antes, hasta pudieron sesionar esa congelada mañana del 29 de mayo de 1991 en el aeropuerto Pudahuel de Santiago. El galpón provisorio, que llevaba así desde 1970, donde funcionaba la principal terminal aérea de Chile estaba atestado de ansiosos pasajeros a la espera de tomar el chárter rumbo a Asunción para asistir a la primera final de la Copa Libertadores entre Olimpia, campeón vigente, y Colo Colo. Entre los ansiosos se encontraban varias decenas de diputados y senadores de la república, quienes, considerando la desbordante popularidad que venía generando el equipo de Mirko Jozic, decidieron acompañar a los albos en su duelo en Paraguay. Como hubiera dicho Julio Martínez, “no hubo colores políticos ni rivalidades personales”. Hombres como Carlos Ominami y Alberto Espina, fanáticos de la U, o un connotado seguidor de Católica, el entonces senador Sebastián Piñera, se subieron felices al vuelo de la FACH que los depositaría en la capital paraguaya. Les faltó sólo la vincha y la bandera.

Si uno ve los archivos de la época, en la barahúnda y despelote que había en Pudahuel a la hora del embarque, se notaban pocos rostros serios y reconcentrados, sufriendo la inminente final. Uno de esos pocos era el ex dirigentes sindical y entonces diputado de la Democracia Cristiana, Rodolfo Seguel, fanático de Colo Colo y, como tantos, hijo de la derrota en la final de 1973 contra Independiente con sus “creativos” arbitrajes.

Colo Colo logró el empate sin goles en Asunción y una semana más tarde, el 5 de junio en el estadio Monumental ante 66.517 espectadores, conquistó la Copa Libertadores por primera y única vez para Chile ganando 3-0. Fue la culminación exitosa de un proceso que había comenzado el año anterior, cuando Arturo Salah fue cesado de la banca tras quedar eliminado con Vasco da Gama en el mismo torneo y el equipo lo tomó Mirko Jozic. Sin invertir demasiado (apenas llegaron Gabriel Mendoza y Patricio Yáñez para ser titulares), pero modificando profundamente el sistema de juego y la posición de varios jugadores, el equipo fue creciendo hasta quedarse con el torneo. Como nota curiosa, en este mismo diario salió un texto sin firma tras la caída ante Vasco, jubilando al 80% del plantel albo por incompetente a nivel internacional. Los mismos que un año más tarde estaban dando la vuelta olímpica. Dicen que el autor del artículo anónimo celebró con el resto del plantel, dirigentes y colados la noche del título bailando en el restaurante Don Carlos de Isidora Goyenechea.

La fiebre desatada por Colo Colo fue un golpe anímico muy fuerte para el fútbol chileno, sobre todo los hinchas, luego de los sucesos del Maracaná dos años antes con sus consecuentes castigos. Éramos los parias de la FIFA, los apestados, los leprosos mirados con odio y desdén en todas las instancias (congresos, torneos, ceremonias). Estábamos impedidos de participar en el Mundial de 1994 y dos de nuestras principales figuras, Fernando Astengo y Roberto Rojas, sufrían castigos que les impedían jugar profesionalmente. La noche más oscura.

Y en lo social el país todavía se tambaleaba por una transición pactada y amarrada, con senadores designados, Pinochet apernado en la comandancia en jefe del Ejército y esporádicas pero claras amenazas de derribar la precaria democracia, como el acuartelamiento de las tropas el 19 de diciembre de 1990.

Patricio Aylwin, con la sonrisa permanente, navegaba en esas aguas peligrosas a las que sumaba una inflación difícil de controlar y el permanente bloqueo de la minoría parlamentaria opositora. Entonces, Colo Colo. Y salió gratis. Simbólicamente la alegría del pueblo más castigado por la dictadura y las sucesivas crisis económicas. Enrique Krauss, ministro del interior e hincha albo, entendió de inmediato el fenómeno que se estaba incubando y los positivos alcances que podría tener para la estabilidad social y la percepción de bienestar. Algo de lo que también supo y se benefició Salvador Allende 18 años antes.

Cuando obtener la Copa se vio posible, el mundo político supo que no se podía quedar fuera de la marea ganadora de Colo Colo. Se subieron a los aviones y se metieron en las gradas, protestaron los cobros y gritaron los goles. Hubo un millón de personas celebrando sólo en Santiago el 5 de junio de 1991. Demasiada felicidad para no capitalizarla. El único que no se subió al carro, y de seguro no vio un solo partido, fue el propio Aylwin, a quien el fútbol le importaba nada, al nivel que dos años más tarde recibió al Real Madrid en La Moneda, otra maniobra de Krauss, y le preguntó a Iván Zamorano en qué equipo jugaba.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.